COLUMNISTA

Cinturones de castidad

MISCELÁNEA Por Luis Augusto González Pimienta Las reglas de convivencia social varían dependiendo de la época y del lugar pero siempre existen, bien como normas escritas ora como consuetudinarias y con carácter preventivo o represivo. Las normas represivas operan como mecanismo de defensa de la sociedad y pueden ser exitosas o ineficaces. Las preventivas también […]

Cinturones de castidad

Cinturones de castidad

canal de WhatsApp

MISCELÁNEA

Por Luis Augusto González Pimienta

Las reglas de convivencia social varían dependiendo de la época y del lugar pero siempre existen, bien como normas escritas ora como consuetudinarias y con carácter preventivo o represivo. Las normas represivas operan como mecanismo de defensa de la sociedad y pueden ser exitosas o ineficaces. Las preventivas también pueden ser más o menos eficaces, pero sus efectos no son fácilmente cuantificables.

El cúmulo de prevenciones que siguen al hombre en el transcurso de su vida le generan desde alteraciones de conducta poco perceptibles hasta verdaderos trastornos mentales. De allí que con frecuencia, por el agobio de múltiples limitaciones, anhele vivir en una isla desierta rodeado de la naturaleza y alejado de sus congéneres.

En la Edad Media estuvo en boga el cinturón de castidad, que fue un método preventivo de los maridos desconfiados, para impedir que sus mujeres les fueran infieles cuando ellos iban a las guerras. Los recientes descubrimientos de amoríos adulterinos han puesto sobre el tapete la opción de retornar a estos adminículos vergonzosos que ponen en duda la fidelidad de las esposas, como si con ello se pudiera impedir la deslealtad. “No hay puerta que no se abra, ni candado que no se rompa”, solía decir mi abuelo. Y Marroquín, “Es flaca sobremanera / toda humana previsión / pues en más de una ocasión / sale lo que no se espera”.

Aunque poco se menciona, también existió el cinturón de castidad para los hombres. Algunos textos refieren que se utilizaban por los monjes de los conventos para evitar actos impuros. Sin poder impedirlo, asocié el método con los episodios protagonizados por altos prelados de la Iglesia Católica norteamericana, que acusados de pederastia, merecieron el pronunciamiento del Santo Padre condenando la falta y su encubrimiento.

Con la gracia del perdón se puede defender a los sacerdotes y obispos cuestionados, como ovejas descarriadas de un redil. Pero no es cosa fácil. La ofensa al pudor teniendo como víctima a un niño, es tanto más grave cuanto sea la confianza depositada en el agresor. Es merecedora de la máxima pena legalmente estipulada. ¡Pero qué importa la sanción legal! Ella no compensa el daño que se causa a la víctima, a sus familiares y a la feligresía toda.

Los sacerdotes son apóstoles de la doctrina cristiana. Su misión es predicar el Evangelio, enseñar los principios de la fe, orientar la conducta humana por caminos de rectitud. Sus actuaciones se someten al escrutinio público con mayor rigor que la de los laicos, pues voluntariamente han escogido la vida monacal que implica privaciones. Fallarle a sus discentes es fallarle a Dios y a los hombres.

El asunto no se remedia con la expulsión de algunos curas rijosos, ni con el pago de millonarias indemnizaciones. Es más de fondo. Implica profundizar sobre la conveniencia de mantener el celibato. Mientras se resuelve, bien valdría la pena volver al cinturón de castidad, versión para varones.

******

P.S. Me uno a la celebración de los diecisiete años de existencia de EL PILÓN y al reconocimiento que se le hizo al fundador, a los directivos,  jefes de sección, personal administrativo y operativo. Lo hago extensivo a los que no reciben estipendio alguno y fueron omitidos: los columnistas.

Valledupar, 27 de junio de 2011

TE PUEDE INTERESAR