EL PILÓN continúa la serie de entregas de informes sobre el recorrido histórico del sector educativo del Cesar, desde el momento de la creación de este departamento. (En esta edición se publica la tercera parte)
Los primeros jóvenes fueron enviados a ciudades como Ocaña, Mompox y Santa Marta, en donde funcionaban colegios de prestigio y calidad educativa, como el Caro, el Pinillos y el Celedón; mientras que las señoritas iban a internados de colegios de religiosas en El Banco, Mompox y Barranquilla. Los hombres a estudiar bachillerato y las mujeres Secretariado Comercial. De esa manera, al finalizar la década del cincuenta, ya el pueblo tenía bachilleres ingresando o graduándose en universidades de Bogotá y Popayán.
Lee también: 50 años de la eclosión educativa en el Cesar: Rincon Hondo (parte 2)
El ejemplo de estas primeras familias tuvo tantos émulos, que muy pronto se inició un proceso copioso de desplazamiento, de jóvenes individualmente y de familias enteras, trasladadas a otras ciudades con propósitos claramente educativos.
Las familias de Rinconhondo que en esa época no enviaron a sus hijos a estudiar en otras ciudades, decidieron desplazarse completas. El primer caso ocurrió en 1954, con un núcleo que se fue a Valledupar, pero al no haber aún una institución que ofreciera el bachillerato completo, se reubicó en Santa Marta. El año siguiente, varias familias se trasladaron a la cabecera municipal, en donde, había escuelas públicas y colegios privados –algunos con internado para estudiantes de otros pueblos– que ofrecían la primaria completa; y desde 1950 funcionaba un colegio oficial que ofrecía los primeros años del bachillerato
Esta migración, que involucró a más de 20 familias del pueblo, tuvo en la cabecera municipal, su mayor lugar de destino. Como característica particular, las familias no abandonaron totalmente el pueblo. Muchas de ellas adquirieron casas propias adaptándose a muchas carencias e incomodidades; allí recibían hijos de familiares y amigos en calidad de pensionados; en un proceso de ires y venires, todas las vacaciones regresaban a la casa matriz, en donde, permanecía el padre, atendiendo las propiedades agrícolas o pastoriles, con las cuales se sustentaba la familia en la cabecera, cuyo producido era enviado a la cabecera cada semana para el consumo o venta de excedentes, con lo que se adquiría lo otro necesario.
Aún hoy, setenta años después, algunas familias conservan ambas viviendas, notablemente mejoradas por los herederos.
Simultáneamente, al desplazamiento a la cabecera, otras familias optaron por ir más lejos, en algunos casos vendiendo todo lo que tenían en el pueblo para adquirir algo en otras ciudades. Así, Cartagena, Santa Marta, Valledupar, Convención y Bucaramanga, fueron los principales destinos de este grupo, especialmente los que emigraron al finalizar la década e inicios de los sesenta; toda vez, que aún la cabecera no ofrecía el bachillerato completo.
Los hijos de las familias trasladadas a estas nuevas ciudades, no solo tenían la oportunidad de coronar los estudios secundarios; pues, mientras los adelantaban tenían contacto con universidades en las cuales podían adelantar estudios superiores.
Y muchas familias, incluidas las que estaban en la cabecera, les confiaban sus hijos como pensionados, para que fueran a concluir la educación secundaria y abrirse paso a la universidad.
Esa especie de ethos colectivo, se había impregnado en el imaginario de jóvenes y adultos de la comunidad. Los padres de familia repetían a sus hijos el mensaje de que no tenían herencias que dejarles, solo el esfuerzo para su educación, con lo cual ellos sabrían defenderse en el futuro.
Las familias, y sobre todo los estudiantes en la cabecera, constituían una verdadera comunidad de solidaridad, apoyo y mutua ayuda; condición, que les permitía hacer más llevaderas las condiciones a veces precarias de algunos de ellos. Muchas de las viviendas familiares eran el lugar preciso para reunirse a compartir y hacer tareas, en donde los más adelantados o los más fuertes en algunas materias, orientaban y asesoraban a los que iban detrás.
