¡Ay mi hermano!, otras decían: ¡Ay mi madre! O con el parentesco más cercano; había mucha gente escondida que se había saltado por los corrales o por la puerta trasera y así fueron saliendo poco a poco.
“Más con su mujer y cuatro hijos juntos
También murió, Jerónimo Romero,
Y su pequeña hija quedó viva
Que los bárbaros hoy tienen cautiva”.
Ante este espectáculo, el español Antonio Flórez del Junco (fundador posteriormente de Valencia de Jesús en 1586), se monta en su caballo y hace sonar una serie de campanillas y a pesar que era manco de una mano, comienza a perseguir a los indígenas y estos tocan la corneta llamando a la recogida y huyendo, llevando consigo en un saco los ornamentos de la iglesia; los persigue por toda la orilla del río Guatapurí, pero el capitán Flórez se devuelve y observa todo destruido: encuentra mujeres desnudas, otras mal vestidas, con heridas y golpes, o con sus entrañas traspasadas, cabezas en pedazos repartidas y sus hogares convertidos en cenizas y comenzó a llamar a los que estaban escondidos durante la huida y oía los gritos de unas y otras personas que decían:
¡Ay mi hermano!, otras decían, ¡ay mi madre! O con el parentesco más cercano; había mucha gente escondida que se había saltado por los corrales o por la puerta trasera y así fueron saliendo poco a poco.
Mientras tanto los indígenas se habían organizado de nuevo y venían matando a los sirvientes de las encomiendas y a los negros esclavos, el español Alonso Rodríguez de Calleja, les hace frente en su caballo, con su ejército y los hace huir a las montañas con sus perros adiestrados y caballos.
Sabedores los indígenas de que los estaban persiguiendo deciden envenenar las aguas de una laguna ubicada en el cerro, que hoy se llama la Laguna del Milagro, esto lo logran, derramando en sus aguas las raíces de una planta llamada Barbasco, altamente tóxica pero que no alcanza a producir mortandad.
Al llegar los españoles a la orilla de esta laguna, se lanzan sedientos a tomar de sus aguas, produciéndose los esperado: todos comienzan a temblar y pierden el sentido; cuenta la leyenda que en ese momento apareció la virgen del Rosario, quien con una varita de oro fue reviviendo y volviendo al juicio a cada uno de los españoles; ¡se había producido el milagro! al volver en sí, reinician el ataque. Por lo anterior, los indígenas de la Sierra expresan que la virgen del Rosario solo protegió a los españoles, pero no a ellos y que es una virgen injusta; esta queja se la he oído a varios líderes arhuacos
Aquí comienza otra guerra en la montaña, donde el cacique Curunaimo pierde la vida por una bala que le atraviesa la garganta y que le lanzó el español Alonso Rodríguez. Los indígenas al ver morir a su jefe, se descontrolan, huyen y dejan el pueblo abandonado, el cual es ocupado por los españoles, quienes pasan allí la noche alumbrándose con velas de cebo y palmatorias; al otro día ayudados con los perros, logran aprisionar a más de cien indígenas, incluyendo a todos los caciques, a quienes trajeron amarrados para que fueran bautizados y una vez, fueran conducidos a la horca, que estaba ubicada en donde hoy es el cerro de la Popa, que en esa época se llamaba Butsinorrua; mientras tanto la india Francisca con su esposo y su padre, el Indio Francisquillo, habían huido a la Sierra Nevada, pero los arhuacos los entregan y todos son ahorcados.
Cuando iban a ahorcar a la india Francisca, Gregorio expresó sollozando: ¡no quiero tener dos muertes, ver morir a mi esposa y pensar que después voy a morir, mátenme a mí primero, para tener una sola muerte! Y así se hizo.
Es la huella romántica y espiritual de la conquista, este fue el final de Francisquillo el Vallenato.
