Las elecciones territoriales no eran, ni fueron, un plebiscito a favor o en contra del gobierno Petro. Eran más bien una oportunidad para que redujéramos sustancialmente el poder y la hegemonía regional de los clanes políticos, articulación mafiosa de criminalidad y política que se han erigido en perversos mediadores entre los territorios y el Estado Central.
Abusar de la aritmética electoral para reclamar un triunfo desde el gobierno o desde la oposición en las elecciones territoriales del pasado 29 de octubre, es una necedad que oculta una de las más grotescas realidades que se mantuvieron en pie en lo profundo del régimen político colombiano. Salvo Bogotá, Cali, Boyacá, Nariño, Casanare, Arauca o Magdalena, en las recientes elecciones podríamos decir que volvió a ganar la Colombia Nostra, como lo bautizó acertadamente la periodista Laura Ardila.
Las elecciones territoriales no eran, ni fueron, un plebiscito a favor o en contra del gobierno Petro. Eran más bien una oportunidad para que redujéramos sustancialmente el poder y la hegemonía regional de los clanes políticos, articulación mafiosa de criminalidad y política que se han erigido en perversos mediadores entre los territorios y el Estado Central. Son los clanes, además, los protagonistas centrales en regiones enteras dominados por una gama de autoritarismos subnacionales. Clanes que se acomodan a todos los gobiernos nacionales sin importar su signo ideológico. Haciendo gala de una enorme capacidad adaptativa han estado sin ningún rubor con Samper, Pastrana, Uribe, Santos, Duque y ahora con Petro.
Eso parece no entenderse aún desde el partido de gobierno y desde la derecha ideológica. El gobierno queriendo asegurar unas momentáneas mayorías parlamentarias que permitió que el control burocrático de las instituciones descentralizadas del orden nacional, la cooptación de Universidades, Corporaciones Autónomas y Cajas de Compensación, se mantuvieron intactas. Así las cosas, los clanes cómodamente tuvieron a su disposición todos los recursos institucionales y financieros para reproducirse en el poder. Perdimos la oportunidad de elevar la calidad de nuestra secuestrada democracia territorial. Y el Uribismo, salvo en el Cesar, estableció alianzas con los clanes con tal de derrotar al gobierno.
Vengo de una contienda electoral por la gobernación del departamento del Cesar que me permitió una constatación empírica del autoritarismo ejercido por un Clan. El Cesar ejemplifica muy bien la hegemonía del Clan Gnecco que sustituyó al Clan Araújo caído en desgracia por cuenta de la parapolítica. Se dio el lujo de escoger una candidata, ahora la gobernadora electa Elvia Milena Sanjuán, en etapa de juicio por celebración indebida de contratos. Impusieron una narrativa según la cual la competencia se reducía a rostros femeninos sin debate programático. O a un festival de orquestas y agrupaciones musicales que engalanaban la repartición exorbitante de dinero ilegal a líderes y candidatos a alcaldías, Asamblea y Concejos municipales. El derroche de dinero alcanzó para inundar y contaminar de publicidad todos los rincones, espacios y medios, como también para, según se dice, sobornar a algunos falsos competidores.
El triunfo de los Gnecco se facilitó por una inacción del Gobierno Nacional. Ante la ausencia del gobernador titular Luis Alberto Monsalvo Gnecco por la detención domiciliaria que lo ha obligado a separarse del cargo desde hace dos años y diez meses, pudo haber usado sus facultades legales nombrando a un gobernador encargado que no fuera de las entrañas del Clan, impidiendo así que siguiera mandando a sus anchas “Doña Cielo”, y no lo hizo.
Con los clanes políticos fortalecidos y el régimen político territorial intacto, es necio insistir en sumar lo que no puede ser sumado. Como también es una necedad afirmar que los resultados de las elecciones territoriales fueron un plebiscito contra el Gobierno. Pero sobre todo es insensato desconocer que, con los clanes intactos en las regiones, la democracia se degrada y los cambios corren el riesgo de convertirse en ave de corto vuelo.