Con la creación del departamento del Cesar, la situación educativa empezó a cambiar en sus municipios y comunidades. A Rinconhondo se le construyeron dos aulas nuevas y batería sanitaria en la escuela rural existente, creada en 1914 con local construido en 1948; se construyó una segunda escuela y se abrió primaria completa. Y, un aspecto muy importante, fue el nombramiento de maestros normalistas oriundos del pueblo, de la generación que había emigrado en los años cincuenta a realizar estudios pedagógicos.
No dejes de leer: Departamento del Cesar: cincuenta años de una eclosión educativa
La conformación de escuelas con la primaria completa, disminuyó la presión e intensidad del flujo migratorio de familias enteras. Ahora, se veía más práctico que, una vez concluida la básica primaria, los jóvenes pudieran desplazarse a adelantar estudios de bachillerato a otras ciudades.
Algunos realizaban en la cabecera la básica secundaria e iban a otra ciudad a concluir la media vocacional y en muchos casos, continuar estudios superiores.
La conclusión y puesta en marcha del ferrocarril del Atlántico y la mejora de la vía terrestre de la costa a Bogotá, hicieron de la capital del país y sus alrededores, un atractivo para los estudios secundarios y superiores.
Ya Valledupar se veía como opción, pues ofrecía bachillerato completo en el Colegio Loperena y estudios técnicos en la Escuela Industrial; y, Bucaramanga y pueblos de Santander y Cundinamarca, que contaban con escuelas normales. Iniciando la década del setenta, Chiriguaná aún no ofrecía el bachillerato completo; de ahí la necesidad de viajar al interior, donde los jóvenes iban, prefiriendo instituciones con servicios de internado.
En 1972, en el entonces Colegio Nacional Mixto de Chiriguaná, cursaban estudios de bachillerato básico 42 jóvenes de Rinconhondo. Samuel Martínez Carranza, uno de los cabezas de familias que se había residenciado allí, veía con satisfacción esta cifra y calculando el número de jóvenes que estudiaban fuera del municipio, intuía que eran aproximadamente 120. Con esos datos, hizo construir un registro completo de los jóvenes que estudiaban allí; y en una reunión que convocó en su casa, habló de la necesidad de que el pueblo tuviera su propio colegio de bachillerato, para que las familias pudieran educar sus hijos allí, sin necesidad de desplazarse; lo cual sería oportunidad para que, quienes no tenían medios para enviar sus hijos fuera, lo pudieran hacer in situ.
En ese momento, ningún corregimiento del Cesar tenía colegio de bachillerato; y más aún, había municipios recientemente creados, que carecían de ello o les funcionaba incompleto.
Con el registro de 42 estudiantes, en una segunda reunión se redactó un memorial dirigido al gobernador Manuel Germán Cuello, exponiéndole la situación educativa del corregimiento, se le anexaba la lista de los estudiantes, quienes encabezaban las firmas del documento. Pocos días después se convocó en la plaza del pueblo una asamblea de padres y comunidad en general, se expuso el contenido del memorial y recopilaron más firmas; que aumentaron y hubo encargados de recoger las de los no asistentes hasta completar un total de 320, con lo cual se hizo llegar el memorial petitorio al despacho del gobernador.
Las expectativas de la comunidad eran grandes y había optimismo de que lo solicitado fuera una realidad, teniendo en cuenta el interés que los primeros gobiernos del departamento habían puesto en mejorar la educación. Pero el entusiasmo no duró mucho y los pocos días de enviado el memorial, el telegrafista de Rinconhondo entregó, un lacónico marconigrama que nos dio a todos como puerta en las narices: POR PREMURA PRESUPUESTAL ES IMPOSIBLE CUMPLIR CON LAS JUSTAS ASPIRACIONES DE ESA COMUNIDAD.
Enterada la comunidad de la respuesta gubernamental, alguien hizo la pregunta del Chapulín Colorado: ¿Y AHORA QUIÉN PODRÁ AYUDARNOS? La pregunta implicaba el reto de buscar nuevas alternativas, pero la necesidad estaba creada, la comunidad entusiasmada y no se podía dejar desmayar en su empeño.
POR SIMÓN MARTÍNEZ UBARNEZ/ESPECIAL PARA EL PILÓN.
