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De regreso a la selva (Carta a nuestros senadores)

El país se nos volvió un espanto sin compás, con rectores sin alma y sin palabra. Esta provincia no nació para doblarse al primer viento que sople a través de gobiernos mal direccionados.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Por: Fausto

@el_pilon

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“Lo que quiero es que tú no te vayas/Tú no debes dejarme solito/Cuando estemos en el campo de batalla/El perdido será Samuelito” …

Así le cantaba Samuel Martínez, uno de nuestros grandes compositores y músicos, a su hermano y a una región central del departamento del Cesar, su región, hoy emporio de trabajo y esperanza para una población sufrida, y aprovecho estas estrofas dicientes para arengar a los senadores del país para que respondan con la altura debida por los estragos que ya se ven venir de parte de quienes, sin control y sin medidas,  inclinados por emociones absurdas, entre ellas el odio y el resentimiento social, quieren destruir lo que con mucho sudor se ha construido.

En las regiones, es bueno recordar que aún existen vestigios del florero de Llorente que, por medio de la inteligencia emocional, aún pueden revivir, si es el debido tiempo, pero que, si se rompe, es posible, reciclar sus partes en justicia social, no en guerras. Por ello, me dirijo a ustedes con el alma entrecortada y los pies puestos sobre esta tierra caliente, donde el polvo sabe a historia y los amaneceres aún tienen el perfume de los lirios rojos del campo. Les hablo desde el corazón de un pueblo que no se arrodilla, pero que sangra en silencio mientras, allá en las más altas esferas gubernamentales, los juegos del poder se burlan de nuestra dignidad.

Yo vengo desde la voz de las abuelas, que rezan sobre el taburete del patio. Desde los arrieros, que ya no oyen sino promesas rotas a diario. Desde las mujeres del Valle, que cargan sobre sus cabezas el turbante con la olla o la ponchera repleta de amarguras por una memoria pisoteada. Vengo desde los hijos de la provincia, que aprendieron a aguantar, a tolerar, no a callar.

¿Y ustedes? ¿Dónde están cuando el país se desmorona entre las manos como barro seco, cuando el gobierno central desprecia la voz de los pueblos, se burla de la ley, y vuelve migaja lo que ya era algo de paz para todos?

El país se nos volvió un espanto sin compás, con rectores sin alma y sin palabra. Esta provincia no nació para doblarse al primer viento que sople a través de gobiernos mal direccionados. Esta fue tierra de patriarcas y poetas, de luchadores y de músicos que le cantaron a la vida y también al dolor. Aquí nacieron hombres y mujeres de honor, de estirpe, de palabra empeñada y de bendiciones sobre la mesa, que no celebran la mentira, ni premian la deshonestidad.

Ustedes fueron elegidos con la fe de un pueblo que aún les cree, a pesar de todo. Porque sus nombres llevan consigo la carga de ser la voz del pueblo cuando la nación enmudece.

El país está herido. El desorden no es solo institucional, es espiritual; no es solo de normas, sino de valores. Y mientras allá arriba se reparten el poder como quien reparte las sobras de una fiesta sin honra, aquí abajo, en las veredas, la gente ha dejado de confiar, de soñar, de luchar.

No dejemos que el cinismo le gane a la esperanza, que la política siga siendo un teatro vacío donde el pueblo solo aplaude y nunca decide.

Ustedes, en especial los nuestros, ¡hijos de esta tierra de ríos y cielos ardientes!, tienen el deber —no el lujo, el deber— de hablar con firmeza, de oponerse con dignidad, de defender a quienes aún creen en la justicia, en el orden y en la decencia.

No les pedimos que griten. Les pedimos que ardan de vergüenza si han sido cómplices; de coraje si quieren cambiar las cosas; de amor por este pedazo de patria que los vio nacer, y que hoy clama por su defensa. Porque si no es ahora, ¿cuándo?, y ¿quién?

No se puede seguir siendo testigo mudo del naufragio nacional. Nuestra historia merece ser salvada. Nuestros hijos merecen un futuro sin esa farsa que todo lo pudre. Nuestros líderes de prestigio, sabios, educadores, compositores, nuestros poetas, merecen respeto. Y ustedes, si han de hacer algo grande por esta tierra, ¡háganlo ahora!

Que el Congreso no sea su sepulcro. Que sea su tribuna. Que su voz retumbe como retumba la caja de los herederos del “viejo” Cirino Castilla— quien murió bajo el tun, tun no de las balas, sino de su cuero curtido—, resonando con el viento de la Sierra Nevada.

¡Háganse sentir! ¡Levántense con la nobleza que aún les queda! ¡Háblenle al país desde el alma del campo! Porque cuando la patria está en peligro, callar es traición, y la indiferencia, un delito de lesa humanidad. Y si ustedes no nos defienden, el mismo pueblo que los eligió los olvidará sin vuelta atrás, diciéndole adiós a los hombres sin gloria.

Que así no sea. Que así no termine esto. Que digan mañana que hubo senadores que no se rindieron. Y que esta tierra, tan digna como herida, volvió a ponerse de pie gracias a ustedes. Y así serán recordados tal como lo han sido sus antepasados: gentes llenas de honor, historia y dignidad humana, y no tengamos que ser partícipes de que, la peor esclavitud es aquella que nos induce a consentir la libertad mientras se obedece bajo la ingenuidad y la entrega de los valores humanos. 

Les recuerdo que el liberalismo social, si es el rumbo seguido, sería un buen camino cuando se predica y practica la alianza del capital y el trabajo en forma sensata, sin importar el color político que ostenten los demás. Solo los espíritus patrióticos pueden rescatar la verdadera democracia y, por consiguiente, el futuro de los sueños de los pueblos que llevan como estandarte la fe y la esperanza. 

No dejen que la sociedad que les aprecia, dicte la sentencia inmediata que indique la razón en la calificación de sus actos, cuando no vayan por el camino correcto y se conduzca al país de regreso a la selva. ¡Un abrazo de patria!

Por: Fausto Cotes N.

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