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La gran transformación de Valledupar no será medible por la altura o grandeza de sus monumentos ni por el largo y el ancho de sus avenidas, sino por la solidez y firmeza de sus instituciones, la eficacia, eficiencia y efectividad de sus políticas públicas sostenibles y el bienestar de los ciudadanos.
En la situación contemporánea de la municipalidad de Valledupar, se ha observado una tendencia repetitiva y poco saludable en la administración pública que privilegia o centra su atención en la materialización de obras físicas como principal indicador de la gestión. Este fenómeno, que podríamos denominar “el síndrome del concreto o del cemento“, se caracteriza por una orientación y priorización exclusiva en la ejecución de infraestructuras visibles, con el propósito de mostrar resultados tangibles y perdurables en el panorama urbanístico de la ciudad.
Con esto, innegable que las obras públicas desempeñan un papel muy fundamental en el desarrollo de las ciudades. Sin desmeritar la contribución al mejoramiento del urbanismo, elevando la calidad de vida de los ciudadanos al proporcionar espacios prácticos, funcionales y estéticamente agradables. Empero, centrar la gestión pública única y exclusivamente en la construcción de infraestructuras puede conducir a una visión muy reduccionista de las verdaderas necesidades de la comunidad.
Este enfoque limitado puede estar motivado por el deseo de las autoridades de dejar una huella visible de su administración, perpetuando sus nombres en placas conmemorativas y buscando el reconocimiento inmediato; la más pura vanidad administrativa y el legado político. No obstante, ¿es esta la manera más efectiva de abordar las problemáticas que aquejan a nuestra ciudad? ¿Acaso la verdadera esencia de la administración pública no reside en la implementación de políticas integrales que atiendan las necesidades sociales, económicas y culturales de la población?
La gestión pública debe trascender la mera ejecución de obras físicas. Es imperativo que las autoridades locales desarrollen políticas públicas sólidas que aborden de manera integral los desafíos que enfrenta Valledupar. Esto incluye la promoción de la educación, el fortalecimiento de la seguridad, el impulso al empleo, la mejora de los servicios de salud y la protección del medio ambiente, entre otros aspectos fundamentales.
En este contexto, el concepto de desarrollo sostenible adquiere una relevancia ineludible. La sostenibilidad no solo implica la protección de los recursos naturales, sino también el diseño de un modelo de crecimiento que garantice el bienestar de las generaciones presentes y futuras. Un desarrollo inteligente debe ir más allá del cemento y el concreto: debe basarse en una planificación estratégica que articule los recursos financieros, humanos y tecnológicos con las verdaderas necesidades de la comunidad.
El desarrollo sostenible aplicado a la gestión pública requiere una gobernanza eficiente y participativa. Las entidades territoriales deben dejar atrás el modelo de “gestión visual” y adoptar uno basado en datos, diagnósticos técnicos y participación ciudadana. La planificación territorial debe considerar el crecimiento demográfico, la movilidad sostenible, la inclusión social y el uso eficiente de los recursos públicos. ¿De qué sirve inaugurar imponentes avenidas si no se resuelven problemas estructurales como el acceso a la educación, el desempleo juvenil o la crisis hídrica?
Además, la participación ciudadana es esencial en la formulación y ejecución de estas políticas. Involucrar a la comunidad en la toma de decisiones garantiza que las acciones gubernamentales respondan a las verdaderas necesidades y aspiraciones de la población, fomentando un sentido de pertenencia y corresponsabilidad.
Es necesario cuestionar dentro de nuestra objetiva cavilación si la proliferación de obras públicas, sin una planificación adecuada y sin estar respaldadas por políticas integrales, realmente contribuye al bienestar y el progreso de la ciudadanía. ¿Estamos construyendo una ciudad para ser admirada superficialmente o una comunidad sólida y resiliente que prospere en todos los ámbitos? ¿Queremos solo apariencias o sostenimiento sobre un crecimiento debidamente planificado e inteligente?
La gran transformación de Valledupar no será medible por la altura o grandeza de sus monumentos ni por el largo y el ancho de sus avenidas, sino por la solidez y firmeza de sus instituciones, la eficacia, eficiencia y efectividad de sus políticas públicas sostenibles y el bienestar de los ciudadanos.
La historia no hará -jamás- recuerdo de quienes llenaron la ciudad de placas conmemorativas, sino de quienes lograron construir un futuro con equidad, sostenibilidad y una visión integral de desarrollo y prosperidad. Los políticos, recuerden, que el cemento se agrieta con el tiempo, pero una gestión inteligente y planificada deja una huella imborrable en el corazón de una sociedad, verbigracia: Rodolfo Campo Soto, Aníbal Martínez Zuleta, José Guillermo “Pepe” Castro; entre otros.
