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Columnista - 2 abril, 2020

A propósito del sorprendente Covid-19

La expectativa de la vida humana depende de múltiples factores, tales como hábitos, autocuidado, estilos de vida saludables, cobertura y acceso oportuno a la atención de la salud, saneamiento básico y ambiental, etcétera. Pero cuando la gente se enferma solo tiene tres perspectivas posibles (recupera la salud, queda con secuelas, o se muere); en realidad, […]

La expectativa de la vida humana depende de múltiples factores, tales como hábitos, autocuidado, estilos de vida saludables, cobertura y acceso oportuno a la atención de la salud, saneamiento básico y ambiental, etcétera. Pero cuando la gente se enferma solo tiene tres perspectivas posibles (recupera la salud, queda con secuelas, o se muere); en realidad, nadie sabe cuál será, aunque haya mejor atención sanitaria y perfeccionamiento tecnológico.

Si bien con el avance científico, la pirámide estadística del resultado terapéutico de las enfermedades se ha invertido, porque el guarismo universal de muertes causadas por las enfermedades ha disminuido notoriamente, ya que los curados son más y menos los que quedan con secuelas. Sin embargo, el enorme avance científico, especialmente en los países más desarrollados, ha envejecido a la población, la cual, por condiciones propias de la vejez, sus vidas son vulnerables ante cualquier enfermedad, especialmente a las transmisibles por decadencia del sistema inmunológico.

Si la cuarentena obligatoria nos tiene en polémicas por cuestiones más que todo de índole económico, imaginémonos los sufrimientos de nuestros antepasados, épocas en que toda terapéutica era rudimentaria. Para no remontarnos a episodios epidémicos tan antiguos, pongamos dos ejemplos más recientes. Uno de estos ejemplos es la Peste Bubónica también conocida como Peste Negra producida por la bacteria Yersinia pestis, trasmitida por la picadura de pulgas parasitas de algunos roedores. Según registros históricos este brote epidémico azotó el Imperio Bizantino bajo el mando del emperador Justiniano I, en el siglo VI d. C. con mortalidad cercana a 50 millones de personas. Otra epidemia por la misma bacteria, tema de varios libros, desempolvados con ocasión de la pandemia del Covid-19, ocurrió en el siglo XIV y mató a unos 200 millones de personas en Asia, África y Europa. Historiadores narran que en el continente europeo murió entre el 25% y el 60% de sus habitantes, y debido a tal mortandad los salarios aumentaron por la escasez de mano de obra. Analistas catalogan tan infausto suceso como el despertar del desarrollo económico en Europa.

El brote viral originado el pasado diciembre en la ciudad de Wuhan, China, tratado como simple gripa, porque nadie pensó en que este virus supuestamente banal llegaría a poner en emergencia sanitaria a los países más poderosos del mundo, en confinamiento obligatorio a más de un tercio de la población mundial, a infectar a un sexto de la población global, con letalidad actual cercana a 50 mil personas de las contagiadas.

La prioridad mundial es contener la propagación del Covid-19, que hace menos de tres meses produjo la primera muerte por neumonía grave, a un hombre que laboraba   en un mercado de  susodicha ciudad, donde vendían animales salvajes portadores de coronavirus similares al causante de SARS (Síndrome respiratorio agudo grave), también originario de otra provincia china en 2002, que fue contenido rápidamente, pero en corto tiempo contagió cerca de 10 mil personas y entre estos produjo más de 700 muertos.

El nuevo virus tiene menor mortalidad y se disemina de la misma forma, lo sorprendente es su rapidez de propagación, además pareciera que su periodo de incubación es impredecible y lo más grave no hay tratamiento para combatirlo y la vacuna apenas comienza su fabricación. Lo sensato es imponer una cuarentena mínima por 40 días, porque la estrategia de acordeón podría ser más costosa, tanto en la cantidad de muertos, como en lo concerniente a lo económico.

