El porvenir de Valledupar debe pensarse en función de la integración subregional y sus políticas de desarrollo socio económico tienen que involucrar las dinámicas de los municipios que la circundan, incluidos no solamente los del Cesar, sino los de La Guajira, el Magdalena y de Bolívar.
Alejandro Durán, el primer rey vallenato oficial, decía que era “magdalenense de nacimiento y cesarense por decreto”. Todos los nacidos en el actual territorio del departamento del Cesar antes del 21 de diciembre de 1967 podríamos decir lo mismo para conciliar la identidad socio cultural con la realidad política, sin renunciar a ninguna. Carlos Vives, nacido el 7 de agosto de 1961 en Santa Marta, prefirió ignorar esa segregación política del Magdalena Grande y ha mantenido integrado ese concepto bajo la cartografía musical que denomina ‘La provincia’, cuyo centro urbano más importante es Valledupar.
Pero no solamente los artistas han percibido esa persistente afinidad entre los pueblos de la margen derecha del río Magdalena y la ciudad de Valledupar en el valle del Cesar. Carmen Llorente Paternina, una ciudadana del común, me dijo que desde su adolescencia cuando estudiaba bachillerato en el Liceo María Mora de Navarro de Plato, su sueño era el de vivir en Valledupar, una ciudad que le parecía “más bonita que Santa Marta, aunque no tenga mar”, afirmación que me pareció inverosímil y que me motivó a llamar por celular a un buen número de amigos y conocidos que tengo por Mompós, Santa Ana, San Sebastián, El Banco, Plato y El Difícil para hacer un sondeo sobre sus preferencias, tratando inclusive de manera tendenciosa de mostrarme más afecto a Santa Marta.
Todos prefirieron a Valledupar, por múltiples razones, desde la obvia cercanía geográfica, la hospitalidad, antiguos vínculos familiares, la comida, la arborización y, sobre todo, porque en Valledupar sentían una mayor receptividad a su visión rural del mundo. Quedé convencido de que el futuro de Valledupar como ciudad sigue ligado a estos pueblos de la depresión momposina con quienes comparte desde la época colonial una identidad socio cultural que subsiste después de más de 50 años de separación política.
Tal vez en Valledupar no hemos sido conscientes de esos vínculos vivos con los pueblos del Magdalena, a diferencia de lo que ha ocurrido con el sur de La Guajira, cuyos pueblos, al menos hasta Fonseca, tienen una presencia más visible en la ciudad. Aunque tampoco ha faltado la tendencia chauvinista, aún en contra de los propios pueblos del Cesar.
Lea también: Ingreso Solidario: ¿hasta cuándo puede hacer el cobro?
Recuerdo que en una exposición de pintura de Álvaro Martínez en la Casa de la Cultura Cecilia Caballero de López, alguien con unos cocteles de más me espetó en mi propia cara que todo el que hubiere nacido después del puente Salguero era un extranjero en Valledupar, incluidos los sandieganos. No es extraño entonces que algunos alcaldes de Valledupar hayan pensado que gobiernan únicamente para el Cañagüate o el Novalito.
El porvenir de Valledupar debe pensarse en función de la integración subregional y sus políticas de desarrollo socio económico tienen que involucrar las dinámicas de los municipios que la circundan, incluidos no solamente los del Cesar, sino los de La Guajira, el Magdalena y de Bolívar, como Mompós. Antonio Junieles Araujo, anterior gerente del Área Metropolitana de Valledupar, quien empezó a sentar las bases legales para ese proceso de integración, me explicaba que hoy los urbanistas más importantes coinciden en afirmar que “la planificación urbana desde lo local, delimitada por las estrechas fronteras de la ciudad, es cosa del pasado. Los mandatarios de los municipios núcleos deben desarrollar dinámicas políticas, económicas, sociales, ambientales, culturales y turísticas, entre otras, que generen impactos no solo en su territorio, sino también en los municipios vecinos, se encuentren o no conurbados”.
Es decir, el alcalde de Valledupar debe ser un líder en el ámbito subregional que entienda que el futuro de la ciudad está en la creación de un flujo de intercambios entre la metrópolis y el extenso espacio rural que la circunda, descartando la dicotomía excluyente entre ciudad y campo.
Sobre los pueblos del Magdalena le pregunté al economista Sánder Sepúlveda Sánchez, experto en desarrollo territorial, cuáles serían los intercambios recíprocos que podían fortalecerse. Destacó en primer lugar, quizás porque me conoce, el común potencial cultural y turístico, constituido en gran parte por la música vallenata y otras manifestaciones que deben ser objeto de promoción y reconocimiento como la cumbia y la tambora. Insistí en que eso era demasiado obvio y que realmente yo había dejado de creer en la efectividad de ese tipo de empresas actualmente bautizadas con el embeleco de economía naranja.
