Con mucha frecuencia leemos que algunos científicos nos comentan sobre la obsesión por el crecimiento económico y que este se ha constituido en el obstáculo principal que enfrentan las políticas eficaces contra el calentamiento global. Esto implica que si el obstáculo al crecimiento puede ser puesto a un lado, entonces el mundo podrá actuar. Hemos […]
Con mucha frecuencia leemos que algunos científicos nos comentan sobre la obsesión por el crecimiento económico y que este se ha constituido en el obstáculo principal que enfrentan las políticas eficaces contra el calentamiento global. Esto implica que si el obstáculo al crecimiento puede ser puesto a un lado, entonces el mundo podrá actuar. Hemos visto que todos los análisis económicos concluyen que el obstáculo al crecimiento va de pequeño a muy pequeño. De acuerdo con los modelos, para la economía global no es una montaña que tenga que ser escalada sino apenas un lomo de burro callejero.
Alguien manifestó que decenas de estudios de modelaje económico habían sacado como conclusión: que el costo de reducir las emanaciones (CO2), sería diminuto. Incluso encontramos modelos que son incapaces de conjurar las grandes cifras que justificarían las predicciones de ruina económica que derivarían de las rápidas reducciones de emanaciones. Las criticas de los conservadores, cuyas cifras muestran que el costo de la mitigación sería apenas una fracción más grande que diminuto.
Sin embargo, existe otro hecho que toma excesivamente desconcertante la negativa a actuar. Los argumentos acerca del impacto económico de las políticas sobre el efecto invernadero están construidos sobre el supuesto fundamental de que vale la pena procurar los ingresos más elevados porque mejoran el bienestar de la gente. En los países ricos, y los modelos siempre son llevados a cabo en países ricos e interpretados en su aplicación en los países ricos por quienes toman decisiones en esos países, no existe una relación entre el crecimiento del PIB (producto interno bruto) y el bienestar nacional. Por encima de cierto umbral, más dinero no vuelve a la gente más feliz. Sostener como algunos economistas hacen implícitamente, que los estadounidenses van a ser menos felices de una manera medible si tienen que esperar hasta 2055 en lugar de hasta 2050 para ser el doble de ricos es absurdo. Incluso los especialistas en estadísticas que compilan las cifras reconocen que el PIB, no es una medida del bienestar de la nación: simplemente mide el valor final de los bienes y servicios producidos en un año. Como es bien sabido, el PIB no toma en cuenta la contribución del trabajo casero no remunerado a nuestro bienestar ni como está distribuido el crecimiento. Digamos entonces que mil millones de dólares adicionales agregan el mismo monto al bienestar nacional sin que importe si terminan en la cuenta bancaria de Bill Gates o en los bolsillos de la gente sin hogar. Además, el PIB, a menudo, cuenta los “males” “como bienes”. Un asesinato agrega cerca de un millón de dólares al PIB cuando se toma en cuenta el daño producido a todos los involucrados y los gastos de la policía, de los tribunales y del sistema carcelario. El asesinato es bueno para la economía. Lo mismo pasa con la distribución ambiental. Si se lo arrincona, hasta el economista ortodoxo va a reconocer que el crecimiento del PIB solo tiene una relación indirecta con el aumento del bienestar nacional.
Con mucha frecuencia leemos que algunos científicos nos comentan sobre la obsesión por el crecimiento económico y que este se ha constituido en el obstáculo principal que enfrentan las políticas eficaces contra el calentamiento global. Esto implica que si el obstáculo al crecimiento puede ser puesto a un lado, entonces el mundo podrá actuar. Hemos […]
Con mucha frecuencia leemos que algunos científicos nos comentan sobre la obsesión por el crecimiento económico y que este se ha constituido en el obstáculo principal que enfrentan las políticas eficaces contra el calentamiento global. Esto implica que si el obstáculo al crecimiento puede ser puesto a un lado, entonces el mundo podrá actuar. Hemos visto que todos los análisis económicos concluyen que el obstáculo al crecimiento va de pequeño a muy pequeño. De acuerdo con los modelos, para la economía global no es una montaña que tenga que ser escalada sino apenas un lomo de burro callejero.
Alguien manifestó que decenas de estudios de modelaje económico habían sacado como conclusión: que el costo de reducir las emanaciones (CO2), sería diminuto. Incluso encontramos modelos que son incapaces de conjurar las grandes cifras que justificarían las predicciones de ruina económica que derivarían de las rápidas reducciones de emanaciones. Las criticas de los conservadores, cuyas cifras muestran que el costo de la mitigación sería apenas una fracción más grande que diminuto.
Sin embargo, existe otro hecho que toma excesivamente desconcertante la negativa a actuar. Los argumentos acerca del impacto económico de las políticas sobre el efecto invernadero están construidos sobre el supuesto fundamental de que vale la pena procurar los ingresos más elevados porque mejoran el bienestar de la gente. En los países ricos, y los modelos siempre son llevados a cabo en países ricos e interpretados en su aplicación en los países ricos por quienes toman decisiones en esos países, no existe una relación entre el crecimiento del PIB (producto interno bruto) y el bienestar nacional. Por encima de cierto umbral, más dinero no vuelve a la gente más feliz. Sostener como algunos economistas hacen implícitamente, que los estadounidenses van a ser menos felices de una manera medible si tienen que esperar hasta 2055 en lugar de hasta 2050 para ser el doble de ricos es absurdo. Incluso los especialistas en estadísticas que compilan las cifras reconocen que el PIB, no es una medida del bienestar de la nación: simplemente mide el valor final de los bienes y servicios producidos en un año. Como es bien sabido, el PIB no toma en cuenta la contribución del trabajo casero no remunerado a nuestro bienestar ni como está distribuido el crecimiento. Digamos entonces que mil millones de dólares adicionales agregan el mismo monto al bienestar nacional sin que importe si terminan en la cuenta bancaria de Bill Gates o en los bolsillos de la gente sin hogar. Además, el PIB, a menudo, cuenta los “males” “como bienes”. Un asesinato agrega cerca de un millón de dólares al PIB cuando se toma en cuenta el daño producido a todos los involucrados y los gastos de la policía, de los tribunales y del sistema carcelario. El asesinato es bueno para la economía. Lo mismo pasa con la distribución ambiental. Si se lo arrincona, hasta el economista ortodoxo va a reconocer que el crecimiento del PIB solo tiene una relación indirecta con el aumento del bienestar nacional.