El cañaguate es un super árbol por su belleza y su capacidad de adaptación; en verano se desnuda para soportar la sequía, pierde todas sus hojas para evitar la eliminación de agua en sus tejidos y de esa manera regula el equilibrio hídrico. Dice una leyenda que “frente a la ambición de los conquistadores que […]
El cañaguate es un super árbol por su belleza y su capacidad de adaptación; en verano se desnuda para soportar la sequía, pierde todas sus hojas para evitar la eliminación de agua en sus tejidos y de esa manera regula el equilibrio hídrico. Dice una leyenda que “frente a la ambición de los conquistadores que profanaban las tumbas de los caciques en busca del precioso metal dorado, el dios de los indígenas arhuacos, Serankua, decide esconder el oro, lo derrite de las guacas para que suba por las raíces de algunos árboles, y se riegue por los tallos y las ramas. Uno de esos árboles es el cañaguate, en el interior de su tallo y de sus ramas está regado el amarillo brillante del metal, y con el intenso calor del verano parte del oro se diluye y tiñe todas sus flores. El árbol muere cuando se agota el oro en su interior”.
Las flores de cañaguate abren sus envolturas con las brisas de enero, la belleza de su esplendor oculta los demás colores, inclusive hasta el arco iris. El amarillo encendido es la esencia de la luz. Para los ciegos es el último color que se aleja de su retina. Para la pintura el amarillo es un color primario, al igual que el rojo y azul; es cálido, da la impresión de avanzar hacia el espectador y transmite una sensación de cercanía. Detenerse a observar un cañaguate florecido es levitar en la magia de la luz.
¿Cuál es el secreto del esplendor amarillo en las flores de cañaguates? Para los estudiosos de la física, el color es un fenómeno luminoso, y explican que la luz que viene del sol es una mezcla de siete colores (los del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta), cada color tiene una longitud de onda especifica. Las estructuras moleculares de las sustancias presentes en las envolturas florales del cañaguate absorben las longitudes de ondas de seis colores, menos la del color amarillo, que la rechazan o reflejan y por eso toman esa coloración. Como este árbol florece en pleno verano, cuando el cielo está despejado y el brillo del sol es más intenso, sus flores se ven radiantes.
Las flores del roble, moradas y veteadas con líneas blancas, parecen campanas de viento en el paisaje vallenato. El hábitat natural de este árbol no es el clima cálido, pero aquí se ha adaptado, porque la generosidad de la tierra vallenata es también para las plantas; en las mañanas de febrero y de marzo muchas calles de Valledupar amanecen adornadas por una sedosa estera de colores formada por las flores moradas de roble.
Una invocación a la estética de la vida es este bullir de campanas de vientos que caen de los robles, para que el color gris del pavimento se llene de festividad vegetal. Esbeltas mujeres taconean en zigzag para no pisar la belleza de las flores y con sonrisas en sus ojos contemplan los colores de la sedosa estera. He visto ancianos abrir caminos con su bastón para que la serenidad otoñal de sus pies no anticipe el tiempo final de las flores. En el mes de abril, cuando empiece a llover se verán en el cerro de La Popa y otros lugares alrededor del río Guatapurí las fascinantes flores amarillas del árbol de Puy, que muchos confunden con el cañaguate.
El cañaguate es un super árbol por su belleza y su capacidad de adaptación; en verano se desnuda para soportar la sequía, pierde todas sus hojas para evitar la eliminación de agua en sus tejidos y de esa manera regula el equilibrio hídrico. Dice una leyenda que “frente a la ambición de los conquistadores que […]
El cañaguate es un super árbol por su belleza y su capacidad de adaptación; en verano se desnuda para soportar la sequía, pierde todas sus hojas para evitar la eliminación de agua en sus tejidos y de esa manera regula el equilibrio hídrico. Dice una leyenda que “frente a la ambición de los conquistadores que profanaban las tumbas de los caciques en busca del precioso metal dorado, el dios de los indígenas arhuacos, Serankua, decide esconder el oro, lo derrite de las guacas para que suba por las raíces de algunos árboles, y se riegue por los tallos y las ramas. Uno de esos árboles es el cañaguate, en el interior de su tallo y de sus ramas está regado el amarillo brillante del metal, y con el intenso calor del verano parte del oro se diluye y tiñe todas sus flores. El árbol muere cuando se agota el oro en su interior”.
Las flores de cañaguate abren sus envolturas con las brisas de enero, la belleza de su esplendor oculta los demás colores, inclusive hasta el arco iris. El amarillo encendido es la esencia de la luz. Para los ciegos es el último color que se aleja de su retina. Para la pintura el amarillo es un color primario, al igual que el rojo y azul; es cálido, da la impresión de avanzar hacia el espectador y transmite una sensación de cercanía. Detenerse a observar un cañaguate florecido es levitar en la magia de la luz.
¿Cuál es el secreto del esplendor amarillo en las flores de cañaguates? Para los estudiosos de la física, el color es un fenómeno luminoso, y explican que la luz que viene del sol es una mezcla de siete colores (los del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta), cada color tiene una longitud de onda especifica. Las estructuras moleculares de las sustancias presentes en las envolturas florales del cañaguate absorben las longitudes de ondas de seis colores, menos la del color amarillo, que la rechazan o reflejan y por eso toman esa coloración. Como este árbol florece en pleno verano, cuando el cielo está despejado y el brillo del sol es más intenso, sus flores se ven radiantes.
Las flores del roble, moradas y veteadas con líneas blancas, parecen campanas de viento en el paisaje vallenato. El hábitat natural de este árbol no es el clima cálido, pero aquí se ha adaptado, porque la generosidad de la tierra vallenata es también para las plantas; en las mañanas de febrero y de marzo muchas calles de Valledupar amanecen adornadas por una sedosa estera de colores formada por las flores moradas de roble.
Una invocación a la estética de la vida es este bullir de campanas de vientos que caen de los robles, para que el color gris del pavimento se llene de festividad vegetal. Esbeltas mujeres taconean en zigzag para no pisar la belleza de las flores y con sonrisas en sus ojos contemplan los colores de la sedosa estera. He visto ancianos abrir caminos con su bastón para que la serenidad otoñal de sus pies no anticipe el tiempo final de las flores. En el mes de abril, cuando empiece a llover se verán en el cerro de La Popa y otros lugares alrededor del río Guatapurí las fascinantes flores amarillas del árbol de Puy, que muchos confunden con el cañaguate.