Por: Valerio Mejía
“…El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre del Señor y apóyese en su Dios” Isaías 50:10
Los tiempos de tinieblas y ausencia de luz nos tocan a todos. Afectan tanto al discípulo fiel y al creyente obediente como al que vive ajeno y distante como si Dios no existiera.
Hay tiempos cuando no sabemos qué hacer o de cara a algunas situaciones de la vida, no sabemos qué camino tomar. A veces el cielo se oscurece con nubes y la clara luz celestial no ilumina nuestras sendas. Otras veces nos sentimos como atravesando un camino a tientas por la densa oscuridad
No son pocos los cristianos que viven en un continuo estado de inquietud y otros en un estado de indignación y angustia. El vivir en paz en medio del tumulto diario de la vida, es un secreto que vale la pena reconocer y asimilar.
El andar en tinieblas es atormentarse y esto jamás ayudó a nadie. Eso nunca abrió ningún camino para que alguien saliera de la perplejidad y encontrara la luz. El carecer de luz nos lleva a la inquietud, al afán y la preocupación y esto se refleja en las líneas del rostro, el tono de la voz y la falta de alegría en el espíritu.
Queridos amigos lectores, ¿Cómo estamos viviendo hoy? ¿Qué es lo debemos hacer en tiempos de oscuridad, cuando hemos perdido el rumbo que no logramos retomar? Escucha: ¡Confiar en el nombre del Señor y echarnos en los brazos fuertes de nuestro Dios!.
Así pues, lo primero que tenemos que hacer es nada. Para nuestra naturaleza humana esto es una cosa muy difícil de hacer. Uno de los principios claves de la administración moderna es: “Cuando no sepas qué hacer, no lo hagas”.
Cuando nos abalanzamos hacia un dique de niebla espiritual, caminando en tinieblas, y tratamos de quebrantarlo a la fuerza, estamos cometiendo un grave error; debemos disminuir la velocidad de la maquinaria de la vida, si es necesario anclar la barca de nuestra vida y dejarla amarrada balanceante, y simplemente confiar y esperar en Dios y mientras hacemos el espacio en la quietud y el silencio, Dios puede obrar a favor nuestro. Ya Dios había advertido acerca de la futilidad de confiar en Egipto, recordando que la fortaleza estaría en la quietud: “En la quietud y en la confianza estará vuestra fortaleza”.
Lo contrario, si nos atormentamos y angustiamos impedimos que Dios haga algo por nosotros. Si nuestras mentes están perturbadas y nuestros corazones afligidos, si las tinieblas que cubre nuestros caminos nos causa espanto, si corremos de aquí para allá haciendo esfuerzos vanos para encontrar una salida del lugar de la prueba en que nos encontramos y donde hemos sido colocados por la providencia Divina para enseñarnos, formarnos y hacernos madurar, hasta crecer y llegar un día hasta la estatura de la plenitud de Cristo; entonces, si es así, el Señor no podrá hacer nada por nosotros.
La paz de Dios, esa paz inefable que sobrepasa todo pensamiento y que guarda y protege nuestras vidas, tiene que sosegar nuestras mentes y dar descanso a nuestros corazones.
Debemos dar nuestra mano a Dios, como lo hacen los niños pequeños cuando van a cruzar una calle peligrosa y dejar que con la pericia de sus manos nos conduzca por sendas de paz y caminos de amor, donde brille la luz esplendorosa del sol de su amor y su justicia.
Siempre será una demostración de debilidad el indignarnos y atormentarnos, el dudar y el desconfiar. Eso nos incapacita para accionar con sabiduría y obstaculiza que nuestras mentes tomen decisiones acertadas. Desafortunadamente, casi siempre preferimos luchar y hundirnos luchando y pataleando que permanecer quietos y flotando por medio de la fe.
Caros amigos: ¡Reposemos por medio de la gracia! ¡Cuánto vale el permanecer callado y reconocer que el Señor es Dios! Dios conoce el camino por los bosques de oscuridad. Apoyémonos en sus brazos y confiemos que él nos sacará por el sendero más corto y más seguro.
Una niña pequeña subió a un ascensor medio vacío, agarrada de la mano de su padre, en la medida que el ascensor se fue llenando haciendo estaciones en varios pisos, la pequeña se fue arrinconando y quedó casi asfixiada por el tumulto de rodillas y caderas de la gente. Angustiada alzó los ojos hacia su padre y simplemente levantó sus brazos indicando que la cargara. Cuando éste la levantó, quedó por encima del nivel de las cabezas de la gente y sonrió complacida.
Cuando nuestro camino sea tortuoso y oscuro, levantemos nuestros brazos y dejemos que los fuertes brazos de Dios nos levanten por encima del nivel de las circunstancias. ¡Desde el nivel de los brazos de nuestro Dios, las cosas se pueden ver diferentes!
De una cosa estoy seguro: El Santo de Israel defenderá y librará a los suyos. Su voluntad permanece para siempre. Dios merece que confiemos en él.
Hoy te invito a que volvamos al reposo del Señor y recostemos nuestra cabeza sobre el seno de nuestro Dios.
¿Quieres orar? Dile conmigo: “Querido Dios, te ruego que seas la luz que ilumine mi camino. Gracias porque podemos confiar en ti y tus brazos aún soportan el peso de nuestras vidas. Eres bienvenido a mi corazón. Amén”
Recuerda: Jesús es la luz. Es como antorcha que alumbra en lugar oscuro.
Te mando un abrazo de amor en Cristo.
valeriomejia@etb.net.co












