Al igual que muchos, he tenido la certeza de hacerme preguntas sin respuesta aparente: ¿tendré éxito?, ¿podré llegar a ser reconocido?, ¿lograré hacer algo tan valioso que la gente me llame y no tenga yo que buscarlos? Crecer en una familia donde a veces te ven como un loco y no como un soñador, y vivir en un territorio con pocas oportunidades —como los resguardos indígenas de la Sierra Nevada— te obligan a pensar distinto. No es fácil, pero es real.
Se nos ha querido encasillar en un cliché: que los jóvenes solo servimos desde las aulas o como “mano de obra barata”. Que no tenemos experiencia ni la “expertise” para construir algo grande y con propósito. Pero la verdad es que la experiencia también se construye haciendo, y si no nos dejan hacer, ¿cómo esperan que la tengamos?
Hoy en día, muchos jóvenes no tienen empleo, acceso a educación de calidad, servicios básicos o incluso internet. Algunos no saben lo que es tener una nevera llena, y otros han visto apagarse sus sueños porque nunca pudieron entrar a un programa educativo o beneficiario. A veces no solo se trata de necesidades y problemas; a veces es un tema de mentalidad. Necesidades, problemas, ideas con propósito, sueños apagados… y aun así seguimos dando vueltas.
Los datos no mienten: la tasa de desempleo juvenil en Valledupar, entre septiembre y noviembre de 2024, fue del 22,2%, 3,6 puntos más que en el mismo periodo de 2023. Valledupar ocupa el sexto lugar nacional en desempleo juvenil. En el mundo, somos 1.200 millones de jóvenes de 15 a 24 años, el 16% de la población. Para 2030 seremos casi 1.300 millones. Tenemos talento, pero también brechas que nos frenan.
Queremos oportunidades reales, no favores disfrazados. Queremos trabajar en lo que nos hemos preparado, aportar desde nuestros saberes y fortalecer nuestro territorio. Necesitamos que el mérito, el conocimiento y el talento pesen más que una palanca. Queremos que Valledupar y el país crezcan sin perder su identidad, que su música, cultura y biodiversidad se unan a la ciencia, la tecnología y la innovación.
No todo es carencia: tenemos capital humano brillante, líderes en potencia, jóvenes que investigan, crean, emprenden y sueñan. Lo que falta es que nos abran la puerta… o al menos que no nos la cierren en la cara.
Por eso, a líderes, autoridades, empresarios y adultos: incluyan a los jóvenes en las mesas donde se decide el futuro. Escuchen, confíen, deleguen. Y a mis compañeros jóvenes: no esperen a que todo esté listo para actuar. Construyan, fallen, vuelvan a intentar. Yo prefiero equivocarme treinta veces el primer mes que quedarme sentado viendo cómo otros deciden por mí. A veces la mejor palanca es la que uno activa para mostrar ese brillo.
Ser joven hoy es cargar con miedos y sueños, pero también con la responsabilidad de transformar. Y si al final nadie escucha, no importa: seguiré hablando, aunque sea al aire… porque hasta las palomas, algún día, entenderán que no soy un hablador, sino, un buen ejecutor.
Por @joyacorzoth – Thomas Joya Corzo











