Tengo un libro escrito a la espera de su publicación el cual es una biografía de mi papá; en ese libro cuento eventos anecdóticos que pueden ser uno más del común, pero otros definitivamente son tan especiales que merecen compartirse con el público, trataré en estas líneas publicar las más extraordinarias.
Tengo un libro escrito a la espera de su publicación el cual es una biografía de mi papá; en ese libro cuento eventos anecdóticos que pueden ser uno más del común, pero otros definitivamente son tan especiales que merecen compartirse con el público, trataré en estas líneas publicar las más extraordinarias.
Cuando mi papá falleció yo tenía veinte años de edad, su muerte fue tan impactante que siento que una parte muy importante de mi vida se fue con él y extrañamente esa parte es nada más y nada menos que su recuerdo en mi memoria, por más que intento traer a mi mente su cara no la encuentro pues solo llegan recuerdos borrosos o en la mayoría de los casos alcanzo a ver solo su silueta pero nunca su rostro. De hecho, algunas veces he soñado con él (muy contadas) pero en el sueño no puedo ver su cara o simplemente evita mostrármela.
Yo tenía una relación muy estrecha con mi papá, tanto así que previo a su muerte tuvimos una época que vivíamos juntos en la finca y dormíamos en la misma habitación. Recuerdo que siendo muy pequeño me las arreglaba para que me llevara a todos los sitios a donde estuviese y en más de un viaje me le escondí en el carro y cuando se quería dar cuenta ya era demasiado tarde porque el viaje ya iba muy adelantado. Cierta ocasión debió comprarme ropa y zapatos en la ciudad destino porque yo andaba muy mal presentado con unas fachas y por física pena le tocó organizarme todo el atuendo completo, hasta gorra estrené ese día, creo que tenía nueve años de edad.
La última vez que nos vimos fue el día que se iba para Bogotá a que le hicieran un chequeo médico porque tenía un dolor muy fuerte en su hombro izquierdo que fue empeorando con el paso de los días al punto que empezó a perder peso aceleradamente. Me había dicho un día antes de su viaje que por favor no fuese a salir o a trasnochar porque alguien debía quedarse al frente de las fincas y de las cosas de la casa. En plena juventud y con algunos pesos en el bolsillo, porque había recibido mi primer sueldo de mi primer empleo, hice todo lo contrario y me pegué la borrachera del siglo y amanecí en la calle; nuestra despedida fue muy tensa y triste porque sintió que lo había desobedecido, ese día deseaba que me tragara la tierra.
Desde ese día de nuestra accidentada despedida y hasta aquel 25 de marzo de 1992 a las 3:36 de la tarde que recibí la fatídica noticia de su muerte en una caseta de Telecom, el mundo se dividió para mí en un antes y un después; no lloré, no me puse triste, en realidad no recuerdo que haya tenido alguna reacción más allá de la confusión y la tragedia de tener un cadáver en la casa en un velorio que duró dos días, hoy no entiendo por qué duró tanto pero fueron los dos días más horribles que hoy puedo recordar.
El peor día de un sepelio es ese momento cuando despides a tu ser querido y lo dejas en el cementerio desprendiéndote de su presencia física porque es ahí donde eres consciente que ya no la verás más y es en ese preciso instante donde todos nos quebramos, pero en mi caso caigo en la cuenta que yo no estuve en ese momento crucial, era tal la cantidad de gente que nos acompañó al sepelio que el cementerio se llenó por completo y me quedé afuera acompañando a mi abuela que tampoco pudo entrar.
Esa tarde, después del sepelio, sobre las casi seis de la tarde fue cuando empezó mi verdadera tristeza, desde ese día, y hasta dos o tres meses siguientes, rogué a Dios que me permitiera volver a ver a mi papá, les tengo que confesar que incluso estuve en el cementerio rogando sobre su tumba que saliera y me dijera algo.
Empecé a soñar con él todos los días, prácticamente mi duelo lo hice con alcohol y lloraba desconsoladamente en cada borrachera porque apenas estaba asimilando que se había ido la persona más importante para mí en ese momento. Lo que pasó después es digno de una novela de misterio.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.
