Para sacarle el mayor provecho a este tiempo de gracia es necesario tener los sentidos en alerta, pues nadie sabe con exactitud cuándo llegará el Dios encarnado: “Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre”. (Mateo 24-36).
El pasado 10 de diciembre continuamos celebrando el segundo domingo de Adviento, cuyo significado etimológico se deriva de la voz latina “adventus” que significa venida. Los católicos dedicamos las cuatro semanas que preceden a la Navidad, para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Salvador. Es un tiempo de gracia que debemos aprovechar para meditar en el encuentro con el que está por venir. ¿Cómo está nuestra conciencia? ¿Hemos persistido en aquellas conductas que nos alejan de Dios? ¿Hemos sido solidarios con nuestro prójimo?
Para sacarle el mayor provecho a este tiempo de gracia es necesario tener los sentidos en alerta, pues nadie sabe con exactitud cuándo llegará el Dios encarnado: “Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre”. (Mateo 24-36).
La feliz espera no debe estar precedida de excesos que nos conduzcan al adormecimiento de nuestros sentidos, tampoco puede traducirse en la cultura del uso de la pólvora, con sus lamentables consecuencias, o de lo meramente comercial, pues ello nos aparta del verdadero sentido de la Navidad. Debemos recibir al Rey de Reyes, con alegría, con humildad, y con un corazón limpio, acordémonos “un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias”. (Salmo 51-19).
Ojalá se mantenga la tradición de hacer el pesebre, rezar la novena navideña, con fervor, para ponernos propiciar una verdadera reflexión espiritual. Ojalá que en la Novena no solo participen nuestros niños, sino que cuente con la presencia de nosotros los adultos.
Nos orienta el Santo Padre Francisco que: “Velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a dar y servir. ¡Eso es velar! El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de establecer relaciones verdaderamente humanas, por la incapacidad de hacerse cargo de nuestro hermano aislado, abandonado o enfermo”.
Nota de cierre: mis mejores deseos por una Feliz Navidad y un Venturoso año nuevo. Esta columna entrará en vacaciones y reaparecerá, si Papa Dios y la Virgen María así lo quieren, en el mes de enero/2024 ¡Hasta entonces!
Por: Darío Arregocés Baute / [email protected]
Para sacarle el mayor provecho a este tiempo de gracia es necesario tener los sentidos en alerta, pues nadie sabe con exactitud cuándo llegará el Dios encarnado: “Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre”. (Mateo 24-36).
El pasado 10 de diciembre continuamos celebrando el segundo domingo de Adviento, cuyo significado etimológico se deriva de la voz latina “adventus” que significa venida. Los católicos dedicamos las cuatro semanas que preceden a la Navidad, para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Salvador. Es un tiempo de gracia que debemos aprovechar para meditar en el encuentro con el que está por venir. ¿Cómo está nuestra conciencia? ¿Hemos persistido en aquellas conductas que nos alejan de Dios? ¿Hemos sido solidarios con nuestro prójimo?
Para sacarle el mayor provecho a este tiempo de gracia es necesario tener los sentidos en alerta, pues nadie sabe con exactitud cuándo llegará el Dios encarnado: “Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino solo el Padre”. (Mateo 24-36).
La feliz espera no debe estar precedida de excesos que nos conduzcan al adormecimiento de nuestros sentidos, tampoco puede traducirse en la cultura del uso de la pólvora, con sus lamentables consecuencias, o de lo meramente comercial, pues ello nos aparta del verdadero sentido de la Navidad. Debemos recibir al Rey de Reyes, con alegría, con humildad, y con un corazón limpio, acordémonos “un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias”. (Salmo 51-19).
Ojalá se mantenga la tradición de hacer el pesebre, rezar la novena navideña, con fervor, para ponernos propiciar una verdadera reflexión espiritual. Ojalá que en la Novena no solo participen nuestros niños, sino que cuente con la presencia de nosotros los adultos.
Nos orienta el Santo Padre Francisco que: “Velar no significa tener los ojos materialmente abiertos, sino tener el corazón libre y orientado en la dirección correcta, es decir, dispuesto a dar y servir. ¡Eso es velar! El sueño del que debemos despertar está constituido por la indiferencia, por la vanidad, por la incapacidad de establecer relaciones verdaderamente humanas, por la incapacidad de hacerse cargo de nuestro hermano aislado, abandonado o enfermo”.
Nota de cierre: mis mejores deseos por una Feliz Navidad y un Venturoso año nuevo. Esta columna entrará en vacaciones y reaparecerá, si Papa Dios y la Virgen María así lo quieren, en el mes de enero/2024 ¡Hasta entonces!
Por: Darío Arregocés Baute / [email protected]