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El poder de sus palabras

“No faltó ni una sola de todas las buenas promesas que el Señor había hecho. Todas se cumplieron” (Josué 21:45)

Valerio Mejia Columnista

Valerio Mejia Columnista

Por: Valerio

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“No faltó ni una sola de todas las buenas promesas que el Señor había hecho. Todas se cumplieron” (Josué 21:45)

Hay promesas que nos sostienen cuando todo lo demás se derrumba. Palabras que Dios ha hablado a nuestro corazón en momentos de oración, de necesidad o de profundo silencio. A veces parecen tan lejanas, que dudamos si fueron reales. Pero la Biblia es clara: lo que Dios promete, lo cumple. Josué lo testificó al ver con sus propios ojos cómo cada promesa se hizo realidad. No quedó ni una fuera. No se perdió ninguna. Cada palabra de Dios llegó a su destino. Y esa verdad, que fue cierta para ellos, sigue siéndolo para nosotros hoy.

A diferencia de las promesas humanas, tan frágiles y sujetas a cambios, la Palabra de Dios es firme, inmutable y eterna. Cada vez que Él habla, lo hace con total conocimiento del presente, del futuro y de todo lo que hay entre ambos. Ninguna palabra suya cae al suelo sin propósito. Ninguna promesa se disuelve en el tiempo. Cuando Dios dice algo, lo respalda con todo el peso de su carácter: Él es fiel.

El profeta Samuel fue un ejemplo viviente de esa verdad: todo lo que hablaba como profeta se cumplía. Pero también es una invitación para nosotros: si Dios no deja caer su palabra, ¿por qué nosotros habríamos de soltarla? No se trata de aferrarnos a ilusiones, sino de sostenernos en lo que Él ya dijo, porque su Palabra no es un deseo, sino una promesa activa.

En el caso de Abraham, los años pasaron y la promesa parecía cada vez más inverosímil. Sin embargo, Abraham no soltó la palabra recibida. No porque viera señales alentadoras, sino porque conocía a quien la había pronunciado. Finalmente, Isaac nació. Y con él, la confirmación de que Dios no falla, incluso cuando todo lo natural dice lo contrario.

Hay una palabra para cada corazón. En cada etapa de la vida, la fidelidad de Dios se manifiesta con una promesa hecha a la medida de nuestro corazón. Las Escrituras no solo nos muestran historias pasadas, sino espejos de nuestras propias vivencias.

Para el corazón afligido, las palabras de Dios son un refugio seguro. En medio del dolor, cuando las lágrimas no cesan, podemos descansar sabiendo que el Dios que prometió estar con nosotros en el valle de sombra lo cumple fielmente. Él no abandona: consuela.

Para el corazón cansado, sus palabras son esperanza. Tal vez llevas años orando sin ver fruto, esperando sin señales. Pero aun en el aparente silencio, Dios está trabajando. Su Palabra sigue viva y en proceso. Recuerda: las raíces crecen antes de que los frutos se vean.

Para el corazón confiado, las promesas son el anuncio de una nueva temporada. Cuando creemos con firmeza, caminamos con gozo. No porque veamos, sino porque sabemos. Y cuando llega el cumplimiento, entendemos que cada espera, cada oración, cada paso de fe, valió la pena.

Dios es la certeza que nos sostiene. No necesita circunstancias favorables para cumplir lo que ha dicho. Él es la circunstancia que lo cambia todo. Si hoy te encuentras esperando, confiando, perseverando, no te desanimes. Él no ha olvidado lo que te prometió. Sus palabras no tienen fecha de expiración, ni caen en el olvido.

Aun cuando los caminos parezcan cerrados, su fidelidad los abrirá. Aun cuando el calendario parezca en contra, su propósito prevalecerá. Y cuando todo se haya cumplido, comprenderás que cada promesa fue un acto de amor, no solo un acto de poder.

El Dios que promete, también cumple. ¡Siempre!

Saludos y bendiciones en Él.

Por: Valerio Mejía Araújo.

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