A comienzos de esta semana me llama desde Barranquilla el abogado guajiro Euro Amaya, uno de mis buenos amigos, que a la vez hace de corresponsal en buena parte del Caribe colombiano y que me surte de temas para esta columna, y me expone una problemática que observa en el vallenato moderno y que es […]
A comienzos de esta semana me llama desde Barranquilla el abogado guajiro Euro Amaya, uno de mis buenos amigos, que a la vez hace de corresponsal en buena parte del Caribe colombiano y que me surte de temas para esta columna, y me expone una problemática que observa en el vallenato moderno y que es un fenómeno relativamente reciente, totalmente desconocido en las épocas gloriosas de nuestra música.
Para llegar al punto concreto, objeto de análisis en esta entrega, se hace necesario recordar cómo fue expandiéndose y masificándose nuestro folclor vallenato en el territorio nacional. Sin duda que el nacimiento de la Industria fonográfica en Colombia y de la radiodifusión, llegaron de la mano con los cantos de Alberto Fernández, Bovea, Buitrago y luego Abel Antonio, Alejo, Luís Enrique y demás.
Por aquellas épocas de los años cuarenta del siglo pasado y durante más de medio siglo, nuestros músicos vallenatos emplearon la cadena de la industria cultural para llegar al éxito, es decir, se tocaban las puertas en las casas disqueras, se grababan las canciones, luego se tocaban las puertas de las emisoras y si esas canciones sonaban, estos músicos conseguían contratos para tocar en bailes y verbenas populares a lo largo y ancho del territorio del país.
Según la inquietud de mi amigo Euro, la cual muchos analistas de esta música deben también estar echándole cabeza, en los albores del siglo XXI hemos conocido el rompimiento de este sistema. Ahora los artistas llegan al éxito por otros medios, es decir, no es necesario que graben su música, ni que sus canciones suenen insistentemente en las emisoras, como se requería antes.
Hoy no nos explicamos cómo algunos artistas vallenatos sin haber pasado por la industria de las grabaciones y de las emisoras, ya son exitosos, e incluso, tocan y llenan escenarios o conciertos, más que aquellos que aún se mantienen grabando y publicitando su música en los medios convencionales.
Dicho de otra manera, al artista ahora primero se le conoce de manera presencial que en la radio y la televisión, lo que antes era casi impensable. A muchos cantantes de esta época no se les conoce la interpretación de una canción inédita, cantan, gustan y pegan con la música que dejaron Diomedes, Oñate, Rafael Orozco y demás.
La industria cultural sin duda viene cambiando de una forma vertiginosa y nuestros músicos por ejemplo ya no necesitan grabar LPS de 12 o 15 canciones cada año, como se hacía a finales del siglo pasado, ahora muchos graban un sencillo cada seis meses, por supuesto, con su correspondiente video que debe adquirir muchas vistas en redes sociales y lo demás ya llega por añadidura.
Para corroborar estos nuevos paradigmas, basta con observar cómo muchos de los artistas vallenatos famosos llevan años sin hacer nuevas producciones musicales y, sin embargo, se mantienen vigentes y en constante actividad.
Piedra angular de todo este fenómeno son las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, especialmente las redes sociales y apps que han desplazado en buena parte a algunos medios tradicionales.
COLOFÓN: Definitivamente Tomás Alfonso Zuleta es un gladiador insuperable, con sus actitudes folclóricas y a ratos extravagantes ha conseguido mantenerse contra viento y marea entre los artistas vallenatos de la época dorada, que siguen dando de qué hablar. Para estas festividades decembrina su excelente trabajo musical titulado ‘El Juglar y el Rey de Reyes’ está buenísimo, lo recomiendo.
A comienzos de esta semana me llama desde Barranquilla el abogado guajiro Euro Amaya, uno de mis buenos amigos, que a la vez hace de corresponsal en buena parte del Caribe colombiano y que me surte de temas para esta columna, y me expone una problemática que observa en el vallenato moderno y que es […]
A comienzos de esta semana me llama desde Barranquilla el abogado guajiro Euro Amaya, uno de mis buenos amigos, que a la vez hace de corresponsal en buena parte del Caribe colombiano y que me surte de temas para esta columna, y me expone una problemática que observa en el vallenato moderno y que es un fenómeno relativamente reciente, totalmente desconocido en las épocas gloriosas de nuestra música.
Para llegar al punto concreto, objeto de análisis en esta entrega, se hace necesario recordar cómo fue expandiéndose y masificándose nuestro folclor vallenato en el territorio nacional. Sin duda que el nacimiento de la Industria fonográfica en Colombia y de la radiodifusión, llegaron de la mano con los cantos de Alberto Fernández, Bovea, Buitrago y luego Abel Antonio, Alejo, Luís Enrique y demás.
Por aquellas épocas de los años cuarenta del siglo pasado y durante más de medio siglo, nuestros músicos vallenatos emplearon la cadena de la industria cultural para llegar al éxito, es decir, se tocaban las puertas en las casas disqueras, se grababan las canciones, luego se tocaban las puertas de las emisoras y si esas canciones sonaban, estos músicos conseguían contratos para tocar en bailes y verbenas populares a lo largo y ancho del territorio del país.
Según la inquietud de mi amigo Euro, la cual muchos analistas de esta música deben también estar echándole cabeza, en los albores del siglo XXI hemos conocido el rompimiento de este sistema. Ahora los artistas llegan al éxito por otros medios, es decir, no es necesario que graben su música, ni que sus canciones suenen insistentemente en las emisoras, como se requería antes.
Hoy no nos explicamos cómo algunos artistas vallenatos sin haber pasado por la industria de las grabaciones y de las emisoras, ya son exitosos, e incluso, tocan y llenan escenarios o conciertos, más que aquellos que aún se mantienen grabando y publicitando su música en los medios convencionales.
Dicho de otra manera, al artista ahora primero se le conoce de manera presencial que en la radio y la televisión, lo que antes era casi impensable. A muchos cantantes de esta época no se les conoce la interpretación de una canción inédita, cantan, gustan y pegan con la música que dejaron Diomedes, Oñate, Rafael Orozco y demás.
La industria cultural sin duda viene cambiando de una forma vertiginosa y nuestros músicos por ejemplo ya no necesitan grabar LPS de 12 o 15 canciones cada año, como se hacía a finales del siglo pasado, ahora muchos graban un sencillo cada seis meses, por supuesto, con su correspondiente video que debe adquirir muchas vistas en redes sociales y lo demás ya llega por añadidura.
Para corroborar estos nuevos paradigmas, basta con observar cómo muchos de los artistas vallenatos famosos llevan años sin hacer nuevas producciones musicales y, sin embargo, se mantienen vigentes y en constante actividad.
Piedra angular de todo este fenómeno son las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, especialmente las redes sociales y apps que han desplazado en buena parte a algunos medios tradicionales.
COLOFÓN: Definitivamente Tomás Alfonso Zuleta es un gladiador insuperable, con sus actitudes folclóricas y a ratos extravagantes ha conseguido mantenerse contra viento y marea entre los artistas vallenatos de la época dorada, que siguen dando de qué hablar. Para estas festividades decembrina su excelente trabajo musical titulado ‘El Juglar y el Rey de Reyes’ está buenísimo, lo recomiendo.