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El Señor de los Milagros

Sería un verdadero “pecado” estar en Cali y no ir a Buga a saludar al Señor de los Milagros. Ese fue nuestro plan para el festivo del 7 de agosto.

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Sería un verdadero “pecado” estar en Cali y no ir a Buga a saludar al Señor de los Milagros. Ese fue nuestro plan para el festivo del 7 de agosto. De corazón acompañé las marchas de solidaridad por el absurdo fallo contra el presidente Uribe, pero en plan familiar me enfoqué en visitar la Basílica y luego disfrutar un delicioso sancocho en Ginebra. Obviamente, oraciones por el futuro de Colombia, por los míos, por la vida que tenemos, por nuestros trabajos, por la salud de mi Frida —nuestra hija perruna recién operada—, entre otros, motivaron mi peregrinar.

Salimos de Cali por el norte, por Dapa, y tomamos la carretera Panorama. Paisajes increíbles cerca al Lago Calima nos llevaron a Buga. Me sorprendió el orden para ingresar y visitar al Milagroso. Una larga fila sobre el andén paralelo a la Basílica avanzaba tranquilamente mientras los feligreses caminaban frente a la imagen de 1,7 metros de alto por 1,3 de ancho. Nunca imaginé que este Cristo fuera tan grande. Transmite paz.

Afuera, en una tienda, compré un escapulario y una veladora blanca, con la que se piden gracias relacionadas con la salud; otra vez, mi Frida presente. Salimos después de una hora de espera y seguimos a Ginebra para probar su famoso sancocho. Más paisajes de ensueño y excelente malla vial nos condujeron al municipio.

El Festival del Mono Núñez está muy presente: en las calles, los tiples hacen parte del entorno. Limpio, fresco, de fachadas bien pintadas, lo cruzamos y salimos a la vereda Costa Rica, buscando un restaurante famoso con capacidad para cientos de comensales: Albania. ¡Qué delicia! Tienen que visitarlo: su sancocho, chuletas vallunas, hojaldras… ¡espectaculares!

Así regresamos a la Sultana del Valle, cansados pero contentos y, sobre todo, esperanzados. Nuestras oraciones fueron escuchadas. Increíble: al salir de la Basílica, hablé con mi esposa y Frida mostraba mejoría; sigue delicada, pero mejor. ¡Vamos con toda, Frida! La fe sí mueve montañas.

Esta Cali enamora. Uno se siente abrazado por la brisa del Malecón del Río. Recomiendo visitar el Hotel Obelisco, en la zona de La Tertulia, donde venden empanadas únicas: pequeños cubos crujientes rellenos de carne con papa; y si, como lo hice, agregan aborrajados, marranitas y una lulada, tocan el cielo.

Curioso ver a los meseros salir del hotel, cruzar la calle por una cebra, y surtir las mesas. Bandejas van y vienen mientras los semáforos en rojo permiten el paso. Funciona muy bien.

El motivo más importante de celebración este 7 de agosto —además del recuerdo respetuoso de la Batalla de Boyacá— es que, exactamente en un año, un nuevo presidente se posesionará. Confiamos en que se unirán los precandidatos que buscan revertir los resultados del actual gobierno. Cambios que, lejos de generar progreso, nos han atrasado. Quienes lo hemos combatido y queremos dejarlo atrás, veremos florecer a Colombia desde la primera vuelta, o desde la segunda —ojalá ganemos en primera con contundencia— y consolidaremos el verdadero cambio. Lo hemos esperado por más de tres años —desde que Fico no entró a segunda vuelta en 2022— y en un año estará a la vuelta de la esquina. Como he dicho antes, a Petro y sus locuras le restan cinco meses en la práctica, hasta enero de 2026, cuando las elecciones lo relegarán al olvido. ¡Qué emoción! Así tiene que ser y así será.

Por: Jorge Eduardo Ávila.

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