Decir que la “polarización” política que vive el país es obra de los últimos tiempos, recientes, es una mentira impiadosa. Podríamos decir, con lugar a pocos equívocos, que “ella” comenzó desde los tiempos mismos próximos al proceso independentista. ¡Viva el rey, muera el mal gobierno!, gritaron algunos de los involucrados en ese hecho, creyendo que el mal estaba en la administración del virreinato y no que todo era consecuente con decisiones tomadas desde la península ibérica. Muchos historiadores se atreven a decir que en esa creencia fue que muchos de los próceres del 20 de julio fueron apresados por Morillo y fusilados impunemente cuando comparecieron ante este para disculparse por el levantamiento con la idea de que el español les perdonaría semejante veleidad. Los que salvaron su vida, Bolívar entre ellos, sí sabían lo que querían y por eso pusieron tierra de por medio con el reconquistador. Es decir, ya había polarización política entre los que querían independencia y los que solo pedían cambio de gobierno.
De ahí en adelante, ni para qué contar. Pero para estar de la mano con nuestra historia menos añeja, solo mencionemos “la época de la violencia”, desatada con el asesinato de Gaitán; fue tal la polarización en este país, que como recientemente se puso en práctica la motosierra, entonces se aplicó entre los opositores políticos (liberales y conservadores) el famoso “corte de franela” a sable filoso, entre otros.
Ese Leviatán dormido se ha levantado del fondo del mar con una fuerza inusitada tras el ascenso del progresismo al gobierno, que no al poder, después de derrotar 200 años de continuidad bipartidista. Y ante la interrupción de 20 años de gobierno en manos del uribismo, esa polarización, que procede de tiempos pasados, está en lo peor de su enfrentamiento. De tal magnitud es su tamaño, que en ella hoy igual se encuentran enfrentados los grandes medios tradicionales y un creciente grupo de comunicadores, que el país ya denomina medios alternativos, y por algo han ganado millones de seguidores.
Como este pugilato pareciera que en realidad pone en peligro la verdadera libertad de prensa, no me puedo sustraer de semejante zaperoco y he leído, otra vez, y releído, las “Reglas para la libertad de prensa”, del venerado y venerable Albert Camus, un ejemplo decente de periodista, por los siglos de los siglos, como nuestro García Márquez. Sobra decir que, en 1939, este ensayo prodigioso, del autor del Extranjero y El mito de Sísifo, fue prohibido por las autoridades francesas en Argelia y solo publicado décadas después.
Camus sintetiza en cuatro pilares la posibilidad de preservar la libertad de prensa, pero ante el peligro que supone el poder como tal, no ante conglomerados o propietarios, como es el caso en comento: lucidez, rechazo, ironía y obstinación.
Un periodista, decía, no puede incitar al odio o la desesperanza. Si un periodista es poseedor de una mente limpia y honesta, ninguna coacción hará que aquella cambie, pues siempre estará antecedido por la veracidad de una noticia. Un medio libre se reconoce por lo que dice o no dice. Si no puede decir todo lo que piensa igual es posible no decir lo que no piensa o es falso, apuntaba.
¿Quiénes de los enfrentados practican los principios de Camus, de repudiar el lavado del cerebro, la supresión de las invectivas, la no uniformización de las informaciones con comentarios? ¿Sirven a la verdad de acuerdo con la medida humana de sus fuerzas y rechazan servir a la mentira? Entre tantos.
Por: Pedro Perales Téllez.