“Pero nunca Francisca por acecho
Se pudo descubrir ni su marido,
Ni donde Francisco Bárbaro ladino,
No menos atrevido, que maligno
Pero los Tupes de este territorio,
Mirando lo que cada cual arrisca,
Y el daño recibido ya notorio,
Cuyo principio vino de Francisca
Y del indio Francisco y del Gregorio,
Principales cabezas en la trisca,
Andaban por quebrar allí sus añas
Y ver qué color tienen sus entrañas
Con este miedo que a los tres aterra,
Huyendo por lugares más opacos,
se pasaron a la frontera Sierra,
donde residen indios arhuacos”
Enterado el gobernador de Santa Marta, Lope de Orozco de los hechos sucedidos, se encaminó al Valle de Upar en su caballo, al ver el horroroso espectáculo ordenó de inmediato levantar un muro que cercara la ciudad de seis tapias de alto, con una puerta que miraba hacia el sur, lugar por donde venían los Tupes y encima de esta muralla hizo construir una garita esquinera para de allí divisar al enemigo (por eso recibió este nombre el barrio de La Garita.
“Y es la primera ciudad que se halla
en tierra firme de mar del norte
Toda fortalecida de muralla
Sin muchas penas de los naturales,
Por tener a la mano materiales”.
En esta época estaban como alcaldes ordinarios, Pedro Ruiz de Tapia y don Alonso Carillo, hijo de don Lope de Orozco.
Da la gran casualidad que en este cerro donde se colocó la horca en la segunda fundación de la ciudad, era un lugar de pagamento, donde residía la madre de la paz y donde los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta le hacían pagamento u ofrendas para que no hubiera muertes violentas; y al instituirse allí la horca en 1550 en la segunda fundación de Hernando de Santana, se le cambia totalmente el significado al cerro y hoy en día, permanece un batallón de guerra que también es algo de violencia, como una paradoja.
Los indígenas dejaron de hacer sus ofrendas y por esto estamos hoy en día en este valle de lágrimas…
POR RUTH ARIZA COTES / ESPECIAL PARA EL PILÓN
¡Ay mi hermano!, otras decían: ¡Ay mi madre! O con el parentesco más cercano; había mucha gente escondida que se había saltado por los corrales o por la puerta trasera y así fueron saliendo poco a poco.
“Más con su mujer y cuatro hijos juntos
También murió, Jerónimo Romero,
Y su pequeña hija quedó viva
Que los bárbaros hoy tienen cautiva”.
Ante este espectáculo, el español Antonio Flórez del Junco (fundador posteriormente de Valencia de Jesús en 1586), se monta en su caballo y hace sonar una serie de campanillas y a pesar que era manco de una mano, comienza a perseguir a los indígenas y estos tocan la corneta llamando a la recogida y huyendo, llevando consigo en un saco los ornamentos de la iglesia; los persigue por toda la orilla del río Guatapurí, pero el capitán Flórez se devuelve y observa todo destruido: encuentra mujeres desnudas, otras mal vestidas, con heridas y golpes, o con sus entrañas traspasadas, cabezas en pedazos repartidas y sus hogares convertidos en cenizas y comenzó a llamar a los que estaban escondidos durante la huida y oía los gritos de unas y otras personas que decían:
¡Ay mi hermano!, otras decían, ¡ay mi madre! O con el parentesco más cercano; había mucha gente escondida que se había saltado por los corrales o por la puerta trasera y así fueron saliendo poco a poco.
Mientras tanto los indígenas se habían organizado de nuevo y venían matando a los sirvientes de las encomiendas y a los negros esclavos, el español Alonso Rodríguez de Calleja, les hace frente en su caballo, con su ejército y los hace huir a las montañas con sus perros adiestrados y caballos.
Sabedores los indígenas de que los estaban persiguiendo deciden envenenar las aguas de una laguna ubicada en el cerro, que hoy se llama la Laguna del Milagro, esto lo logran, derramando en sus aguas las raíces de una planta llamada Barbasco, altamente tóxica pero que no alcanza a producir mortandad.
