“En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el profesor Philip Zimpardo (*) realizó un experimento de psicología social que consistía en dejar dos carros idénticos en dos barrios de New York, uno pobre y con presencia de violencia y otro en un lujoso sector; el caso es que luego de una semana el primer vehículo fue desvalijado y destruido y el segundo continuaba intacto; así que decidieron romper una ventana al segundo vehículo y en los próximos días fue totalmente destrozado y vandalizado”.
Este experimento social ha sido citado por miles de autores para mostrar una realidad innegable y es como nos vamos adaptando al medio, es lo que comúnmente llamamos “acostumbrarnos al paisaje” que hace que de tanto ver y vivir determinados comportamientos terminamos aceptando como normal lo inmoral, lo antiético, lo anti estético y lo inaceptable; en síntesis, el ser humano tira basura donde ve un basurero.
La prensa ya nos tiene acostumbrados a informarnos sobre el escándalo del día para lo cual se manejan convenientemente eufemismos como “polémico”, “presunto”, “probable”, cuando por acción u omisión nuestros servidores públicos cometen los más evidentes casos de corrupción, los cuales en una sociedad exigente serían repudiados y rechazados por todos, es decir, la sanción social sería tan determinante para que los ladrones lo piensen dos veces antes de cometer sus fechorías, pero en realidad terminan premiados por esta.
Recientemente un magistrado de la Corte Constitucional fue condenado por pedir dinero para fallar una tutela; el fiscal que fue nombrado para prevenir la corrupción fue encarcelado por corrupto; su jefe se hizo nombrar fiscal General de la nación con un extenso conflicto de intereses pues debía investigar a quien para el momento era su jefe y empleador; el mayor proyecto de construcción de una hidroeléctrica hoy es un proyecto casi fallido debido a todos los actos de corrupción y de negligencia comprobada de sus administradores; la ampliación de la refinería de Cartagena es otro capítulo amargo de este rosario de robos descarados al erario y así podríamos nombrar a través de la historia que ya casi olvidamos, como el Chase Manhattan, Dragacol, Chambacú, Foncolpuertos, Interbolsa, Seguro Social, Saludcoop, Telecom, Caprecom, la calle 26 en Bogotá, ISAGEN y el más escandaloso de todos que involucra a tres gobiernos, Odebrecht. Todos terminaron en pírricas condenas a mandos medios.
Los anteriores eventos tienen un común denominador, total y absoluta impunidad, y no solo es la impunidad legal, es la incapacidad de la justicia que no solo cojea, sino que no llega nunca, y no va a llegar porque se arma todo un entramado que consiste en ir ubicando parentelas y amistades entre las mismas entidades que se deben investigar entre sí para así garantizar la más burda burla a la sociedad y la traición a un Estado ciego, torpe y corrompido hasta las bases, que se desmorona a pedazos.
La otra impunidad es la de esa misma sociedad que avala y acepta al tramposo, al pícaro y al indecente, porque nos deslumbran con su nueva vida de magnates y famosos que luego nos presumen en redes sociales: su diseño de sonrisa en camionetas de último modelo.
Quienes nos deberían dar lección de moral, de rectitud, de liderazgo moral, debido a la dignidad que le hemos concedido, plagian tesis, usan los bienes públicos para ostentar su egolatría, mienten sin pudor alguno y actúan con total convencimiento que por haber sido puestos en calidad de servidores y/o administradores de lo público cuentan con patente para apropiarse de manera burda del erario, y cuando son cuestionados o puestos en evidencia sacan del cajón la misma frase de siempre: “…He pedido a todas las autoridades y a los organismos de control, para que se haga una exhaustiva investigación, dar con los responsables y que les caiga todo el peso de la ley”.
Si quien lleva la basura en sus manos no encuentra un basurero a su paso, tiene la opción de tirarla en plena calle a la vista de quienes le van a reprochar el acto, o llevársela a su casa y vivir con ella como modo de vida, igual deberían hacer con su vida de bandidos si la sociedad los rechaza.












