Con ocasión de la muerte del juglar urbano Víctor Soto Daza, el periodista, investigador y folclorista, Celso Guerra Gutiérrez elaboró una historia de vida del acordeonista trashumante que coadyuvó en la construcción de la identidad de lo que hoy el mundo conoce como el ‘País Vallenato’, en palabras de Anibal Martínez Zuleta.
Víctor Soto Daza nació en Cañaverales, San Juan del Cesar, La Guajira, el 11 de noviembre de 1930 en el hogar de Aurora Soto y Adolfo Daza, quien fue excelente acordeonero; a pesar de su oposición a que sus hijos fueran acordeoneros, su hijo Víctor se inclinó por ese camino y gran parte de su vida vivió de la ejecución del acordeón.
Su infancia y juventud fueron duras. Debió trabajar con su padre desde los ocho años, en la finca El Higuital. Eran duras jornadas de trabajo para un niño: hacía corrales, ordeñaba vacas, entregaba quesos y arriaba agua. A Víctor solo se le permitía estudiar medio tiempo, el restante era para ganarse la vida.
Para los hijos de Adolfo, el acordeón era un objeto intocable, pero el joven Víctor le insistía que le comprara uno.
Transcurría la segunda guerra mundial, los acordeones alemanes dejaron de llegar a Riohacha y a los pueblos de La Provincia. El 28 de julio de 1948, Víctor Daza adquiere su primer acordeón en calidad de comodato. La primera melodía que aprendió fue El mejoral, compuesta por Rafael Escalona.
Víctor armó su conjunto. Cantaba y ejecutaba el acordeón con la caja de Camilo Camelo, la guacharaca no tenía problema, en Urumita, cualquiera la tocaba. Víctor concluyó que lo suyo era el acordeón, pero mientras dependiera de su padre, quien estaba obsesionado para que sembrara caña y arriara vacas, no cultivaría el arte.
A inicios de los años 50, Víctor Soto Daza y Rafael Escalona se conocen en Urumita y cultivan una gran amistad. Era la oportunidad, Escalona acepta por fin los sonidos del acordeón que provocan en la gente emociones particulares que otros instrumentos no logran.
Víctor decide hacer presentaciones con acordeón, caja y guacharaca, deja todo tirado y se va con Escalona, aventurero compositor, a donde la suerte los llevara. Se convirtió así en su primer acordeonero en las correrías por La Guajira y el Cesar, desde Valledupar hasta Riohacha.
Amenizaban fiestas y parrandas, a veces él cantaba; otras, con la voz de Fernando Daza, conocido como ‘Tatita’.
A finales de 1955, Víctor Soto conoce a Edmundo Mazenet Fuentes, quien lo convidó para que se fuera a vivir a Bogotá. Él le contestó: “Puedo viajar, no tengo mujer ni hijos, pero tampoco tengo ropa ni acordeón, este es prestado”.
Víctor Soto Daza llega a Bogotá el 2 de febrero de 1956. En los días siguientes, Edmundo Mazenet y Jacobo Márquez Iguarán hacen una colecta entre amigos guajiros, reunieron 200 pesos, cuota inicial de un acordeón que valía 450 en la Casa Nacional de la Música.
La Bogotá de los años 50 era fría, religiosa y republicana. La ciudad se recuperaba de las heridas dejadas por el Bogotazo; los hombres vestían de negro, saco de paño, chaleco, sombrero y paraguas. Parecían uniformados. Era territorio de boleros, rancheras, tangos, pasodobles, bambucos y guabinas. Conjuntos de aires mixtos, tríos de guitarras o guitarras y maracas, estudiantinas y tunas.
En los clubes sociales se presentaban las orquestas de Lucho Bermúdez con la voz de Matilde Díaz, Pacho Galán y la del maestro Edmundo Arias.
La clase alta acoge la música del Caribe exclusivamente para sus fiestas y eventos. En días decembrinos, se escuchaba la música de Buitrago y de Bovea y sus vallenatos.