EL PILÓN continúa la serie de entregas de informes sobre el recorrido histórico del sector educativo del Cesar, desde el momento de la creación de este departamento. (En esta edición se publica la tercera parte)
Los primeros jóvenes fueron enviados a ciudades como Ocaña, Mompox y Santa Marta, en donde funcionaban colegios de prestigio y calidad educativa, como el Caro, el Pinillos y el Celedón; mientras que las señoritas iban a internados de colegios de religiosas en El Banco, Mompox y Barranquilla. Los hombres a estudiar bachillerato y las mujeres Secretariado Comercial. De esa manera, al finalizar la década del cincuenta, ya el pueblo tenía bachilleres ingresando o graduándose en universidades de Bogotá y Popayán.
Lee también: 50 años de la eclosión educativa en el Cesar: Rincon Hondo (parte 2)
El ejemplo de estas primeras familias tuvo tantos émulos, que muy pronto se inició un proceso copioso de desplazamiento, de jóvenes individualmente y de familias enteras, trasladadas a otras ciudades con propósitos claramente educativos.
Las familias de Rinconhondo que en esa época no enviaron a sus hijos a estudiar en otras ciudades, decidieron desplazarse completas. El primer caso ocurrió en 1954, con un núcleo que se fue a Valledupar, pero al no haber aún una institución que ofreciera el bachillerato completo, se reubicó en Santa Marta. El año siguiente, varias familias se trasladaron a la cabecera municipal, en donde, había escuelas públicas y colegios privados –algunos con internado para estudiantes de otros pueblos– que ofrecían la primaria completa; y desde 1950 funcionaba un colegio oficial que ofrecía los primeros años del bachillerato
Esta migración, que involucró a más de 20 familias del pueblo, tuvo en la cabecera municipal, su mayor lugar de destino. Como característica particular, las familias no abandonaron totalmente el pueblo. Muchas de ellas adquirieron casas propias adaptándose a muchas carencias e incomodidades; allí recibían hijos de familiares y amigos en calidad de pensionados; en un proceso de ires y venires, todas las vacaciones regresaban a la casa matriz, en donde, permanecía el padre, atendiendo las propiedades agrícolas o pastoriles, con las cuales se sustentaba la familia en la cabecera, cuyo producido era enviado a la cabecera cada semana para el consumo o venta de excedentes, con lo que se adquiría lo otro necesario.
Aún hoy, setenta años después, algunas familias conservan ambas viviendas, notablemente mejoradas por los herederos.
Simultáneamente, al desplazamiento a la cabecera, otras familias optaron por ir más lejos, en algunos casos vendiendo todo lo que tenían en el pueblo para adquirir algo en otras ciudades. Así, Cartagena, Santa Marta, Valledupar, Convención y Bucaramanga, fueron los principales destinos de este grupo, especialmente los que emigraron al finalizar la década e inicios de los sesenta; toda vez, que aún la cabecera no ofrecía el bachillerato completo.
Los hijos de las familias trasladadas a estas nuevas ciudades, no solo tenían la oportunidad de coronar los estudios secundarios; pues, mientras los adelantaban tenían contacto con universidades en las cuales podían adelantar estudios superiores.
Y muchas familias, incluidas las que estaban en la cabecera, les confiaban sus hijos como pensionados, para que fueran a concluir la educación secundaria y abrirse paso a la universidad.
Esa especie de ethos colectivo, se había impregnado en el imaginario de jóvenes y adultos de la comunidad. Los padres de familia repetían a sus hijos el mensaje de que no tenían herencias que dejarles, solo el esfuerzo para su educación, con lo cual ellos sabrían defenderse en el futuro.
Las familias, y sobre todo los estudiantes en la cabecera, constituían una verdadera comunidad de solidaridad, apoyo y mutua ayuda; condición, que les permitía hacer más llevaderas las condiciones a veces precarias de algunos de ellos. Muchas de las viviendas familiares eran el lugar preciso para reunirse a compartir y hacer tareas, en donde los más adelantados o los más fuertes en algunas materias, orientaban y asesoraban a los que iban detrás.
