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Coloquios sobre la oración

Ninguna insistencia en la Biblia dada a los hombres es más urgente que la del mandato de orar. Ninguna exhortación es más fuerte, más solemne y más estimulante que la que se hace sobre la oración. Ningún principio es inculcado tan fuertemente como aquel que dice que debemos orar siempre y no desmayar.

Valerio Mejia Columnista

Valerio Mejia Columnista

Por: Valerio

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“Clama a mí y yo te responderé…” (Jeremías 33,3)

Ninguna insistencia en la Biblia dada a los hombres es más urgente que la del mandato de orar. Ninguna exhortación es más fuerte, más solemne y más estimulante que la que se hace sobre la oración. Ningún principio es inculcado tan fuertemente como aquel que dice que debemos orar siempre y no desmayar.

La pregunta del millón es: ¿son los hombres y mujeres de hoy personas de oración? Los profetas de los tiempos antiguos se lamentaban de que, en días de gran necesidad, como los de hoy, no hubiese nadie que se acordara de clamar a Dios. Hoy la indolencia y la indiferencia nos han robado la capacidad de orar. Es fácil ver cómo la oración era un factor decretado en los tiempos de la iglesia primitiva, y cómo sus líderes tenían que ser personas de oración. Y cómo Jesucristo mismo, en su ministerio personal y en su relación con Dios, era grande y constante en su oración.

En estos tiempos difíciles que vivimos, las posibilidades de la oración son ilimitadas y su necesidad es insuperable. Nuestros días tienen la imperiosa necesidad de hombres y mujeres a través de los cuales Dios pueda traer al mundo sus grandes movimientos con mayor plenitud. Nuestra nación tiene la gran necesidad de personas que busquen insaciablemente a Dios, hasta que su clamor sea escuchado.

El ingrediente dominante de toda oración es la fe, sin la cual es imposible agradar a Dios, y también imposible orar. Aquellas ideas según las cuales la oración era solo responsabilidad del clero están en retirada. Las causas de Dios, sus obligaciones, sus esfuerzos y sus éxitos descansan con la misma presión en el púlpito y en los asientos del templo. Es decir, la carga de la oración es para todos los creyentes.

La oración es el instrumento de la revelación divina. Es a través de la oración como Dios se revela al alma espiritual. Dios se muestra a la persona que ora. En todas las edades, Dios se ha manifestado a través de la oración. Cuando esta fracasa, el gobierno de Dios se debilita. Esto hace que debamos orar por todas las personas. La oración intercesora es traer la gracia de Dios a otros.

Por supuesto que debemos orar por las cosas, pero las oraciones por las personas son más importantes. Las personas son más importantes que las cosas porque están más profundamente involucradas en la voluntad de Dios. Todo esto hace de la oración un asunto serio que debemos asumir con alegría y responsabilidad. La oración es una ocupación para el momento y para la eternidad, una responsabilidad que va más allá de cualquier otra, y que está por encima de cualquier vocación u ocupación.

Nuestras oraciones nos involucran a nosotros mismos; es un asunto que abraza la eternidad, involucra el cielo y la tierra. ¿Cuántos de nosotros hemos fallado al no ir a ese glorioso tiempo con Dios para conocer el poder transformador de la oración? ¡Qué difícil parece ser para la iglesia entender que todo el plan de redención depende de la oración! ¡Qué extraño que, en lugar de aprender esta importantísima lección, el cristianismo moderno la haya cambiado por entretenimiento y superficialidad!

Querido amigo: ¡volvamos a la oración! Recuperemos lo perdido y disfrutemos de la dulce compañía del Señor en oración. Recuerda: ¡si clamamos, Dios nos responderá!

Mis oraciones contigo…

Por: Valerio Mejía.

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