COLUMNISTA

Un sacerdote demasiado franco 

Los actos humanos, conforme a las enseñanzas cristianas y a la ética universal, deben estar acompañados por un valor moral:  verdad, sabiduría, comprensión, templanza, fortaleza, prudencia, justicia, respeto, amor,  compasión, generosidad, empatía, etc. etc. 

Un sacerdote demasiado franco 

Un sacerdote demasiado franco 

Por: Rodrigo

@el_pilon

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Los actos humanos, conforme a las enseñanzas cristianas y a la ética universal, deben estar acompañados por un valor moral:  verdad, sabiduría, comprensión, templanza, fortaleza, prudencia, justicia, respeto, amor,  compasión, generosidad, empatía, etc. etc. 

El día 17 de junio un grupo de personas  mayores y niños, a las 11:30 de la mañana, nos reunimos en la imponente Catedral de Valledupar, con el noble objetivo del bautizo de tres niños, en un acto previo y luego enaltecido por la Sagrada Eucaristía, presidida por un sacerdote al que yo no había visto antes. 

La ceremonia litúrgica transcurría plácidamente, cuando, luego, ocurrió un acto destemplado del señor ministro del culto, en su discurso homilético. 

Dio instrucciones, batiendo tambor por las parejas casadas por el ministerio de la Iglesia católica, advirtiendo que solamente estas podían recibir la Sagrada Comunión, machacando una y otra vez, que no se acercaran las que vivieran en unión libre y tampoco las casadas civilmente, lo que ya es perfectamente normal. Allí, había muy pocas parejas  casadas por el rito religioso católico y muchas en las otras condiciones denostadas. Seguramente las madres de los bautizantes estaban en estas condiciones de estado civil desacreditado por el oficiante.

Me consta las molestias justificadas de las que se me acercaron y me preguntaron que si la legislación civil del Estado Colombiano podía ser desacreditada por un funcionario regido por el Estado Vaticano. Les respondí que es verdad que al respecto dicho Estado tiene sus propias leyes, las del Código Canónico, por ejemplo, y que desde esa perspectiva el sacerdote tenía razón,  pero que, en cambio, no debía referirse de la forma tan franca, como lo había declarado, a oídas de todos los presentes, porque esa exhortación, con especial énfasis, tan excluyente, no sólo significaba el cumplimiento de una  norma canónica sobre la materia, sino, además, un repudio manifiesto a su honesto estado civil, garantizado por las leyes del Estado Colombiano y  que quizá lo que pudiera estar ocurriendo es que este haya descuidado exigir un trato respetuoso al respecto. 

Ahora bien, no obstante esa tesitura infortunada, podemos decir que el mundo cristiano está alegre, estrenando Pontífice Máximo, quien, nada menos,  eligió para su ministerio, el nombre de  León XIV, seguramente queriendo significar que lo inspirarán los principios sociales y económicos, de la Encíclica Rerum Novarum, de su antiguo antecesor, León XIII. Ojalá se interesara, también, en remover los viejos conceptos del orden familiar y ‘aggiornarlos’ (actualizarlos), sin temor a humanizar más a la Iglesia, abriendo de manera más comprensiva y real, y caritativa, el cofre del depósito de la fe y 

la humanidad de Jesucristo a las gentes que quieren continuar siendo sus feligreses, según el llamado del amor,  el que Jesucristo  prodigó  a la Magdalena y a todos los pecadores, sin avergonzarlos, sin estigmatizarlos, sino atrayéndolos a su seno tal como son sus realidades humanas y no como deberían ser, según criterios excluyentes, con los cuales es improbable que el escaso número de católicos, 1.400 millones -más unos 680 millones de cristianos protestantes-, una minoría, a pesar de los esfuerzos favorables en el pasado del  Imperio Romano convertido,  contabiliza el mundo entre los 8.500  millones de habitantes del planeta tierra, llegue a ser un número por lo menos comparable a la cifra que suma el esoterismo, religiones y filosofías orientales, que son casi el doble de la sumatoria anterior, y más o menos el doble de todas ellas, carece de creencias religiosas. Ojalá las iniciativas y modificaciones en que se interese León XIV conduzcan a multiplicar el número de católicos; de tal manera que su fe sume y aglutine y no reste  y separe, desconociendo a los demás, faltando al don de la caridad. Yo resumiría diciendo, más Jesucristo, humano,  y un poco menos de divinidad, que es la piedra de toque de esta cuestión.

Por: Rodrigo López Barros.

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