Por estos días el mundo católico, del que orgullosamente hacemos parte todos en mi familia, está expectante siguiendo la evolución de la salud del Papa Francisco. Una gripa que se complicó y llegó a bronquitis obligó a la internación del Sumo Pontífice en el Policlínico Gemelli, en Roma. Este hospital, el más grande de Roma, el segundo más grande de Italia, y fundado en 1964, es el encargado histórico de atender a los padres de la Santa Iglesia Universal cuando enferman, con gran éxito. En una habitación que siempre se destina al papa, aislada, el monseñor argentino Jorge Mario Bergoglio ocupa una de las 1.575 camas con que cuenta este centro de salud.
El Papa Francisco, que el 17 de diciembre pasado cumplió 88 años, fue elegido Pontífice el 13 de marzo del 2013, es decir, esta semana completó 12 años como Vicario de Cristo. Asumió una vez el Papa Benedicto XVI -a quien tuve la oportunidad de ver varias veces en vivo en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, Alemania, por allá en agosto de 2005-, renunció y se procedió con el cónclave que lo eligió en la quinta votación. El único latinoamericano que ha detentado semejante dignidad ha sido un papa polémico, especial. Llegó a refrescar a la Iglesia católica, se hizo a un lado de ciertos rituales fastuosos que, desde el uso de zapatos rojos en determinadas ceremonias, hasta el transportarse en un Papamóvil de lujo, eran incoherentes con su concepción del “deber ser de un papa” y esto generó, en la mayoría de la grey, una bocanada de oxígeno que necesitábamos.
El Papado migró, del Pontífice alemán, uno de los más importantes intelectuales de los últimos 100 años, escritor como pocos, gran pensador, a uno sensible, humilde, cercano a la gente, tranquilo, flexible en sus maneras. Sin duda cada Papa se destaca por temas que hacen parte de su identidad y objetivos como cabeza de la Iglesia, pero todos han tenido que enfrentar presiones, ambientes raros -podría decirse, tóxicos- que ponen su existencia en riesgo, en peligro. Si no, basta con recordar al querido Albino Luciani -el Papa Juan Pablo I-, que sólo duró 33 días en el cargo, luego de que diferentes mafias que percibían los cambios positivos que con él se avecinaban, lo declararan objetivo militar y actuaran en consecuencia. Aceptar esos designios, por divinos que sean, es admirable.
El Papa nacido en Buenos Aires me cae bien, pero en esa relación, respetuosa por demás, no todo ha sido color de rosa. Dos situaciones la ensombrecen. Y ambas son políticas. La primera, el haber visitado a Colombia durante el mal llamado proceso de paz con las FARC. Aunque el gobierno Santos quiso abusar del Papa involucrándolo directamente con el apoyo al proceso y reconocemos que Francisco no permitió que eso sucediera, su visita fue inoportuna. Ese proceso es y siempre será, ante nuestros ojos jurídicos, ilegal, inconstitucional, violó toda la normatividad, las buenas maneras del derecho. Pero además miren a esta Colombia años después de su firma: caos total, más muerte y miseria, más pobreza. Seguramente el pasado de izquierda del Papa lo trajo al país, pero eso no estuvo bien. Obviamente para los guerrilleros su visita fue preciosa. Nosotros aún la cuestionamos y no la compartimos.
La segunda, involucra temas geopolíticos. Aquí Bergoglio nos hizo recordar con nostalgia al gran Juan Pablo II, enemigo acérrimo de la izquierda mezquina que él padeció directamente cuando su Polonia natal era parte de la Cortina de Hierro, mamertismo que a la postre, de la mano de Reagan, Thatcher y Gorbachov, derrotó. Cuando Nicolás Maduro yacía contra las cuerdas y no podía respirar, Francisco I y el nefasto Rodríguez Zapatero -entonces presidente del Gobierno español-, le apoyaron y le hicieron llegar una válvula de oxígeno que al día de hoy lo mantiene con vida; artificial, pero con vida. Eso es imperdonable, el Papa firmó el destino de Venezuela y la sentenció a la ruina. La misma ruina que Petro y compañía quieren para Colombia.
Le deseamos al Papa pronta y total recuperación y que no se meta más en política. Mil veces amén.
Por: Jorge Eduardo Ávila.