Los cantos campesinos con acordeón eran considerados burdos y sus intérpretes sencillamente vulgares. La conservadora clase media se mostraba apática y a veces hostil a quienes llegaban de la provincia del Caribe.
Víctor Soto inició su recorrido con el acordeón, lo llevaba a todas partes, incluso, sin que lo invitaran como músico, asistía con el instrumento a las fiestas. En los momentos que no sonaba la radiola, sacaba el acordeón y empezaba a tocar. La mayoría de las veces lo mandaron a silenciar con palabras oprobiosas, desprecios y burlas, en otras ocasiones lo expulsaban de las reuniones. En el barrio La Perseverancia, algunos invitados lo echaron a la calle para darle una paliza. Víctor, en un acto de supervivencia, partió la guacharaca y quedó con dos armas de madera puntudas. Al vérsele la decisión en sus ojos, los agresores desistieron.
Freddy Zubiria, quien escribió una completa biografía de Víctor Soto Daza en su libro ‘La odisea del acordeón’, relata que los primeros años de Víctor como acordeonero en Bogotá fueron más ‘humillantes’ que ‘reconfortantes’.
Víctor Soto Daza había renunciado a su vida de campo, a las parrandas semanales con los amigos y a la tutela económica de su padre, por venir a difundir la música de acordeón a una egocéntrica ciudad, cuyos clubes estaban dominados por las orquestas, mientras los cafés de pasillos, bambucos y los bares de boleros y tangos.
Un personaje clave en la difusión de los cantos de Escalona y de la introducción de la música de acordeón en Bogotá fue Hernando Molina, oriundo de Patillal, Cesar. Era un joven de familia pudiente y se encargaría de relacionar a Rafael Escalona con los hijos del poder en Colombia. Molina estudió el bachillerato en el Colegio Mayor del Rosario y Derecho en la Universidad Externado de Colombia.
Hernando, hijo único del rico ganadero Hernando Molina Maestre, era abierto, extrovertido y generoso, un excelente anfitrión, solía invitar a Valledupar a sus amistades de la élite bogotana como Fabio Echeverri Correa, Fabio Lozano, Rafael Rivas y Hernando Zuleta Holguín.
Hernando Molina trajo a Bogotá la música vallenata. Esos jóvenes se encargaron de abrirle todas las puertas, tanto a Rafael Escalona como al acordeonero Víctor Soto Daza.
En Bogotá, Molina fue invitado en varias oportunidades a la casa López Caballero, luego de unas copas, cantaba las melodías de Escalona, por lo que López Michelsen, hijo del presidente López Pumarejo, se interesó en la música.
Rafael Escalona conoció a Alfonso López Michelsen por intermedio de Hernando Molina, durante una parranda en la hacienda El Diluvio, cerca de Valledupar.
Cuando Alfonso López Michelsen convidó a Escalona a la capital, le presentó la crema y nata del poder: “Así llegó el día en que me invitó a Bogotá y allí me presentó a sus amigos, esa casta de nobles, no de cuna sino de conducta y de comportamiento, como los Santos Castilla, directivos de El Tiempo; los Cano de El Espectador”.
Consuelo Araújo describe la llegada del compositor a la capital en 1953 como todo un ‘acontecimiento de farándula’.
“En Bogotá, a su llegada, el compositor recibe tratamiento de vedette con reportajes y portadas en la revista Semana, entonces bajo la dirección de Alberto Lleras Camargo; el diario El Tiempo le dedica varias páginas del suplemento literario Lecturas Dominicales; concede entrevistas, da declaraciones, firma autógrafos y les hace versos a las muchachas cachacas del grupo que lo agasaja y lo lleva y lo trae mostrándole a la rancia sociedad santafereña al muchacho tímido, sencillo y modesto que por la sola virtud de su inteligencia prodigiosa ha creado una obra musical que ya comienza a trascender nacionalmente”.
El 13 de junio de 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla encabezó un golpe militar, derrocó al presidente Laureano Gómez y asumió el poder como presidente de Colombia. Según Julio Oñate Martínez, Rojas Pinilla y Escalona se habían conocido años atrás en una finca cerca de Chiriguaná, llamada Siria.
