Quienes me conocen saben que soy un animal político; desde muy chiquito este tema llamó mi atención y me dediqué a entenderlo, a estudiarlo, a pensarlo. Tenía 10 años cuando, para las elecciones presidenciales de 1986, le puse mucha atención a los debates y pronunciamientos en campaña de Álvaro Gómez Hurtado y, quien fuera elegido, Virgilio Barco. Los planteamientos de Gómez me fascinaron: su claridad intelectual, sus posturas frente a un estado que debía liberarse de la corrupción, sus creencias y posturas sobre las guerrillas comunistas, no sólo me atraparon y convencieron, me hicieron conservador.
Lo sigo siendo, de derecha, convencido de que el Estado se ha construido a partir de un contrato social en el que los ciudadanos recibimos unos beneficios a cambio de una nacionalidad que impone tributos. Creo firmemente en que el Estado debe mantener el monopolio de las armas, que debe propender por cerrar las brechas sociales, que debe defender la propiedad privada y la generación de riqueza por parte de los privados; creo en que éstos últimos deben dedicarse a la producción de bienes y servicios y en que el Estado debe hacerse a un lado cuando la iniciativa privada tiene espacios para satisfacer necesidades sociales. Aquellas actividades que no interesen al sector privado deben ser desarrolladas por el público. En todo esto creo.
He tenido la oportunidad de conversar con muchos políticos en mi vida. Admiro que tuvieron la valentía que a mí me faltó para seguir ese camino y una buena conversación con ellos siempre ha sido estimulante. A Miguel Uribe en su momento le aconsejé que se esperara 8 años más para aspirar a la Presidencia; cuando se lo manifesté guardó silencio, no se pronunció al respecto y una sonrisa me dejó claro que esa propuesta no sería acogida.
Estaba decidido a lanzarse, a buscar su espacio en la Casa de Nariño, al igual que lo hiciera su abuelo en 1978. Lejos estaba yo de pensar lo que vendría para él, para su familia, para su hijo Alejandro, para esta Colombia que hoy lo llora. Miguel luchó siempre, perdió a Diana, su mamá, a los 4 años; y durante los últimos 65 días, se dedicó por completo a su batalla más importante: sobrevivir a un atentado infame, execrable… mi amigo no lo logró.
Miguel, como pocos, tenía a Colombia en la cabeza. Entendía perfectamente la manera de articular el Estado para generar seguridad y bienestar, crecimiento económico, condiciones sociales mucho mejores. Era de convicciones firmes, claras, de su madre aprendió a no negociar sus principios y honró siempre esa enseñanza. Era un bien tipo, generoso, sensible, por estos días lo hemos visto en noticieros tocando piano y acordeón, cantando, pegando ladrillos, recorriendo el país explicándole a la gente, como cuando le dispararon cobardemente, lo que había que hacer para salir de esta crisis.
Miguel fue el senador más votado de Colombia, contó con mi voto, su juventud era inversamente proporcional a su capacidad de trabajo y ejecución. Buen concejal de Bogotá, excelente secretario de Gobierno durante la última Alcaldía de Enrique Peñalosa, extraordinario senador, serio, juicioso, cumplidor, exigente, entregado a la labor legislativa y a ejercer control político sobre el ejecutivo. Miguel deja un vacío enorme en el Congreso de la República, hasta sus detractores en el Capitolio lo reconocieron por su compromiso con la defensa de la democracia y del imperio de la ley.
Hoy lo extrañamos, lo lloramos, lo valoramos, hoy Miguel hace falta. Luchó por dos largos meses, soñamos con su recuperación, inspiró a cientos de miles, su cara se hizo visible todos los días en periódicos y noticieros. Ahora su ausencia duele y amarga la que antes era la más deliciosa taza de café. Está abrazando a su mamá, a su abuela y lo visualizo hablando con Álvaro Gómez acerca de los sueños que ambos dejaron planteados pero inconclusos gracias a la maldad de algunos; el primero murió saliendo de la Universidad Sergio Arboleda el viernes 2 de noviembre de 1995 y, a Miguel, le dispararon en un parque bogotano el sábado 6 de junio del 2025. Infame.
Por: Jorge Eduardo Ávila.












