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Doña Cira Oñate de Muñoz y las aguateras: guardianas del agua, forjadoras del alma sandiegana

El 70 % de nuestro cuerpo es agua. Podemos sobrevivir semanas sin alimento, pero apenas unos días sin este líquido vital. Sin agua, no hay vida.

Doña Cira Oñate de Muñoz y las aguateras: guardianas del agua, forjadoras del alma sandiegana

Doña Cira Oñate de Muñoz y las aguateras: guardianas del agua, forjadoras del alma sandiegana

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El 70 % de nuestro cuerpo es agua. Podemos sobrevivir semanas sin alimento, pero apenas unos días sin este líquido vital. Sin agua, no hay vida. Y antes de que existieran los acueductos, eran las mujeres quienes cargaban ese milagro en tinajas sobre sus cabezas, recorriendo caminos, despertando al amanecer, forjando comunidad. Eran las aguateras, esas mujeres fuertes, resistentes y silenciosas que alimentaron con cada paso la existencia de sus pueblos. Y sin embargo, fueron invisibles.

Hoy, gracias a la visión y al espíritu inquebrantable de doña Cira María Oñate de Muñoz, San Diego, Cesar, rescata del olvido una de sus tradiciones más profundas y poderosas: la de las tinajeras aguateras. Por más de 7 años, esta mujer ejemplar ha liderado un movimiento cultural y social para rendir tributo a quienes, como Margarita Rosado y tantas otras, recorrieron las calles desde el río Chiriamo con el peso del agua y el amor por su gente.

Cira, mujer de fe, hospitalaria, madre de 8 hijos y voluntaria por más de 5 décadas en salud comunitaria, ha sido mucho más que una defensora de esta tradición. Ella la vivió, la encarnó, la sirvió y ahora la inmortaliza. Su legado ha tocado corazones, impulsado carnavales, vestido plazas y avivado la identidad cultural de todo un municipio. Hoy, gracias a su iniciativa, se busca institucionalizar el vestido típico de las aguateras, organizar desfiles folclóricos, y activar la economía local con la producción de tinajas, carrozas y trajes típicos.

No se trata solo de un homenaje simbólico. Es una recuperación viva de la memoria, una declaración de principios: la dignidad de lo sencillo, el poder del servicio, el rol de la mujer como dadora de vida y cultura. Las aguateras eran las médulas sociales de un pueblo. Iban al río o al pozo, cargaban agua, pero también llevaban noticias, anécdotas, chismes, penas y alegrías. En sus rutas fluía no solo el líquido vital, sino la vida misma.

Cira nos recuerda que el agua también es espíritu, comunidad y familia. En su casa, verdadero centro de acogida de médicos, sacerdotes, vecinos y visitantes ilustres, el valor de servir con alegría y entrega fue siempre el norte. A sus más de 80 años sigue siendo jardinera, cocinera, creyente y, sobre todo, un símbolo viviente de esperanza y compromiso.

Su testimonio, inspirado por el Evangelio de la samaritana que calmó la sed del hijo de Dios, nos conecta con una idea poderosa: las mujeres son fuente de vida y valores. Su hija Gloria lo dice con claridad: “Somos vasijas que ahora entienden su propósito. Mi madre sembró en nosotros el agua buena, la que purifica y renueva”.

Y es que no hay gesto más sagrado que dar agua al sediento. Cira lo supo y dedicó su vida a ello. Fue voluntaria de AVHOS por décadas, acompañó enfermos, tocó puertas, impulsó la construcción del Hospital El Socorro, y creó el programa “Recuperando la familia y sus tradiciones”. Hoy, su propuesta de desfile tradicional con 25 comparsas, su esfuerzo por rescatar el vestido típico, y su visión de hacer del carnaval una celebración viva de la identidad sandiegana, son una joya que debemos preservar.

Por eso, es justo y urgente que el nombre de Cira Oñate de Muñoz quede inscrito en la historia grande de San Diego. Porque ella sembró raíces, valores, fe y comunidad. Porque a través de su ejemplo, entendemos que sin agua no hay vida, y sin mujeres como ella, no hay sociedad.

Que su legado sea perpetuado por su familia, quienes han demostrado tener el mismo espíritu de servicio y amor por San Diego. Que esta historia no se diluya, sino que corra, como el río Chiriamo, por generaciones. Y que las aguateras, esas heroínas del silencio, nunca más sean invisibles.

Por: Hernán Restrepo.

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