“Con la obra de Gutiérrez, voluminosa y desde el lente de la historia más que de los estudios culturales, se establecen ciertos asertos que desde entonces se consideraron como canónicas en el estudio del vallenato”
Este año se cumplen 30 años de la primera edición de la obra ‘Cultura vallenata’, origen, teoría y prueba del académico, abogado, historiador, ambientalista y compositor becerrilero Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa. Esa edición del Plaza y Janés, hoy pieza documental bibliográfica de alto valor para los vallenatólogos e historiadores del Caribe colombiano, representó todo un hito para quienes, hasta ese momento, tenían pocas luces sobre el contexto histórico y cultural en el que emerge la música vallenata, nacida, según Tomás Darío, en el Valle de Upar, y para otros, en el Estado de Magdalena, dos nombres que coinciden en algunos puntos geográficos y difieren en otros.
Hasta ese momento, solo se contaba con el texto fundacional de “Vallenatología” publicado por Consuelo Araújo Noguera en 1973 y “Memoria cultural del vallenato” (1985) del lingüista Rito Llerena. El primero, un esbozo muy general, descriptivo y poco riguroso, pero pionero en tener como tema exclusivo y objeto de estudio la música vallenata. El segundo, un abordaje académico en el que se toman las canciones vallenatas como texto cultural para un análisis desde el estructuralismo lingüístico.
Con la obra de Gutiérrez, voluminosa y desde el lente de la historia más que de los estudios culturales, se establecen ciertos asertos que desde entonces se consideraron como canónicas en el estudio del vallenato. Por muchos años, se tuvo como casi exclusiva fuente reveladora y referente ineludible, tanto así que, la mayoría de publicaciones que se hacían desde el Ministerio de Cultura y otras obras, prácticamente reproducían lo ya publicado en esta. Quienes, para la época, nos atrevíamos a esbozar algunos elementos de análisis del vallenato, lo hacíamos desde la luz de ese faro gutierrano, como ejemplo doy mi obra “Vallenato, constante espiritual de un pueblo” (2002).
El médico, coleccionista y vallenatólogo Álvaro Ibarra Daza, no encontró otra manera de aprender mucho del libro que, transcribir sus casi 700 páginas, un farragoso ejercicio con muchas horas de dedicación.
¿Por qué fue importante esta obra que cumple sus primeros 30 años? Son varias razones. Se trataba de un estudio desde la perspectiva émica, es decir, de un actor que es autor y muy conocedor del vallenato. Hasta ese momento, a nivel nacional se tenía como verdad lo que folclorólogos como Guillermo Abadía aventuraban a pontificar sobre el vallenato, música de la que conocían muy poco. Tomás Darío, fue el primero en contradecir tesis infundadas por este, según las cuales, el merengue vallenato provenía del dominicano y el son, del cubano. También, fue la primera obra sobre el vallenato que hace, no solo el estudio etnográfico de los instrumentos musicales indígenas de la región, sino del vallenato y su clasificación según las teorías de Curt Sachs y Erich Von Hornbostel.
El fuerte de la obra es el componente histórico, el cual evidencia el amplio conocimiento del autor sobre las gestas de conquista, el proceso de fundación y poblamiento de los pueblos de una región a la que prefiere llamar Valle de Upar.
El mayor peso y extensión lo tiene la historia de la región, para luego hacer una lectura de los sustratos culturales que se integraron en el ser caribe de esta región, el zambaje que toma como punto de partida para la cultura vallenata. En su mapeo del vallenato, Gutiérrez establece unas generaciones de cultores del vallenato y unas escuelas con epicentros en Fonseca, Valledupar, El Paso y Plato. El autor es prolijo en datos sobre las primeras manifestaciones y músicos del género, él reconoce que tuvo la ventaja de entrevistar a los más longevos músicos en los años 70, antes que esas bibliotecas ambulantes se apagaran. Si alguien ha dado muestras de conocer sobre los primeros músicos vallenatos ha sido este autor con esta obra.
Pero, en aras de la objetividad, así como algunas de sus tesis han sido aceptadas como acertadas, otras han sido puestas en la mesa de refutación. Entre las más aceptadas están la que sostiene que el vallenato no nació con la llegada del acordeón; que sus formas o ritmos son vernáculos y no aclimataciones de músicas foráneas; que no necesariamente el punto de entrada del acordeón es evidencia de ser cuna de esta música; que el vallenato es producto de creación colectiva y no individual.
