Hasta hace unos años pendía como un trofeo en la pared del pequeño estudio, pero mi madre lo regaló. Era el tiple de mi papá, con el que animó numerosas parrandas y dio serenatas.
Hay gente que no lo olvida. Óscar Amaya, nostálgico, me dijo: ‘Escribe que tu papá tocaba el tiple, con mi papá, Rafael Amaya, con Nicolasito, con mi hermano Egidio y conmigo, animábamos eventos y parrandas en Villanueva”, y nos detuvimos a recordar, a esta edad nos gusta mucho, recordar.
Ya Julio Oñate me había preguntado: ¿Por qué, si el tiple es un instrumento del interior del país, tu papá lo tocaba, cómo llegó a él? No sé exactamente cómo se dio ese encuentro, porque yo no había nacido, y se me pasó preguntarle cuando lo escuchaba y me solazaba con su música: al parecer se lo trajo un amigo de Chiquinquirá. Y como él y mi tío José Manuel, ‘Bullaranga’, tenían un oído envidiable, aprendió solo.
Detrás de ese tiple hubo muchas anécdotas que escuché cuando mi papá y sus amigos gozaban recordándolas, como esa, cuando se formó el conjunto celestial, como lo llamaba mi mamá: el tío José Manuel, con el violín, era un virtuoso, aprendió solfeo solo y le enseñó a mi papa; Poncho Cotes, rasgaba, de vez en cuando una guitarra y cantaba; Lucho Pimienta, con su flauta y su voz alta; daban serenatas todos los fines de semana.
Llegó una atractiva señorita, Alba Castro, a Manaure, iba a temperar, como decían antes, en la casa de sus papás llena de flores y perfumes, a una cuadra de la nuestra. El conjunto celestial se preparó para darle la serenata de bienvenida.
La noche serena, el cielo lípido, la luna grande rielaba a su gusto y se reía enamorada de la sabana verde y perfumada. El grupo de músicos se plantó ante la puerta de los Castro, se les había unido un señor Cotes, de La Paz, él solo quería acompañar.
Sonó el violín, entraron luego la guitarra y el tiple y se escuchó la nota limpia de la flauta. Poncho, acompañado de Chiche Mazeneth, que pasaba unos días en el poblado, entonó: “…y en la penumbra vaga, de tu pequeña alcoba…” cuando de pronto fueron interrumpidos por un vozarrón: “¿Compadre Lucho, tiene por ahí un tabaco?”
Se hizo de inmediato un silencio amenazador: Lucho batió la flauta contra el suelo, Poncho, protestó: “Cómo se le ocurre interrumpir un momento tan romántico con esa petición tan agreste”; el tío Bullaranga, sin decir nada, se fue calle arriba con su violín; y terminaron en mi casa con ganas de fusilar al señor Cotes, que les había dañado la serenata. Pero al rato, terminaron parrandeando con el profanador y en el silencio de Manaure se escucharon las voces enamoradas de la vida: “…Cuando la brisa de invierno se cuela…”
Tiempos sanos, románticos, en los que el tiple alegre de mi papá estuvo presente. El tiple con el que enamoró a mi mamá, con el que acompañaba la canción que tanto le repetía: “Yo tengo ya la casita…”











