La familia es la célula fundamental de la sociedad y el origen del tejido social. Lo afirmo desde la academia, la filosofía, la teología, la biología e incluso la política. En todos los planos, la familia es la base sobre la cual se sostiene la humanidad.
Desde la teoría del capital social, el sociólogo Robert Putnam afirmó que las redes primarias como la familia fomentan valores esenciales para la vida democrática: confianza, reciprocidad y participación cívica. Sin estos, no hay sociedades sanas.
También, el funcionalismo estructural sostiene que la familia es esencial para la socialización primaria y la estabilidad. En ella se aprenden roles, normas y se forma la conciencia colectiva.
Este principio no es solo académico. Organismos como la ONU y UNICEF afirman que la familia es la unidad fundamental de la sociedad. Es un derecho consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que la reconoce como núcleo natural del desarrollo sostenible.
¿Por qué hablar de sostenibilidad al hablar de familia? La respuesta es biológica. Jane Goodall documentó en chimpancés roles de cuidado materno, transmisión de conocimiento, protección grupal y rituales de duelo. La supervivencia depende de esos lazos.
Desde la biología evolutiva, Robert Trivers afirma que la cooperación familiar y el cuidado parental son estrategias evolutivas en mamíferos, incluido el ser humano.
La filosofía también respalda esto. Aristóteles sostenía que la familia (oikos) es anterior al Estado y constituye la primera forma de asociación humana.
Desde la teología, la Biblia presenta a la familia como mandato ético. Génesis 2:24 declara: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer”. Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en su camino…”. Los vínculos formativos determinan principios que impactan a toda la sociedad.
Pero no siempre la familia cuida. Muchas veces es ahí donde nacen heridas. Se nota cuando una persona creció con principios sólidos, y también cuando no.
La familia forma, pero también fractura. Hablar de familia no es idealizarla, es reconocer su impacto. Reconstruir el tejido social requiere volver a la raíz: cómo amamos, criamos y acompañamos.
Desde la psicología, la teoría del apego demostró que los vínculos afectivos con cuidadores primarios son esenciales. Abraham Maslow situó la pertenencia y el amor como base para la autorrealización. ¿Y dónde nace ese sentido, si no en la familia?
Desde lo jurídico y político, esto es claro. La Constitución de Colombia, en el artículo 42, declara: “La familia es el núcleo fundamental de la sociedad.” Y lo es también en lo económico.
El sistema global se sostiene sobre el trabajo de cuidado no remunerado, históricamente ejercido por mujeres: crianza, alimentación, acompañamiento de enfermos y mayores. Sin ese trabajo invisible, las economías colapsarían.
Hace poco vimos la imagen del concejal Cristian Moreno con su esposa Zulibeth y su hija. Más de un año después del accidente que cambió su vida, esa foto no mostraba dolor, sino resistencia, amor y dignidad nacidos del vínculo familiar.
Verlos confirmó lo escrito aquí. Enfrentar duelos unidos como familia es un acto de reconstrucción social. Cuando no hay familia que nos sostenga, ¿cómo enfrentamos este mundo tan despiadado?
Esa imagen no representó una ideología. Representó una verdad humana: la familia es el primer refugio, la primera institución y, a veces, la única esperanza.
La familia no es perfecta. Pero es más que una forma de organización: es una estructura universal de cuidado, cultura y sostén. El tejido social se construye, sobre todo, con vínculos familiares.
Por: Sara Montero Muleth.