Consuelo Araújo narra cómo fue la entrada triunfal de Escalona en Bogotá: “María Eugenia Rojas de Moreno brinda una fiesta en su residencia en la que Escalona sería la figura principal y allá va él con su grupo musical formado por Víctor Soto en el acordeón, Hugues Martínez en la guitarra, Bambirio Ustáriz, guacharaquero, Alberto Fernández como primera voz , Rafael Escalona se hace amigo de María Eugenia Rojas. La hija del presidente le presenta todo el gabinete y el personal de confianza de su padre. El compositor se convierte en un protegido del gobierno militar. El apoyo presidencial se demostraría a las pocas semanas”.
Narra Víctor Soto Daza que Escalona y él llegaron a la calle séptima de Bogotá a la oficina de Gregorio Vergara, propietario de Discos Vergara y de varias discotiendas, a reclamarle sobre las grabaciones de los temas, El manantial y El fajoncito; esta última, una versión plagiada de El chevrolito.
Vergara, sin disculparse por el abuso, le ofreció 5.000 pesos por las dos canciones. Escalona le pidió 20.000. El gerente se negó y le dijo que demandara, pero Escalona no tenía interés en demandar. Salieron de la oficina y se dirigieron a un teléfono público. Llamó al Palacio de San Carlos y pidió conversar con el coronel Alfredo Tamayo, jefe de protocolo de la Presidencia. Le narró la historia. Una hora más tarde, Gregorio Vergara estaba preso en los calabozos del DAS. Este llamó desesperado a su abogado y le ordenó que ubicara a Escalona y le pagara lo que pidió.
Escalona decide crearle la canción ‘El general Rojas’. A María Eugenia Rojas le encanta. En el Palacio de San Carlos, dan la orden de grabar esa melodía con lo mejor de lo mejor. Se seleccionan 30 músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional, la voz de Alberto Fernández y el coro de Berenice Chávez.
Los arreglos incluían algunas entradas del acordeón de Víctor Soto y la guitarra de Hugues Martínez. Se realizó la grabación y esta se debía prensar en un disco de 78 revoluciones por minuto (rpm) para obsequiar a los funcionarios, amigos y familiares cercanos al presidente. La suerte de esa grabación es un enigma. El sueño de Escalona se hizo a medias, la grabación orquestada que siempre soñó y un disco que nunca se supo si salió al público.
Este es un segmento de la canción que nunca salió:
Ombe cada vez que esta nación
Oiga ve su libertad en peligro
Oiga se da cuenta el ser divino
Y le manda un libertador…
En Bogotá. Víctor Soto Daza, se encuentra con Manuel Zapata Olivella, gran impulsador para que se presentara por primera vez en una emisora colombiana, con su acordeón, en la Radiodifusora Nacional, hoy RTVC, donde el escritor era frecuentemente invitado a hablar sobre el folclor de la costa.
También estuvo con Alberto Fernández en el programa de música en vivo ‘Meridiano en la Costa’ de radio Santafé, que se emitía los domingos a las 12 del mediodía.
Allí se presentó Víctor Soto Daza en el acordeón, la voz y guacharaca de Pedro García y la caja de Pablo López.
Semanas después, Fabio Correa Echeverry gestionó ante Gloria Valencia de Castaño para que fuese una realidad la primera presentación de un conjunto vallenato en la recién creada televisión colombiana. Un día de 1956, Víctor Soto Daza sería el primer acordeonero de música vallenata que aparecía en la televisión colombiana.
Así sucedió. Una década antes que alcanzara el fervor popular en la capital del país, la música vallenata fue aceptada y promovida primero por la juventud de la élite del país.
Las hijas de Víctor que residen en Estados Unidos se lo llevaron a Nueva York, allí deja el acordeón y se dedicó a manejar taxi en esa gran metrópoli durante 30 años, comentó que en alguna oportunidad trasladó a Muhammad Ali, a quien le comentó de sus orígenes, y el campeón mundial se mostró interesado en conocer la música vallenata.