Con la creación del departamento del Cesar, la situación educativa empezó a cambiar en sus municipios y comunidades. A Rinconhondo se le construyeron dos aulas nuevas y batería sanitaria en la escuela rural existente, creada en 1914 con local construido en 1948; se construyó una segunda escuela y se abrió primaria completa. Y, un aspecto muy importante, fue el nombramiento de maestros normalistas oriundos del pueblo, de la generación que había emigrado en los años cincuenta a realizar estudios pedagógicos.
No dejes de leer: Departamento del Cesar: cincuenta años de una eclosión educativa
La conformación de escuelas con la primaria completa, disminuyó la presión e intensidad del flujo migratorio de familias enteras. Ahora, se veía más práctico que, una vez concluida la básica primaria, los jóvenes pudieran desplazarse a adelantar estudios de bachillerato a otras ciudades.
Algunos realizaban en la cabecera la básica secundaria e iban a otra ciudad a concluir la media vocacional y en muchos casos, continuar estudios superiores.
La conclusión y puesta en marcha del ferrocarril del Atlántico y la mejora de la vía terrestre de la costa a Bogotá, hicieron de la capital del país y sus alrededores, un atractivo para los estudios secundarios y superiores.
Ya Valledupar se veía como opción, pues ofrecía bachillerato completo en el Colegio Loperena y estudios técnicos en la Escuela Industrial; y, Bucaramanga y pueblos de Santander y Cundinamarca, que contaban con escuelas normales. Iniciando la década del setenta, Chiriguaná aún no ofrecía el bachillerato completo; de ahí la necesidad de viajar al interior, donde los jóvenes iban, prefiriendo instituciones con servicios de internado.
En 1972, en el entonces Colegio Nacional Mixto de Chiriguaná, cursaban estudios de bachillerato básico 42 jóvenes de Rinconhondo. Samuel Martínez Carranza, uno de los cabezas de familias que se había residenciado allí, veía con satisfacción esta cifra y calculando el número de jóvenes que estudiaban fuera del municipio, intuía que eran aproximadamente 120. Con esos datos, hizo construir un registro completo de los jóvenes que estudiaban allí; y en una reunión que convocó en su casa, habló de la necesidad de que el pueblo tuviera su propio colegio de bachillerato, para que las familias pudieran educar sus hijos allí, sin necesidad de desplazarse; lo cual sería oportunidad para que, quienes no tenían medios para enviar sus hijos fuera, lo pudieran hacer in situ.
En ese momento, ningún corregimiento del Cesar tenía colegio de bachillerato; y más aún, había municipios recientemente creados, que carecían de ello o les funcionaba incompleto.
Con el registro de 42 estudiantes, en una segunda reunión se redactó un memorial dirigido al gobernador Manuel Germán Cuello, exponiéndole la situación educativa del corregimiento, se le anexaba la lista de los estudiantes, quienes encabezaban las firmas del documento. Pocos días después se convocó en la plaza del pueblo una asamblea de padres y comunidad en general, se expuso el contenido del memorial y recopilaron más firmas; que aumentaron y hubo encargados de recoger las de los no asistentes hasta completar un total de 320, con lo cual se hizo llegar el memorial petitorio al despacho del gobernador.
Las expectativas de la comunidad eran grandes y había optimismo de que lo solicitado fuera una realidad, teniendo en cuenta el interés que los primeros gobiernos del departamento habían puesto en mejorar la educación. Pero el entusiasmo no duró mucho y los pocos días de enviado el memorial, el telegrafista de Rinconhondo entregó, un lacónico marconigrama que nos dio a todos como puerta en las narices: POR PREMURA PRESUPUESTAL ES IMPOSIBLE CUMPLIR CON LAS JUSTAS ASPIRACIONES DE ESA COMUNIDAD.
Enterada la comunidad de la respuesta gubernamental, alguien hizo la pregunta del Chapulín Colorado: ¿Y AHORA QUIÉN PODRÁ AYUDARNOS? La pregunta implicaba el reto de buscar nuevas alternativas, pero la necesidad estaba creada, la comunidad entusiasmada y no se podía dejar desmayar en su empeño.
POR SIMÓN MARTÍNEZ UBARNEZ/ESPECIAL PARA EL PILÓN.