Por Jesús Daza Castro
La gran transformación de Valledupar no será medible por la altura o grandeza de sus monumentos ni por el largo y el ancho de sus avenidas, sino por la solidez y firmeza de sus instituciones, la eficacia, eficiencia y efectividad de sus políticas públicas sostenibles y el bienestar de los ciudadanos.
En la situación contemporánea de la municipalidad de Valledupar, se ha observado una tendencia repetitiva y poco saludable en la administración pública que privilegia o centra su atención en la materialización de obras físicas como principal indicador de la gestión. Este fenómeno, que podríamos denominar “el síndrome del concreto o del cemento“, se caracteriza por una orientación y priorización exclusiva en la ejecución de infraestructuras visibles, con el propósito de mostrar resultados tangibles y perdurables en el panorama urbanístico de la ciudad.
Con esto, innegable que las obras públicas desempeñan un papel muy fundamental en el desarrollo de las ciudades. Sin desmeritar la contribución al mejoramiento del urbanismo, elevando la calidad de vida de los ciudadanos al proporcionar espacios prácticos, funcionales y estéticamente agradables. Empero, centrar la gestión pública única y exclusivamente en la construcción de infraestructuras puede conducir a una visión muy reduccionista de las verdaderas necesidades de la comunidad.
Este enfoque limitado puede estar motivado por el deseo de las autoridades de dejar una huella visible de su administración, perpetuando sus nombres en placas conmemorativas y buscando el reconocimiento inmediato; la más pura vanidad administrativa y el legado político. No obstante, ¿es esta la manera más efectiva de abordar las problemáticas que aquejan a nuestra ciudad? ¿Acaso la verdadera esencia de la administración pública no reside en la implementación de políticas integrales que atiendan las necesidades sociales, económicas y culturales de la población?
La gestión pública debe trascender la mera ejecución de obras físicas. Es imperativo que las autoridades locales desarrollen políticas públicas sólidas que aborden de manera integral los desafíos que enfrenta Valledupar. Esto incluye la promoción de la educación, el fortalecimiento de la seguridad, el impulso al empleo, la mejora de los servicios de salud y la protección del medio ambiente, entre otros aspectos fundamentales.
En este contexto, el concepto de desarrollo sostenible adquiere una relevancia ineludible. La sostenibilidad no solo implica la protección de los recursos naturales, sino también el diseño de un modelo de crecimiento que garantice el bienestar de las generaciones presentes y futuras. Un desarrollo inteligente debe ir más allá del cemento y el concreto: debe basarse en una planificación estratégica que articule los recursos financieros, humanos y tecnológicos con las verdaderas necesidades de la comunidad.
El desarrollo sostenible aplicado a la gestión pública requiere una gobernanza eficiente y participativa. Las entidades territoriales deben dejar atrás el modelo de “gestión visual” y adoptar uno basado en datos, diagnósticos técnicos y participación ciudadana. La planificación territorial debe considerar el crecimiento demográfico, la movilidad sostenible, la inclusión social y el uso eficiente de los recursos públicos. ¿De qué sirve inaugurar imponentes avenidas si no se resuelven problemas estructurales como el acceso a la educación, el desempleo juvenil o la crisis hídrica?
Además, la participación ciudadana es esencial en la formulación y ejecución de estas políticas. Involucrar a la comunidad en la toma de decisiones garantiza que las acciones gubernamentales respondan a las verdaderas necesidades y aspiraciones de la población, fomentando un sentido de pertenencia y corresponsabilidad.
Es necesario cuestionar dentro de nuestra objetiva cavilación si la proliferación de obras públicas, sin una planificación adecuada y sin estar respaldadas por políticas integrales, realmente contribuye al bienestar y el progreso de la ciudadanía. ¿Estamos construyendo una ciudad para ser admirada superficialmente o una comunidad sólida y resiliente que prospere en todos los ámbitos? ¿Queremos solo apariencias o sostenimiento sobre un crecimiento debidamente planificado e inteligente?
La gran transformación de Valledupar no será medible por la altura o grandeza de sus monumentos ni por el largo y el ancho de sus avenidas, sino por la solidez y firmeza de sus instituciones, la eficacia, eficiencia y efectividad de sus políticas públicas sostenibles y el bienestar de los ciudadanos.
La historia no hará -jamás- recuerdo de quienes llenaron la ciudad de placas conmemorativas, sino de quienes lograron construir un futuro con equidad, sostenibilidad y una visión integral de desarrollo y prosperidad. Los políticos, recuerden, que el cemento se agrieta con el tiempo, pero una gestión inteligente y planificada deja una huella imborrable en el corazón de una sociedad, verbigracia: Rodolfo Campo Soto, Aníbal Martínez Zuleta, José Guillermo “Pepe” Castro; entre otros.
Por Jesús Daza Castro