Celso Guerra Gutiérrez EL PILÓN
Con ocasión de la muerte del juglar urbano Víctor Soto Daza, el periodista, investigador y folclorista, Celso Guerra Gutiérrez elaboró una historia de vida del acordeonista trashumante que coadyuvó en la construcción de la identidad de lo que hoy el mundo conoce como el ‘País Vallenato’, en palabras de Anibal Martínez Zuleta.
Víctor Soto Daza nació en Cañaverales, San Juan del Cesar, La Guajira, el 11 de noviembre de 1930 en el hogar de Aurora Soto y Adolfo Daza, quien fue excelente acordeonero; a pesar de su oposición a que sus hijos fueran acordeoneros, su hijo Víctor se inclinó por ese camino y gran parte de su vida vivió de la ejecución del acordeón.
Su infancia y juventud fueron duras. Debió trabajar con su padre desde los ocho años, en la finca El Higuital. Eran duras jornadas de trabajo para un niño: hacía corrales, ordeñaba vacas, entregaba quesos y arriaba agua. A Víctor solo se le permitía estudiar medio tiempo, el restante era para ganarse la vida.
Para los hijos de Adolfo, el acordeón era un objeto intocable, pero el joven Víctor le insistía que le comprara uno.
Transcurría la segunda guerra mundial, los acordeones alemanes dejaron de llegar a Riohacha y a los pueblos de La Provincia. El 28 de julio de 1948, Víctor Daza adquiere su primer acordeón en calidad de comodato. La primera melodía que aprendió fue El mejoral, compuesta por Rafael Escalona.
Víctor armó su conjunto. Cantaba y ejecutaba el acordeón con la caja de Camilo Camelo, la guacharaca no tenía problema, en Urumita, cualquiera la tocaba. Víctor concluyó que lo suyo era el acordeón, pero mientras dependiera de su padre, quien estaba obsesionado para que sembrara caña y arriara vacas, no cultivaría el arte.
A inicios de los años 50, Víctor Soto Daza y Rafael Escalona se conocen en Urumita y cultivan una gran amistad. Era la oportunidad, Escalona acepta por fin los sonidos del acordeón que provocan en la gente emociones particulares que otros instrumentos no logran.
Víctor decide hacer presentaciones con acordeón, caja y guacharaca, deja todo tirado y se va con Escalona, aventurero compositor, a donde la suerte los llevara. Se convirtió así en su primer acordeonero en las correrías por La Guajira y el Cesar, desde Valledupar hasta Riohacha.
Amenizaban fiestas y parrandas, a veces él cantaba; otras, con la voz de Fernando Daza, conocido como ‘Tatita’.
A finales de 1955, Víctor Soto conoce a Edmundo Mazenet Fuentes, quien lo convidó para que se fuera a vivir a Bogotá. Él le contestó: “Puedo viajar, no tengo mujer ni hijos, pero tampoco tengo ropa ni acordeón, este es prestado”.
Víctor Soto Daza llega a Bogotá el 2 de febrero de 1956. En los días siguientes, Edmundo Mazenet y Jacobo Márquez Iguarán hacen una colecta entre amigos guajiros, reunieron 200 pesos, cuota inicial de un acordeón que valía 450 en la Casa Nacional de la Música.
La Bogotá de los años 50 era fría, religiosa y republicana. La ciudad se recuperaba de las heridas dejadas por el Bogotazo; los hombres vestían de negro, saco de paño, chaleco, sombrero y paraguas. Parecían uniformados. Era territorio de boleros, rancheras, tangos, pasodobles, bambucos y guabinas. Conjuntos de aires mixtos, tríos de guitarras o guitarras y maracas, estudiantinas y tunas.
En los clubes sociales se presentaban las orquestas de Lucho Bermúdez con la voz de Matilde Díaz, Pacho Galán y la del maestro Edmundo Arias.
La clase alta acoge la música del Caribe exclusivamente para sus fiestas y eventos. En días decembrinos, se escuchaba la música de Buitrago y de Bovea y sus vallenatos.
