MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Al ex ministro Fernando Londoño Hoyos, después del atentado terrible y repudiable, lo atacan dos dolores. El primero, la muerte de su chofer y de su escolta, sus mejores amigos, como los llamó él mismo, dolor infinito de esos que comprimen el alma, además, cuando alguien antepone su vida a la de uno y la pierde, su memoria, su recuerdo, su familia, deben incrustarse en los más profundos sentimientos, no telúricos sino espirituales.
El segundo, un reloj. Al señor Londoño le duele mucho la pérdida de su reloj, ha acusado a uno de los paramédicos de habérselo apropiado, en fin, noticia que ya ha rodado por el mundo, así me la comentó mi amigo, el doctor Luis Augusto González: “La grandeza con la que venía hablando del atentado en su contra se vino al suelo con su materialismo por el extravío (robo dijo él) de su reloj Rolex. Su imagen se hizo terrenal, porque lo tenía en el Olimpo con los dioses”.
Cuando se regresa de las orillas de la muerte, como lo expresó el ex ministro, y sigue la vida, cuando todo un país estuvo clamando para que no se muriera, qué importan mil relojes sean de la marca que sean. En estos momentos cuando el ruido seco del bombazo resuena todavía y sigue perforando los tímpanos, ruido que se hará imborrable, como recordatorio de que su vida necesitó dos muertes para seguir, debe preguntarse ¿seguir para qué?, ¿para pensar en banalidades o en si la familia del chofer tiene a alguien que, sin reloj despertador, se levante todas las mañanas a luchar por el sustento o si en la del guardaspalda quedaron muchos sueños rotos, y cómo contribuir a rescatarlos?
Después de esa salvación asombrosa no es lo material lo importante, se estuvo a punto de cruzar la línea del dejar de ser, y hay que pensar: ¿qué quiere Dios de mí? O si no se cree en Dios, preguntarle a la vida ¿qué quiere que haga con el resto de existencia que queda?
El ex ministro tiene medios materiales, enorme capacidad intelectual, claridad política que lo pueden llevar a trabajar por los demás, a ser útil y oportuno no sólo en el periodismo, sino en el que lo necesita, su deuda con la vida está en esos que se levantan todos los día a manejar un carro, que no es de ellos, con esos del rebusque en las esquinas expuesto a explosiones, víctimas de un conflicto con el que no tienen que ver, con los que se desmayan haciendo colas para apartar una cita médica, con todos lo que pueda ayudar, uno quizás, sólo uno basta para hacer una buena obra y devolver algo de lo que se ganó en el acto monstruoso.
Todo esto no exime de reproche al paramédico acusado, si fue cierto que tomó el reloj, no es admisible el pillaje y menos cuando la víctima está inerme, cuando la sangre mancha de nuevo el suelo del país, cuando se confunden los sentimientos y el temor se atiza. Si es culpable, el castigo debe ser ejemplar, ya da fastidio que en Colombia se aprovechen los momentos tristes, caóticos, inundaciones, matanzas, desplazamientos, para delinquir y menos si el malandrín tiene un trabajo que lo puede ennoblecer: ayudar a las víctimas de los actos violentos, a los enfermos, a los desesperados.
Ya es hora de poner de moda los principios morales que se han perdido; ya es hora de entender que la vida está por encima de los oropeles, por costosos que ellos sean, ya es hora de salir de esta encrucijada, sí, ya es hora.











