“Estimada es a los ojos del Señor la muerte de sus santos” (Salmos 116,15)
Esta es la despedida a una madre. Un adiós con esperanza para Elvira. En el marco de la versión número 58 del Festival, y tan solo a nueve días de la partida del último de sus hermanos; nuevamente, nos encontramos frente a la realidad de decir adiós a una madre, un ser que ha sido pilar de nuestras vidas, un corazón que ha latido largamente por cada uno de nosotros, guiándonos con su amor incondicional. Todavía la tristeza nos invade, la ausencia se siente profunda, y el dolor de perderla parece indescriptible. Sin embargo, en medio de este pesar, hay una verdad que nos da consuelo: su amor no ha terminado. Su legado perdura en cada uno de nosotros, y su memoria sigue viva, recordándonos la importancia de la fe, la familia y el amor que nunca falla.
Me he preciado de decir que soy el hijo mayor de Elvira y Jaime Álvarez, me adoptaron y pasé con ellos los mejores años de mi niñez. Aún mantengo viva su lealtad a toda prueba, su capacidad de servicio y su amor incondicional. Cuando una madre parte, lo hace dejando en nosotros no solo el vacío de su ausencia, sino también la semilla de su ejemplo, su sabiduría, y, sobre todo, el amor que se sembró en cada gesto y palabra. Es esta realidad la que nos sostiene en los momentos más oscuros.
Recuerdo cómo Elvira, con su sacrificio diario y su dedicación inquebrantable, me mostró la verdadera fuerza del amor. Nunca faltó el abrazo tierno, la palabra amable y el consejo sabio. En los momentos de alegría, ella era la que me celebraba, y en los de dolor, la que me cercaba con ternura. Su vida fue una constante manifestación de lo que es ser madre: un reflejo del amor divino, un amor que no pide nada a cambio, que se da sin reservas, y que nunca abandona.
La partida de Elvira es una pérdida profunda, pero también es un recordatorio de que la vida no termina con la muerte. En Cristo, tenemos la promesa de la resurrección, la esperanza de que aquellos que duermen en Él resucitarán en su tiempo perfecto. En ese día, la muerte será vencida, y veremos a nuestros seres queridos de nuevo. Esta ausencia temporal significa que ella está disfrutando ahora de la presencia de Dios, que se ha reunido con los amigos, familiares y el resto de la tribu Araújo Noguera que le antecedió. Pero tambien significa que espera reunirse con nosotros en un futuro.
Hoy, podemos estar seguros de que la vida de nuestra madre fue un testimonio de amor que no se extinguirá con su partida. Ella nos enseñó a vivir, a luchar, a amar, y, sobre todo, a tener fe en que, aunque el dolor de la separación es real, hay una esperanza que no falla. Que su partida nos inspire a vivir de acuerdo con los valores que ella nos inculcó. Que nos impulse a seguir adelante con valentía, abrazando el legado que nos dejó y manteniendo viva su memoria en nuestras vidas. Agradezcamos a Dios por habernos permitido tenerla, por cada día compartido, por cada sacrificio hecho en su nombre. Jaime, Mariluz, Diana y Arturo, siéntanse orgullosos de la madre que tuvieron; gracias por compartirla sin celos ni egoísmos. ¡Tambien fue nuestra madre!
Elvira: hoy te decimos adiós con lágrimas, pero también con esperanza. Un día, en la gloria eterna, nos reuniremos en la presencia de aquel que es la fuente de todo consuelo y esperanza. “La memoria del justo es bendecida” (Pr 10,7).
Abrazos y bendiciones…
Por: Valerio Mejía Araújo.