Los cantos campesinos con acordeón eran considerados burdos y sus intérpretes sencillamente vulgares. La conservadora clase media se mostraba apática y a veces hostil a quienes llegaban de la provincia del Caribe.
Víctor Soto inició su recorrido con el acordeón, lo llevaba a todas partes, incluso, sin que lo invitaran como músico, asistía con el instrumento a las fiestas. En los momentos que no sonaba la radiola, sacaba el acordeón y empezaba a tocar. La mayoría de las veces lo mandaron a silenciar con palabras oprobiosas, desprecios y burlas, en otras ocasiones lo expulsaban de las reuniones. En el barrio La Perseverancia, algunos invitados lo echaron a la calle para darle una paliza. Víctor, en un acto de supervivencia, partió la guacharaca y quedó con dos armas de madera puntudas. Al vérsele la decisión en sus ojos, los agresores desistieron.
Freddy Zubiria, quien escribió una completa biografía de Víctor Soto Daza en su libro ‘La odisea del acordeón’, relata que los primeros años de Víctor como acordeonero en Bogotá fueron más ‘humillantes’ que ‘reconfortantes’.
Víctor Soto Daza había renunciado a su vida de campo, a las parrandas semanales con los amigos y a la tutela económica de su padre, por venir a difundir la música de acordeón a una egocéntrica ciudad, cuyos clubes estaban dominados por las orquestas, mientras los cafés de pasillos, bambucos y los bares de boleros y tangos.
Un personaje clave en la difusión de los cantos de Escalona y de la introducción de la música de acordeón en Bogotá fue Hernando Molina, oriundo de Patillal, Cesar. Era un joven de familia pudiente y se encargaría de relacionar a Rafael Escalona con los hijos del poder en Colombia. Molina estudió el bachillerato en el Colegio Mayor del Rosario y Derecho en la Universidad Externado de Colombia.
Hernando, hijo único del rico ganadero Hernando Molina Maestre, era abierto, extrovertido y generoso, un excelente anfitrión, solía invitar a Valledupar a sus amistades de la élite bogotana como Fabio Echeverri Correa, Fabio Lozano, Rafael Rivas y Hernando Zuleta Holguín.
Hernando Molina trajo a Bogotá la música vallenata. Esos jóvenes se encargaron de abrirle todas las puertas, tanto a Rafael Escalona como al acordeonero Víctor Soto Daza.
En Bogotá, Molina fue invitado en varias oportunidades a la casa López Caballero, luego de unas copas, cantaba las melodías de Escalona, por lo que López Michelsen, hijo del presidente López Pumarejo, se interesó en la música.
Rafael Escalona conoció a Alfonso López Michelsen por intermedio de Hernando Molina, durante una parranda en la hacienda El Diluvio, cerca de Valledupar.
Cuando Alfonso López Michelsen convidó a Escalona a la capital, le presentó la crema y nata del poder: “Así llegó el día en que me invitó a Bogotá y allí me presentó a sus amigos, esa casta de nobles, no de cuna sino de conducta y de comportamiento, como los Santos Castilla, directivos de El Tiempo; los Cano de El Espectador”.
Consuelo Araújo describe la llegada del compositor a la capital en 1953 como todo un ‘acontecimiento de farándula’.
“En Bogotá, a su llegada, el compositor recibe tratamiento de vedette con reportajes y portadas en la revista Semana, entonces bajo la dirección de Alberto Lleras Camargo; el diario El Tiempo le dedica varias páginas del suplemento literario Lecturas Dominicales; concede entrevistas, da declaraciones, firma autógrafos y les hace versos a las muchachas cachacas del grupo que lo agasaja y lo lleva y lo trae mostrándole a la rancia sociedad santafereña al muchacho tímido, sencillo y modesto que por la sola virtud de su inteligencia prodigiosa ha creado una obra musical que ya comienza a trascender nacionalmente”.
El 13 de junio de 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla encabezó un golpe militar, derrocó al presidente Laureano Gómez y asumió el poder como presidente de Colombia. Según Julio Oñate Martínez, Rojas Pinilla y Escalona se habían conocido años atrás en una finca cerca de Chiriguaná, llamada Siria.
