En un emotivo mensaje pronunciado durante el homenaje del Día del Médico, el Dr. José Antonio Fernández —gastroenterólogo con 33 años de servicio— agradeció a Dios, a sus pacientes y a su familia, y destacó que la Medicina es, ante todo, un acto de humanidad y acompañamiento. EL PILÓN reproduce íntegramente sus palabras.
Muy buenas noches. Permítanme iniciar expresando mi más profundo agradecimiento al Colegio Médico de Valledupar y del Cesar por este homenaje que recibo con sincera humildad. La medicina me ha acompañado durante 33 años como especialista en gastroenterología, pero sigo sintiendo que soy yo quien debe agradecerle a ella. Porque la medicina me dio una misión, una forma de servir y una razón diaria para poner mis talentos al servicio de los demás.
Este reconocimiento no lo entiendo como un logro personal, sino como una confirmación de que vale la pena ejercer la medicina con respeto, sacrificio y amor. Desde muy joven comprendí que el médico no es solamente un profesional técnico: es un servidor, un instrumento y, en muchos casos, un consuelo. Y hoy, después de más de tres décadas de servicio, estoy aún más convencido de que la medicina es un camino espiritual tanto como científico.
He visto que las enfermedades más difíciles no siempre son las que aparecen en los exámenes, sino las que se ocultan en la mirada del paciente. Y he aprendido que nuestra tarea no es solo diagnosticar y tratar, sino acompañar. Como dice la Escritura, “el que sirve a los demás ya está caminando en la verdad”.
Un médico, por más avanzado que sea en su área, nunca deja de ser un discípulo de la experiencia humana: del dolor, de la esperanza, de la fragilidad y de la enorme dignidad de cada persona que busca ayuda. Por eso este oficio exige ciencia, pero también alma. Técnica, pero también misericordia. Precisión, pero también humanidad.
Hoy quiero agradecerle profundamente a Dios. En cada amanecer, en cada turno prolongado, en cada caso complejo que me dejó sin dormir, en cada familia que lloró y en cada familia que celebró, he sentido Su compañía. La medicina me ha puesto frente al misterio más profundo: la vida, la fragilidad y la esperanza. Y allí, en ese misterio, Dios siempre ha estado presente.
Agradezco también a mis pacientes, a cada uno, porque han sido mis maestros más silenciosos. Ellos me enseñaron que la vulnerabilidad no resta dignidad y que el servicio no es un acto heroico, sino cotidiano. Cada vez que alguien depositó su confianza en mí, comprendí que la medicina es un privilegio que debe vivirse con responsabilidad y gratitud.
Y hoy, con especial emoción, quiero agradecer a mi familia.
Mi esposa y mis hijos han sido la columna que ha sostenido mi vocación. He tenido la bendición de ver crecer a mis cuatro hijos, cada uno siguiendo un camino admirable.
Tengo dos hijos mellizos que actualmente estudian medicina. Verlos tomar este rumbo ha sido uno de los regalos más grandes que Dios me ha dado, porque significa que el servicio, la disciplina y el amor por el ser humano se están transmitiendo a una nueva generación. Ellos me inspiran y me recuerdan por qué vale la pena servir.
Mis otros dos hijos ya son profesionales destacados en sus áreas, hombres de bien, y cada uno, desde su propia vocación, honra el valor del trabajo digno y el compromiso con la sociedad. Ellos, junto a mi esposa, han sido mi verdadero soporte: han entendido mis ausencias, mis desvelos y mi devoción por esta profesión. Sin su amor, este camino no habría sido posible.
Dr. José Antonio Fernández, junto a otros médicos, recibiendo el homenaje en el Hospital Rosario Pumarejo de López.
Hoy, al recibir este homenaje, no puedo evitar recordar aquella frase que desde siempre ha guiado mi ejercicio profesional: “El médico cura algunas veces, alivia a menudo, y acompaña siempre”.
Acompañar: esa es, creo yo, la esencia del servicio médico.
Acompañar cuando hay curación.
Acompañar cuando solo hay alivio.
Acompañar cuando lo único que queda es la esperanza.
Porque, en el fondo, la medicina no es solo cuestión de órganos, sino de personas. De historias. De fe. De humanidad.
Este homenaje, más que una distinción, es una invitación a seguir sirviendo con humildad. A seguir viendo en cada paciente un hermano. A recordar que la ciencia es un don de Dios puesto en nuestras manos, y que la vocación del médico es una vocación de entrega.
A todos mis colegas aquí presentes, les extiendo mi reconocimiento: sé del sacrificio diario, de las noches largas, de las decisiones difíciles, del dolor que a veces se carga en silencio, y también de la inmensa satisfacción que sentimos cuando logramos devolverle a alguien un poco de salud y esperanza. Que Dios los bendiga por este servicio.
A los jóvenes médicos y estudiantes les digo: nunca olviden que el conocimiento es indispensable, pero el corazón es irremplazable. No permitan que la velocidad del mundo moderno les robe la ternura, ni que la rutina les haga olvidar por qué empezaron.
Y al Colegio Médico, gracias nuevamente por este honor que recibo con humildad y con la alegría serena de quien sabe que ha intentado servir con rectitud.
Que Dios bendiga nuestra profesión, que bendiga a nuestras familias, que tantas veces cargan con nuestros cansancios, y que bendiga a cada paciente que ha tocado nuestras vidas. Muchas gracias.