Por: Antonio Sanguino
Las elecciones territoriales no eran, ni fueron, un plebiscito a favor o en contra del gobierno Petro. Eran más bien una oportunidad para que redujéramos sustancialmente el poder y la hegemonía regional de los clanes políticos, articulación mafiosa de criminalidad y política que se han erigido en perversos mediadores entre los territorios y el Estado Central.
Abusar de la aritmética electoral para reclamar un triunfo desde el gobierno o desde la oposición en las elecciones territoriales del pasado 29 de octubre, es una necedad que oculta una de las más grotescas realidades que se mantuvieron en pie en lo profundo del régimen político colombiano. Salvo Bogotá, Cali, Boyacá, Nariño, Casanare, Arauca o Magdalena, en las recientes elecciones podríamos decir que volvió a ganar la Colombia Nostra, como lo bautizó acertadamente la periodista Laura Ardila.
Las elecciones territoriales no eran, ni fueron, un plebiscito a favor o en contra del gobierno Petro. Eran más bien una oportunidad para que redujéramos sustancialmente el poder y la hegemonía regional de los clanes políticos, articulación mafiosa de criminalidad y política que se han erigido en perversos mediadores entre los territorios y el Estado Central. Son los clanes, además, los protagonistas centrales en regiones enteras dominados por una gama de autoritarismos subnacionales. Clanes que se acomodan a todos los gobiernos nacionales sin importar su signo ideológico. Haciendo gala de una enorme capacidad adaptativa han estado sin ningún rubor con Samper, Pastrana, Uribe, Santos, Duque y ahora con Petro.
Eso parece no entenderse aún desde el partido de gobierno y desde la derecha ideológica. El gobierno queriendo asegurar unas momentáneas mayorías parlamentarias que permitió que el control burocrático de las instituciones descentralizadas del orden nacional, la cooptación de Universidades, Corporaciones Autónomas y Cajas de Compensación, se mantuvieron intactas. Así las cosas, los clanes cómodamente tuvieron a su disposición todos los recursos institucionales y financieros para reproducirse en el poder. Perdimos la oportunidad de elevar la calidad de nuestra secuestrada democracia territorial. Y el Uribismo, salvo en el Cesar, estableció alianzas con los clanes con tal de derrotar al gobierno.
Vengo de una contienda electoral por la gobernación del departamento del Cesar que me permitió una constatación empírica del autoritarismo ejercido por un Clan. El Cesar ejemplifica muy bien la hegemonía del Clan Gnecco que sustituyó al Clan Araújo caído en desgracia por cuenta de la parapolítica. Se dio el lujo de escoger una candidata, ahora la gobernadora electa Elvia Milena Sanjuán, en etapa de juicio por celebración indebida de contratos. Impusieron una narrativa según la cual la competencia se reducía a rostros femeninos sin debate programático. O a un festival de orquestas y agrupaciones musicales que engalanaban la repartición exorbitante de dinero ilegal a líderes y candidatos a alcaldías, Asamblea y Concejos municipales. El derroche de dinero alcanzó para inundar y contaminar de publicidad todos los rincones, espacios y medios, como también para, según se dice, sobornar a algunos falsos competidores.
El triunfo de los Gnecco se facilitó por una inacción del Gobierno Nacional. Ante la ausencia del gobernador titular Luis Alberto Monsalvo Gnecco por la detención domiciliaria que lo ha obligado a separarse del cargo desde hace dos años y diez meses, pudo haber usado sus facultades legales nombrando a un gobernador encargado que no fuera de las entrañas del Clan, impidiendo así que siguiera mandando a sus anchas “Doña Cielo”, y no lo hizo.
Con los clanes políticos fortalecidos y el régimen político territorial intacto, es necio insistir en sumar lo que no puede ser sumado. Como también es una necedad afirmar que los resultados de las elecciones territoriales fueron un plebiscito contra el Gobierno. Pero sobre todo es insensato desconocer que, con los clanes intactos en las regiones, la democracia se degrada y los cambios corren el riesgo de convertirse en ave de corto vuelo.
Por: Antonio Sanguino