Un epitafio (del término griego epitaphios: “oración fúnebre”) es una inscripción que acompaña una tumba o lápida como una manera de honrar, recordar o representar lo que marca la esencia de la persona fallecida. Se trata de una tradición muy antigua en la que hemos apropiado citas, versos, inspirados o conmovedores mensajes y, no podía faltar, graciosas ocurrencias sobre las que pondré mi foco en este escrito.
Hay quienes, incluso, antes de su último suspiro dejan su mensaje de despedida como tarea irrefutable para sus dolientes. El célebre escritor y filósofo Marqués de Sade, conserva en su lápida un singular mensaje que nos recuerda su intenso trasiego existencial: “Si no viví más es porque no me dio tiempo”. El dramaturgo y poeta Molière, dejó en uno de sus sonetos el irónico mensaje que le serviría de epitafio: “Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”. Para el literato español Miguel de Unamuno también se usó el recurso de la ironía cuando se escribió sobre su sepultura: “Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. Ingenioso y mordaz también la frase que acompaña la tumba de la irreverente poetisa estadounidense Dorothy Parker: “Perdonad el polvo”. William Shakespeare, por su parte, dejó una sentencia clara cuando escribió él mismo su epitafio: “Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos”.
Dejando una sonrisa en la despedida
Ingenio y audacia es la que expresó el humorista Groucho Marx con el mensaje que nos dejó en el cementerio como para que sigamos celebrando su sentido de humor: “Perdonen que no me levante”. El también humorista mexicano Mario Moreno “Cantinflas” prolongó su legado de la risa cuando se inscribe en su sepultura: “Parece que se ha ido, pero no es cierto”. Algo semejante reposa en la última morada del célebre músico Johann Sebastian Bach, en su despedida nos deja sobre la tumba este mensaje: “Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga”.
En París, donde yace el Cardenal Richelieu llama la atención el epitafio de su lápida: “Aquí yace un famoso cardenal que hizo mucho bien y mucho mal; pero el bien lo hizo siempre mal y el mal lo hizo siempre bien”. Una manera de rememorar póstumamente su legado creativo fue la que usó Mel Blanc, el actor que doblaba personajes de Looney Tunes como Bud Bunny: “Eso es todo amigos”.
Versos de partida
Algunos de esos epitafios celebran el mundo azul y sublime de la creatividad poética, legado de los fallecidos. Para el poeta chileno: “Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid su tumba, debajo de su tumba se ve el mar”. El escritor español Juan Ramón Jiménez fue honrado con el epitafio que dice “… y cuando me vaya quedarán los pájaros cantando…”.
Mientras Quevedo increpa a la parca de esta manera: “Qué mudos pasos traes, ¡oh! muerte fría, pues con callados pies todo lo igualas”. Y Lord Byron nos deja este postrero mensaje: “Cuando pases por la tumba donde mis cenizas se consumen, ¡oh!, humedece su polvo con una lágrima”.
Los que dejaron un reclamo
Hubo epitafios dedicados a quienes tuvieron algo que ver con el fallecimiento del difunto. Jesse James fue un actor de cine quien murió víctima de su traicionero mejor amigo; su madre, en un acto de indignación y venganza escribió en su epitafio: “Asesinado por un cobarde y traidor cuyo nombre no merece figurar aquí”.
Miguel Mihura, dramaturgo y periodista español, dejó clara su advertencia desoída “Ya decía yo que ese médico no valía mucho”. En un cementerio de Minnesota se ha encontrado otro reclamo póstumo: “Fallecido por la voluntad de Dios y mediante la ayuda de un médico imbécil”. Otro, recogido en un cementerio del que se ha querido ocultar la identidad del finado reza otra advertencia: “Te dije que estaba enfermo”. Diógenes, el irreverente y sarcástico filósofo griego se despidió con este mensaje: “Al morir échenme a los lobos. Ya estoy acostumbrado”.
Epitafios variados
Una compilación selectiva de epitafios curiosos o ingeniosos de personajes conocidos y otros anónimos que se han divulgado, nos permite relacionar ilustradores ejemplos: “Aquí sigue descansando el que nunca trabajó” fue el epitafio para P. Melich quien seguramente flojeó mucho. La dama Gustava Gumersinda Gutiérrez Guzmán (1934 – 1989) ni fallecida pudo reconciliar a sus hijos como lo demuestra su lápida: “Recuerdo de todos tus hijos (menos Ricardo que no dio nada)”.
Un marido resentido no tuvo el perdón póstumo ni la compasión para su compañera: “Aquí descansa mi querida esposa Brujilda Jalamonte (1973 – 1997). Señor recíbela con la misma alegría con que yo te la mando”. Otro esposo de odios insepultos escribió a su difunta pareja: “Aquí yace mi mujer, fría como siempre”. Y qué tal el epitafio que un nuero puso a su suegra en Chile: “Aquí yaces y yaces bien, tú descansas y yo también”.
Otros epitafios de esta relación, nos hacen recordar que Jean Eustache se suicidó en la habitación de un hotel en cuya puerta dice: “Llame fuerte, como para despertar a un muerto”. Curioso también es: “Aquí descansa Pancrazio Juvenales. Buen esposo, buen padre, mal electricista casero”. En Cádiz, una lápida dice: “Si no nos vemos más, ya nos hemos visto bastante”. También en España, pero en León, una lápida nos revela un peculiar mensaje del muerto “viajero”: “Estoy muerto. Enseguida vuelvo”. Los hay de los que interpelan a los amigos y parientes: “Menos flores y traedme cerveza, cabrones”, otro reza “No llores hombre, que no tardas en alcanzarme”. “Game over” dejó escrito alguien seguramente ludópata.
Otros curiosos son: “Estoy aquí en contra de mi voluntad”, “No tengo nada más que decir”, “Que conste que yo no quería”. “Por fin polvo”, “Por fin dejé de fumar”, “Aquí os espero, de aquí no me muevo”, “Por fin he dejado de pagar facturas, “Me he mudado. Nueva dirección: cementerio. Ya estoy esperando a las visitas” y el intrigante “He dejado un millón de euros escondidos en…”
Los que pudieron ser
En la mayoría de los casos, un sobreviviente tiene la tarea de escribir por el difunto el epitafio, la muerte repentina a veces no permite un momento para ese postrero y definitivo mensaje que queda en la tierra mientras viajamos a las plenitudes cósmicas. Si no fuera así, de pronto Diomedes Díaz habría dejado como epitafio “No es nada que uno se muera, si no lo que dura muerto”, Poncho Zuleta diría “Por supuesto, ya me fui” y Jorge Oñate: “Te acabaste cabo ´e vela y ya ni quien te prenda”. Ah, y si alguien me pregunta qué preferiría que dijera mi epitafio, sería: “No jodo más”.
Abel Antonio Medina S.