Consuelo Araújo narra cómo fue la entrada triunfal de Escalona en Bogotá: “María Eugenia Rojas de Moreno brinda una fiesta en su residencia en la que Escalona sería la figura principal y allá va él con su grupo musical formado por Víctor Soto en el acordeón, Hugues Martínez en la guitarra, Bambirio Ustáriz, guacharaquero, Alberto Fernández como primera voz , Rafael Escalona se hace amigo de María Eugenia Rojas. La hija del presidente le presenta todo el gabinete y el personal de confianza de su padre. El compositor se convierte en un protegido del gobierno militar. El apoyo presidencial se demostraría a las pocas semanas”.
Narra Víctor Soto Daza que Escalona y él llegaron a la calle séptima de Bogotá a la oficina de Gregorio Vergara, propietario de Discos Vergara y de varias discotiendas, a reclamarle sobre las grabaciones de los temas, El manantial y El fajoncito; esta última, una versión plagiada de El chevrolito.
Vergara, sin disculparse por el abuso, le ofreció 5.000 pesos por las dos canciones. Escalona le pidió 20.000. El gerente se negó y le dijo que demandara, pero Escalona no tenía interés en demandar. Salieron de la oficina y se dirigieron a un teléfono público. Llamó al Palacio de San Carlos y pidió conversar con el coronel Alfredo Tamayo, jefe de protocolo de la Presidencia. Le narró la historia. Una hora más tarde, Gregorio Vergara estaba preso en los calabozos del DAS. Este llamó desesperado a su abogado y le ordenó que ubicara a Escalona y le pagara lo que pidió.
Escalona decide crearle la canción ‘El general Rojas’. A María Eugenia Rojas le encanta. En el Palacio de San Carlos, dan la orden de grabar esa melodía con lo mejor de lo mejor. Se seleccionan 30 músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional, la voz de Alberto Fernández y el coro de Berenice Chávez.
Los arreglos incluían algunas entradas del acordeón de Víctor Soto y la guitarra de Hugues Martínez. Se realizó la grabación y esta se debía prensar en un disco de 78 revoluciones por minuto (rpm) para obsequiar a los funcionarios, amigos y familiares cercanos al presidente. La suerte de esa grabación es un enigma. El sueño de Escalona se hizo a medias, la grabación orquestada que siempre soñó y un disco que nunca se supo si salió al público.
Este es un segmento de la canción que nunca salió:
Ombe cada vez que esta nación
Oiga ve su libertad en peligro
Oiga se da cuenta el ser divino
Y le manda un libertador…
En Bogotá. Víctor Soto Daza, se encuentra con Manuel Zapata Olivella, gran impulsador para que se presentara por primera vez en una emisora colombiana, con su acordeón, en la Radiodifusora Nacional, hoy RTVC, donde el escritor era frecuentemente invitado a hablar sobre el folclor de la costa.
También estuvo con Alberto Fernández en el programa de música en vivo ‘Meridiano en la Costa’ de radio Santafé, que se emitía los domingos a las 12 del mediodía.
Allí se presentó Víctor Soto Daza en el acordeón, la voz y guacharaca de Pedro García y la caja de Pablo López.
Semanas después, Fabio Correa Echeverry gestionó ante Gloria Valencia de Castaño para que fuese una realidad la primera presentación de un conjunto vallenato en la recién creada televisión colombiana. Un día de 1956, Víctor Soto Daza sería el primer acordeonero de música vallenata que aparecía en la televisión colombiana.
Así sucedió. Una década antes que alcanzara el fervor popular en la capital del país, la música vallenata fue aceptada y promovida primero por la juventud de la élite del país.
Las hijas de Víctor que residen en Estados Unidos se lo llevaron a Nueva York, allí deja el acordeón y se dedicó a manejar taxi en esa gran metrópoli durante 30 años, comentó que en alguna oportunidad trasladó a Muhammad Ali, a quien le comentó de sus orígenes, y el campeón mundial se mostró interesado en conocer la música vallenata.
Celso Guerra Gutiérrez EL PILÓN