Tengo un libro escrito a la espera de su publicación el cual es una biografía de mi papá; en ese libro cuento eventos anecdóticos que pueden ser uno más del común, pero otros definitivamente son tan especiales que merecen compartirse con el público, trataré en estas líneas publicar las más extraordinarias.
Tengo un libro escrito a la espera de su publicación el cual es una biografía de mi papá; en ese libro cuento eventos anecdóticos que pueden ser uno más del común, pero otros definitivamente son tan especiales que merecen compartirse con el público, trataré en estas líneas publicar las más extraordinarias.
Cuando mi papá falleció yo tenía veinte años de edad, su muerte fue tan impactante que siento que una parte muy importante de mi vida se fue con él y extrañamente esa parte es nada más y nada menos que su recuerdo en mi memoria, por más que intento traer a mi mente su cara no la encuentro pues solo llegan recuerdos borrosos o en la mayoría de los casos alcanzo a ver solo su silueta pero nunca su rostro. De hecho, algunas veces he soñado con él (muy contadas) pero en el sueño no puedo ver su cara o simplemente evita mostrármela.
Yo tenía una relación muy estrecha con mi papá, tanto así que previo a su muerte tuvimos una época que vivíamos juntos en la finca y dormíamos en la misma habitación. Recuerdo que siendo muy pequeño me las arreglaba para que me llevara a todos los sitios a donde estuviese y en más de un viaje me le escondí en el carro y cuando se quería dar cuenta ya era demasiado tarde porque el viaje ya iba muy adelantado. Cierta ocasión debió comprarme ropa y zapatos en la ciudad destino porque yo andaba muy mal presentado con unas fachas y por física pena le tocó organizarme todo el atuendo completo, hasta gorra estrené ese día, creo que tenía nueve años de edad.
La última vez que nos vimos fue el día que se iba para Bogotá a que le hicieran un chequeo médico porque tenía un dolor muy fuerte en su hombro izquierdo que fue empeorando con el paso de los días al punto que empezó a perder peso aceleradamente. Me había dicho un día antes de su viaje que por favor no fuese a salir o a trasnochar porque alguien debía quedarse al frente de las fincas y de las cosas de la casa. En plena juventud y con algunos pesos en el bolsillo, porque había recibido mi primer sueldo de mi primer empleo, hice todo lo contrario y me pegué la borrachera del siglo y amanecí en la calle; nuestra despedida fue muy tensa y triste porque sintió que lo había desobedecido, ese día deseaba que me tragara la tierra.
Desde ese día de nuestra accidentada despedida y hasta aquel 25 de marzo de 1992 a las 3:36 de la tarde que recibí la fatídica noticia de su muerte en una caseta de Telecom, el mundo se dividió para mí en un antes y un después; no lloré, no me puse triste, en realidad no recuerdo que haya tenido alguna reacción más allá de la confusión y la tragedia de tener un cadáver en la casa en un velorio que duró dos días, hoy no entiendo por qué duró tanto pero fueron los dos días más horribles que hoy puedo recordar.
El peor día de un sepelio es ese momento cuando despides a tu ser querido y lo dejas en el cementerio desprendiéndote de su presencia física porque es ahí donde eres consciente que ya no la verás más y es en ese preciso instante donde todos nos quebramos, pero en mi caso caigo en la cuenta que yo no estuve en ese momento crucial, era tal la cantidad de gente que nos acompañó al sepelio que el cementerio se llenó por completo y me quedé afuera acompañando a mi abuela que tampoco pudo entrar.
Esa tarde, después del sepelio, sobre las casi seis de la tarde fue cuando empezó mi verdadera tristeza, desde ese día, y hasta dos o tres meses siguientes, rogué a Dios que me permitiera volver a ver a mi papá, les tengo que confesar que incluso estuve en el cementerio rogando sobre su tumba que saliera y me dijera algo.
Empecé a soñar con él todos los días, prácticamente mi duelo lo hice con alcohol y lloraba desconsoladamente en cada borrachera porque apenas estaba asimilando que se había ido la persona más importante para mí en ese momento. Lo que pasó después es digno de una novela de misterio.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.