Por otra parte, se ha venido controvirtiendo el uso de la denominación de Valle de Upar para referirse a la región donde nació esta música. Analistas como Luis Carlos Ramírez sostiene que ha habido con esta obra una invención de un territorio para soslayar el Magdalena y entronizar a la ciudad de Valledupar como cuna del vallenato. En realidad, nadie sabe con precisión dónde comienza y termina el Valle de Upar, la obra presenta 5 delimitaciones diferentes, además de ser una denominación anacrónica ya que muy pocos la usan, hoy Valle de Upar no es una región pues la denominación se limita a la ciudad capital del Cesar.
También se ha desvirtuado su tesis que José León Carrillo haya sido el primer acordeonero; el musicólogo Egberto Bermúdez ha criticado su filo indigenismo, es decir, presentar al vallenato como música de origen chimila, así como cuestiona que no llegó a probar en su libro la existencia de una cultura vallenata.
Bermúdez y Héctor González han sostenido que, contrario a lo que postula Gutiérrez, el vallenato es más afro que indígena. Se critica que Gutiérrez no prueba la existencia de un conjunto chimila, ni que la caja vallenata y la guacharaca provengan de esa etnia. A esto se suma, los escritos de Jacques Gilard, Ismael Medina y el círculo Cadis de Barranquilla que demuestran que el vallenato no es tan narrativo como lo postuló Gutiérrez en esta obra.
Pese a esto, ‘Cultura vallenata’, es la obra más referenciada sobre el tema y de obligada lectura, el estudio que más nos ha puesto a discutir a quienes tenemos esta música como objeto de análisis; ya sea para aprender de ella y refrendar nuestros asertos, para contradecirla o dialogar intertextualmente con ella, Tomás Darío nos dejó un aporte: sentó las bases para el estudio académico de un lenguaje musical que se llama vallenata. Pasarán los años y seguiremos citando esta obra que cumple 30 años.
POR ABEL MEDINA SIERRA/ESPECIAL PARA EL PILÓN
“Con la obra de Gutiérrez, voluminosa y desde el lente de la historia más que de los estudios culturales, se establecen ciertos asertos que desde entonces se consideraron como canónicas en el estudio del vallenato”
Este año se cumplen 30 años de la primera edición de la obra ‘Cultura vallenata’, origen, teoría y prueba del académico, abogado, historiador, ambientalista y compositor becerrilero Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa. Esa edición del Plaza y Janés, hoy pieza documental bibliográfica de alto valor para los vallenatólogos e historiadores del Caribe colombiano, representó todo un hito para quienes, hasta ese momento, tenían pocas luces sobre el contexto histórico y cultural en el que emerge la música vallenata, nacida, según Tomás Darío, en el Valle de Upar, y para otros, en el Estado de Magdalena, dos nombres que coinciden en algunos puntos geográficos y difieren en otros.
Hasta ese momento, solo se contaba con el texto fundacional de “Vallenatología” publicado por Consuelo Araújo Noguera en 1973 y “Memoria cultural del vallenato” (1985) del lingüista Rito Llerena. El primero, un esbozo muy general, descriptivo y poco riguroso, pero pionero en tener como tema exclusivo y objeto de estudio la música vallenata. El segundo, un abordaje académico en el que se toman las canciones vallenatas como texto cultural para un análisis desde el estructuralismo lingüístico.
Con la obra de Gutiérrez, voluminosa y desde el lente de la historia más que de los estudios culturales, se establecen ciertos asertos que desde entonces se consideraron como canónicas en el estudio del vallenato. Por muchos años, se tuvo como casi exclusiva fuente reveladora y referente ineludible, tanto así que, la mayoría de publicaciones que se hacían desde el Ministerio de Cultura y otras obras, prácticamente reproducían lo ya publicado en esta. Quienes, para la época, nos atrevíamos a esbozar algunos elementos de análisis del vallenato, lo hacíamos desde la luz de ese faro gutierrano, como ejemplo doy mi obra “Vallenato, constante espiritual de un pueblo” (2002).