Al llegar los españoles a la orilla de esta laguna, se lanzan sedientos a tomar de sus aguas, produciéndose los esperado: todos comienzan a temblar y pierden el sentido; cuenta la leyenda que en ese momento apareció la virgen del Rosario, quien con una varita de oro fue reviviendo y volviendo al juicio a cada uno de los españoles; ¡se había producido el milagro! al volver en sí, reinician el ataque. Por lo anterior, los indígenas de la Sierra expresan que la virgen del Rosario solo protegió a los españoles, pero no a ellos y que es una virgen injusta; esta queja se la he oído a varios líderes arhuacos
Aquí comienza otra guerra en la montaña, donde el cacique Curunaimo pierde la vida por una bala que le atraviesa la garganta y que le lanzó el español Alonso Rodríguez. Los indígenas al ver morir a su jefe, se descontrolan, huyen y dejan el pueblo abandonado, el cual es ocupado por los españoles, quienes pasan allí la noche alumbrándose con velas de cebo y palmatorias; al otro día ayudados con los perros, logran aprisionar a más de cien indígenas, incluyendo a todos los caciques, a quienes trajeron amarrados para que fueran bautizados y una vez, fueran conducidos a la horca, que estaba ubicada en donde hoy es el cerro de la Popa, que en esa época se llamaba Butsinorrua; mientras tanto la india Francisca con su esposo y su padre, el Indio Francisquillo, habían huido a la Sierra Nevada, pero los arhuacos los entregan y todos son ahorcados.
Cuando iban a ahorcar a la india Francisca, Gregorio expresó sollozando: ¡no quiero tener dos muertes, ver morir a mi esposa y pensar que después voy a morir, mátenme a mí primero, para tener una sola muerte! Y así se hizo.
Es la huella romántica y espiritual de la conquista, este fue el final de Francisquillo el Vallenato.
“Pero nunca Francisca por acecho
Se pudo descubrir ni su marido,
Ni donde Francisco Bárbaro ladino,
No menos atrevido, que maligno
Pero los Tupes de este territorio,
Mirando lo que cada cual arrisca,
Y el daño recibido ya notorio,
Cuyo principio vino de Francisca
Y del indio Francisco y del Gregorio,
Principales cabezas en la trisca,
Andaban por quebrar allí sus añas
Y ver qué color tienen sus entrañas
Con este miedo que a los tres aterra,
Huyendo por lugares más opacos,
se pasaron a la frontera Sierra,
donde residen indios arhuacos”
Enterado el gobernador de Santa Marta, Lope de Orozco de los hechos sucedidos, se encaminó al Valle de Upar en su caballo, al ver el horroroso espectáculo ordenó de inmediato levantar un muro que cercara la ciudad de seis tapias de alto, con una puerta que miraba hacia el sur, lugar por donde venían los Tupes y encima de esta muralla hizo construir una garita esquinera para de allí divisar al enemigo (por eso recibió este nombre el barrio de La Garita.
“Y es la primera ciudad que se halla
en tierra firme de mar del norte
Toda fortalecida de muralla
Sin muchas penas de los naturales,
Por tener a la mano materiales”.
En esta época estaban como alcaldes ordinarios, Pedro Ruiz de Tapia y don Alonso Carillo, hijo de don Lope de Orozco.
Da la gran casualidad que en este cerro donde se colocó la horca en la segunda fundación de la ciudad, era un lugar de pagamento, donde residía la madre de la paz y donde los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta le hacían pagamento u ofrendas para que no hubiera muertes violentas; y al instituirse allí la horca en 1550 en la segunda fundación de Hernando de Santana, se le cambia totalmente el significado al cerro y hoy en día, permanece un batallón de guerra que también es algo de violencia, como una paradoja.
Los indígenas dejaron de hacer sus ofrendas y por esto estamos hoy en día en este valle de lágrimas…
POR RUTH ARIZA COTES / ESPECIAL PARA EL PILÓN