Columnista
2 abril, 2020

A propósito del sorprendente Covid-19

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

La expectativa de la vida humana depende de múltiples factores, tales como hábitos, autocuidado, estilos de vida saludables, cobertura y acceso oportuno a la atención de la salud, saneamiento básico y ambiental, etcétera. Pero cuando la gente se enferma solo tiene tres perspectivas posibles (recupera la salud, queda con secuelas, o se muere); en realidad, […]


La expectativa de la vida humana depende de múltiples factores, tales como hábitos, autocuidado, estilos de vida saludables, cobertura y acceso oportuno a la atención de la salud, saneamiento básico y ambiental, etcétera. Pero cuando la gente se enferma solo tiene tres perspectivas posibles (recupera la salud, queda con secuelas, o se muere); en realidad, nadie sabe cuál será, aunque haya mejor atención sanitaria y perfeccionamiento tecnológico.

Si bien con el avance científico, la pirámide estadística del resultado terapéutico de las enfermedades se ha invertido, porque el guarismo universal de muertes causadas por las enfermedades ha disminuido notoriamente, ya que los curados son más y menos los que quedan con secuelas. Sin embargo, el enorme avance científico, especialmente en los países más desarrollados, ha envejecido a la población, la cual, por condiciones propias de la vejez, sus vidas son vulnerables ante cualquier enfermedad, especialmente a las transmisibles por decadencia del sistema inmunológico.

Si la cuarentena obligatoria nos tiene en polémicas por cuestiones más que todo de índole económico, imaginémonos los sufrimientos de nuestros antepasados, épocas en que toda terapéutica era rudimentaria. Para no remontarnos a episodios epidémicos tan antiguos, pongamos dos ejemplos más recientes. Uno de estos ejemplos es la Peste Bubónica también conocida como Peste Negra producida por la bacteria Yersinia pestis, trasmitida por la picadura de pulgas parasitas de algunos roedores. Según registros históricos este brote epidémico azotó el Imperio Bizantino bajo el mando del emperador Justiniano I, en el siglo VI d. C. con mortalidad cercana a 50 millones de personas. Otra epidemia por la misma bacteria, tema de varios libros, desempolvados con ocasión de la pandemia del Covid-19, ocurrió en el siglo XIV y mató a unos 200 millones de personas en Asia, África y Europa. Historiadores narran que en el continente europeo murió entre el 25% y el 60% de sus habitantes, y debido a tal mortandad los salarios aumentaron por la escasez de mano de obra. Analistas catalogan tan infausto suceso como el despertar del desarrollo económico en Europa.

El brote viral originado el pasado diciembre en la ciudad de Wuhan, China, tratado como simple gripa, porque nadie pensó en que este virus supuestamente banal llegaría a poner en emergencia sanitaria a los países más poderosos del mundo, en confinamiento obligatorio a más de un tercio de la población mundial, a infectar a un sexto de la población global, con letalidad actual cercana a 50 mil personas de las contagiadas.

La prioridad mundial es contener la propagación del Covid-19, que hace menos de tres meses produjo la primera muerte por neumonía grave, a un hombre que laboraba   en un mercado de  susodicha ciudad, donde vendían animales salvajes portadores de coronavirus similares al causante de SARS (Síndrome respiratorio agudo grave), también originario de otra provincia china en 2002, que fue contenido rápidamente, pero en corto tiempo contagió cerca de 10 mil personas y entre estos produjo más de 700 muertos.

El nuevo virus tiene menor mortalidad y se disemina de la misma forma, lo sorprendente es su rapidez de propagación, además pareciera que su periodo de incubación es impredecible y lo más grave no hay tratamiento para combatirlo y la vacuna apenas comienza su fabricación. Lo sensato es imponer una cuarentena mínima por 40 días, porque la estrategia de acordeón podría ser más costosa, tanto en la cantidad de muertos, como en lo concerniente a lo económico.