Lo inquirí por la economía pura y dura, como el comercio o la producción agropecuaria. Señaló entonces otros aspectos, que involucran a los sectores público y privado, este último como el verdadero protagonista de las relaciones productivas. Me explicó que el bajo Magdalena es una zona históricamente ganadera, pero que al igual que en el Cesar la tecnificación de esta actividad ha quedado rezagada, por lo cual se podrían impulsar proyectos comunes de producción agropecuaria. Igual sucede con la piscicultura, explotable en las extensas áreas lacustres.
También hay minería, como el campo petrolero de crudos livianos en Cicuco, abierto en 1958 y que permitió que Barranquilla fuera la primera ciudad de Colombia en recibir gas natural por intermedio de un gasoducto. No menos importante es la explotación del oro y la tradicional existencia de talleres de joyería, reconocidos por su técnica milenaria de la filigrana.
No deje de leer: Nuevo pico y cédula en Valledupar del 25 al 31 de mayo
Según el economista Sepúlveda Sánchez, esos pueblos del Magdalena generan una atractiva actividad económica de la que Valledupar puede beneficiarse, como receptor de sus productos, pero principalmente como epicentro comercial de bienes y de servicios especializados en materia de salud, educación y recreación, que pueden ofrecerse a la población de unos 10 municipios (Plato, Santa Bárbara de Pinto, Santa Ana, San Zenón, Pijiño del Carmen, San Sebastián, Guamal, El Banco, Nueva Granada y Ariguaní) en los que se agrupan cerca de 300 mil habitantes.
Al final de la charla le digo que puede haber escepticismo o pesimismo frente a este tipo de relaciones locales y le recuerdo la demoledora conclusión del historiador Malcon Deas, quien en una reciente entrevista con la revista digital Contexto al referirse al atraso acumulado de nuestra economía desde el siglo XIX, señaló: “Los pobres no se enriquecen comerciando con los pobres, y en ese siglo no se enriquecieron los colombianos comerciando con los colombianos”.
Hizo una larga pausa, pensé que se había cortado la llamada, pero repuntó con optimismo y se refirió a la “glocalización”, un concepto acuñado por el británico Roland Robertson y que se resume en “pensar globalmente y actuar localmente”. Valledupar no puede renunciar a su entorno, me dice. Además, esos intercambios tienen que ser competitivos y por lo tanto deben potenciarse a través de la ciencia y la tecnología.
Después de conversar con una docena de personas sobre el tema, quedé más que convencido de que Valledupar debe proyectarse como la verdadera capital del Magdalena Grande mediterráneo. ([email protected]).
Por: Pedro Olivella Solano
El porvenir de Valledupar debe pensarse en función de la integración subregional y sus políticas de desarrollo socio económico tienen que involucrar las dinámicas de los municipios que la circundan, incluidos no solamente los del Cesar, sino los de La Guajira, el Magdalena y de Bolívar.
Alejandro Durán, el primer rey vallenato oficial, decía que era “magdalenense de nacimiento y cesarense por decreto”. Todos los nacidos en el actual territorio del departamento del Cesar antes del 21 de diciembre de 1967 podríamos decir lo mismo para conciliar la identidad socio cultural con la realidad política, sin renunciar a ninguna. Carlos Vives, nacido el 7 de agosto de 1961 en Santa Marta, prefirió ignorar esa segregación política del Magdalena Grande y ha mantenido integrado ese concepto bajo la cartografía musical que denomina ‘La provincia’, cuyo centro urbano más importante es Valledupar.
Pero no solamente los artistas han percibido esa persistente afinidad entre los pueblos de la margen derecha del río Magdalena y la ciudad de Valledupar en el valle del Cesar. Carmen Llorente Paternina, una ciudadana del común, me dijo que desde su adolescencia cuando estudiaba bachillerato en el Liceo María Mora de Navarro de Plato, su sueño era el de vivir en Valledupar, una ciudad que le parecía “más bonita que Santa Marta, aunque no tenga mar”, afirmación que me pareció inverosímil y que me motivó a llamar por celular a un buen número de amigos y conocidos que tengo por Mompós, Santa Ana, San Sebastián, El Banco, Plato y El Difícil para hacer un sondeo sobre sus preferencias, tratando inclusive de manera tendenciosa de mostrarme más afecto a Santa Marta.
Todos prefirieron a Valledupar, por múltiples razones, desde la obvia cercanía geográfica, la hospitalidad, antiguos vínculos familiares, la comida, la arborización y, sobre todo, porque en Valledupar sentían una mayor receptividad a su visión rural del mundo. Quedé convencido de que el futuro de Valledupar como ciudad sigue ligado a estos pueblos de la depresión momposina con quienes comparte desde la época colonial una identidad socio cultural que subsiste después de más de 50 años de separación política.
Tal vez en Valledupar no hemos sido conscientes de esos vínculos vivos con los pueblos del Magdalena, a diferencia de lo que ha ocurrido con el sur de La Guajira, cuyos pueblos, al menos hasta Fonseca, tienen una presencia más visible en la ciudad. Aunque tampoco ha faltado la tendencia chauvinista, aún en contra de los propios pueblos del Cesar.