El médico, coleccionista y vallenatólogo Álvaro Ibarra Daza, no encontró otra manera de aprender mucho del libro que, transcribir sus casi 700 páginas, un farragoso ejercicio con muchas horas de dedicación.
¿Por qué fue importante esta obra que cumple sus primeros 30 años? Son varias razones. Se trataba de un estudio desde la perspectiva émica, es decir, de un actor que es autor y muy conocedor del vallenato. Hasta ese momento, a nivel nacional se tenía como verdad lo que folclorólogos como Guillermo Abadía aventuraban a pontificar sobre el vallenato, música de la que conocían muy poco. Tomás Darío, fue el primero en contradecir tesis infundadas por este, según las cuales, el merengue vallenato provenía del dominicano y el son, del cubano. También, fue la primera obra sobre el vallenato que hace, no solo el estudio etnográfico de los instrumentos musicales indígenas de la región, sino del vallenato y su clasificación según las teorías de Curt Sachs y Erich Von Hornbostel.
El fuerte de la obra es el componente histórico, el cual evidencia el amplio conocimiento del autor sobre las gestas de conquista, el proceso de fundación y poblamiento de los pueblos de una región a la que prefiere llamar Valle de Upar.
El mayor peso y extensión lo tiene la historia de la región, para luego hacer una lectura de los sustratos culturales que se integraron en el ser caribe de esta región, el zambaje que toma como punto de partida para la cultura vallenata. En su mapeo del vallenato, Gutiérrez establece unas generaciones de cultores del vallenato y unas escuelas con epicentros en Fonseca, Valledupar, El Paso y Plato. El autor es prolijo en datos sobre las primeras manifestaciones y músicos del género, él reconoce que tuvo la ventaja de entrevistar a los más longevos músicos en los años 70, antes que esas bibliotecas ambulantes se apagaran. Si alguien ha dado muestras de conocer sobre los primeros músicos vallenatos ha sido este autor con esta obra.
Pero, en aras de la objetividad, así como algunas de sus tesis han sido aceptadas como acertadas, otras han sido puestas en la mesa de refutación. Entre las más aceptadas están la que sostiene que el vallenato no nació con la llegada del acordeón; que sus formas o ritmos son vernáculos y no aclimataciones de músicas foráneas; que no necesariamente el punto de entrada del acordeón es evidencia de ser cuna de esta música; que el vallenato es producto de creación colectiva y no individual.
Por otra parte, se ha venido controvirtiendo el uso de la denominación de Valle de Upar para referirse a la región donde nació esta música. Analistas como Luis Carlos Ramírez sostiene que ha habido con esta obra una invención de un territorio para soslayar el Magdalena y entronizar a la ciudad de Valledupar como cuna del vallenato. En realidad, nadie sabe con precisión dónde comienza y termina el Valle de Upar, la obra presenta 5 delimitaciones diferentes, además de ser una denominación anacrónica ya que muy pocos la usan, hoy Valle de Upar no es una región pues la denominación se limita a la ciudad capital del Cesar.
También se ha desvirtuado su tesis que José León Carrillo haya sido el primer acordeonero; el musicólogo Egberto Bermúdez ha criticado su filo indigenismo, es decir, presentar al vallenato como música de origen chimila, así como cuestiona que no llegó a probar en su libro la existencia de una cultura vallenata.
Bermúdez y Héctor González han sostenido que, contrario a lo que postula Gutiérrez, el vallenato es más afro que indígena. Se critica que Gutiérrez no prueba la existencia de un conjunto chimila, ni que la caja vallenata y la guacharaca provengan de esa etnia. A esto se suma, los escritos de Jacques Gilard, Ismael Medina y el círculo Cadis de Barranquilla que demuestran que el vallenato no es tan narrativo como lo postuló Gutiérrez en esta obra.
Pese a esto, ‘Cultura vallenata’, es la obra más referenciada sobre el tema y de obligada lectura, el estudio que más nos ha puesto a discutir a quienes tenemos esta música como objeto de análisis; ya sea para aprender de ella y refrendar nuestros asertos, para contradecirla o dialogar intertextualmente con ella, Tomás Darío nos dejó un aporte: sentó las bases para el estudio académico de un lenguaje musical que se llama vallenata. Pasarán los años y seguiremos citando esta obra que cumple 30 años.
POR ABEL MEDINA SIERRA/ESPECIAL PARA EL PILÓN