Lea también: Ingreso Solidario: ¿hasta cuándo puede hacer el cobro?
Recuerdo que en una exposición de pintura de Álvaro Martínez en la Casa de la Cultura Cecilia Caballero de López, alguien con unos cocteles de más me espetó en mi propia cara que todo el que hubiere nacido después del puente Salguero era un extranjero en Valledupar, incluidos los sandieganos. No es extraño entonces que algunos alcaldes de Valledupar hayan pensado que gobiernan únicamente para el Cañagüate o el Novalito.
El porvenir de Valledupar debe pensarse en función de la integración subregional y sus políticas de desarrollo socio económico tienen que involucrar las dinámicas de los municipios que la circundan, incluidos no solamente los del Cesar, sino los de La Guajira, el Magdalena y de Bolívar, como Mompós. Antonio Junieles Araujo, anterior gerente del Área Metropolitana de Valledupar, quien empezó a sentar las bases legales para ese proceso de integración, me explicaba que hoy los urbanistas más importantes coinciden en afirmar que “la planificación urbana desde lo local, delimitada por las estrechas fronteras de la ciudad, es cosa del pasado. Los mandatarios de los municipios núcleos deben desarrollar dinámicas políticas, económicas, sociales, ambientales, culturales y turísticas, entre otras, que generen impactos no solo en su territorio, sino también en los municipios vecinos, se encuentren o no conurbados”.
Es decir, el alcalde de Valledupar debe ser un líder en el ámbito subregional que entienda que el futuro de la ciudad está en la creación de un flujo de intercambios entre la metrópolis y el extenso espacio rural que la circunda, descartando la dicotomía excluyente entre ciudad y campo.
Sobre los pueblos del Magdalena le pregunté al economista Sánder Sepúlveda Sánchez, experto en desarrollo territorial, cuáles serían los intercambios recíprocos que podían fortalecerse. Destacó en primer lugar, quizás porque me conoce, el común potencial cultural y turístico, constituido en gran parte por la música vallenata y otras manifestaciones que deben ser objeto de promoción y reconocimiento como la cumbia y la tambora. Insistí en que eso era demasiado obvio y que realmente yo había dejado de creer en la efectividad de ese tipo de empresas actualmente bautizadas con el embeleco de economía naranja.
Lo inquirí por la economía pura y dura, como el comercio o la producción agropecuaria. Señaló entonces otros aspectos, que involucran a los sectores público y privado, este último como el verdadero protagonista de las relaciones productivas. Me explicó que el bajo Magdalena es una zona históricamente ganadera, pero que al igual que en el Cesar la tecnificación de esta actividad ha quedado rezagada, por lo cual se podrían impulsar proyectos comunes de producción agropecuaria. Igual sucede con la piscicultura, explotable en las extensas áreas lacustres.
También hay minería, como el campo petrolero de crudos livianos en Cicuco, abierto en 1958 y que permitió que Barranquilla fuera la primera ciudad de Colombia en recibir gas natural por intermedio de un gasoducto. No menos importante es la explotación del oro y la tradicional existencia de talleres de joyería, reconocidos por su técnica milenaria de la filigrana.
No deje de leer: Nuevo pico y cédula en Valledupar del 25 al 31 de mayo
Según el economista Sepúlveda Sánchez, esos pueblos del Magdalena generan una atractiva actividad económica de la que Valledupar puede beneficiarse, como receptor de sus productos, pero principalmente como epicentro comercial de bienes y de servicios especializados en materia de salud, educación y recreación, que pueden ofrecerse a la población de unos 10 municipios (Plato, Santa Bárbara de Pinto, Santa Ana, San Zenón, Pijiño del Carmen, San Sebastián, Guamal, El Banco, Nueva Granada y Ariguaní) en los que se agrupan cerca de 300 mil habitantes.
Al final de la charla le digo que puede haber escepticismo o pesimismo frente a este tipo de relaciones locales y le recuerdo la demoledora conclusión del historiador Malcon Deas, quien en una reciente entrevista con la revista digital Contexto al referirse al atraso acumulado de nuestra economía desde el siglo XIX, señaló: “Los pobres no se enriquecen comerciando con los pobres, y en ese siglo no se enriquecieron los colombianos comerciando con los colombianos”.
Hizo una larga pausa, pensé que se había cortado la llamada, pero repuntó con optimismo y se refirió a la “glocalización”, un concepto acuñado por el británico Roland Robertson y que se resume en “pensar globalmente y actuar localmente”. Valledupar no puede renunciar a su entorno, me dice. Además, esos intercambios tienen que ser competitivos y por lo tanto deben potenciarse a través de la ciencia y la tecnología.
Después de conversar con una docena de personas sobre el tema, quedé más que convencido de que Valledupar debe proyectarse como la verdadera capital del Magdalena Grande mediterráneo. ([email protected]).
Por: Pedro Olivella Solano