Desde Madrid y con la mirada de alguien que creció cerca del río Guatapurí en Valledupar, he seguido con el corazón en la mano el impacto de la DANA sobre Valencia.
Desde Madrid y con la mirada de alguien que creció cerca del río Guatapurí en Valledupar, he seguido con el corazón en la mano el impacto de la DANA sobre Valencia. Las imágenes de calles desbordadas, vehículos atrapados en el agua y hogares arrasados me han dejado un profundo respeto por la fuerza de la naturaleza. Es impresionante ver cómo, en cuestión de horas, el cielo puede volverse oscuro y la ciudad, usualmente cálida y viva, se transforma en un reflejo de lo imparable y lo frágil que puede ser la vida cotidiana.
La DANA no solo arrasó con calles y coches; se llevó consigo pedazos de historias de vida, recuerdos, lugares que para muchos son irremplazables. Hay familias que ahora miran sus hogares destrozados, teniendo que empezar de cero, construir de nuevo entre los escombros y el lodo, en un proceso que requiere mucho más que limpiar las paredes: es reconstruir sueños que parecían seguros. Me hace pensar en esa misma vulnerabilidad que sentimos en Valledupar cuando el río Guatapurí, tan querido y tan nuestro, crece y nos recuerda que tiene su propio espacio, uno que debemos respetar.
Sin embargo, en medio de este caos, ha surgido un tipo de fuerza diferente. Jóvenes valencianos, organizándose sin pensarlo dos veces, salieron a las calles para ayudar. Los ves cargando bolsas de víveres, limpiando, rescatando lo poco que puede salvarse. Es algo hermoso y conmovedor; la solidaridad se convierte en un puente entre lo que se perdió y lo que aún se puede reconstruir. Son ellos, esos chicos y chicas llenos de energía y compromiso, quienes nos demuestran que, aunque la naturaleza tiene su poder, la humanidad y la compasión no se quedan atrás.
Para quienes estamos observando esto desde afuera, hay una lección profunda. Nos recuerda que el agua, los ríos, las lluvias, todo eso que a veces damos por sentado, no son simplemente elementos, sino fuerzas vivas que merecen nuestro respeto. En nuestras propias tierras, ya sea en Colombia o en España, estas situaciones nos enseñan a valorar lo que tenemos y a cuidar esos espacios naturales que, cuando se desbordan, nos devuelven a la realidad.
Hoy, Valencia no solo enfrenta el desafío de recuperar sus calles y hogares; también nos muestra el poder de una comunidad que, sin importar cuán fuerte sea la tormenta, siempre encontrará la manera de levantarse junta.
Por: Brenda Barbosa Arzuza.
Desde Madrid y con la mirada de alguien que creció cerca del río Guatapurí en Valledupar, he seguido con el corazón en la mano el impacto de la DANA sobre Valencia.
Desde Madrid y con la mirada de alguien que creció cerca del río Guatapurí en Valledupar, he seguido con el corazón en la mano el impacto de la DANA sobre Valencia. Las imágenes de calles desbordadas, vehículos atrapados en el agua y hogares arrasados me han dejado un profundo respeto por la fuerza de la naturaleza. Es impresionante ver cómo, en cuestión de horas, el cielo puede volverse oscuro y la ciudad, usualmente cálida y viva, se transforma en un reflejo de lo imparable y lo frágil que puede ser la vida cotidiana.
La DANA no solo arrasó con calles y coches; se llevó consigo pedazos de historias de vida, recuerdos, lugares que para muchos son irremplazables. Hay familias que ahora miran sus hogares destrozados, teniendo que empezar de cero, construir de nuevo entre los escombros y el lodo, en un proceso que requiere mucho más que limpiar las paredes: es reconstruir sueños que parecían seguros. Me hace pensar en esa misma vulnerabilidad que sentimos en Valledupar cuando el río Guatapurí, tan querido y tan nuestro, crece y nos recuerda que tiene su propio espacio, uno que debemos respetar.
Sin embargo, en medio de este caos, ha surgido un tipo de fuerza diferente. Jóvenes valencianos, organizándose sin pensarlo dos veces, salieron a las calles para ayudar. Los ves cargando bolsas de víveres, limpiando, rescatando lo poco que puede salvarse. Es algo hermoso y conmovedor; la solidaridad se convierte en un puente entre lo que se perdió y lo que aún se puede reconstruir. Son ellos, esos chicos y chicas llenos de energía y compromiso, quienes nos demuestran que, aunque la naturaleza tiene su poder, la humanidad y la compasión no se quedan atrás.
Para quienes estamos observando esto desde afuera, hay una lección profunda. Nos recuerda que el agua, los ríos, las lluvias, todo eso que a veces damos por sentado, no son simplemente elementos, sino fuerzas vivas que merecen nuestro respeto. En nuestras propias tierras, ya sea en Colombia o en España, estas situaciones nos enseñan a valorar lo que tenemos y a cuidar esos espacios naturales que, cuando se desbordan, nos devuelven a la realidad.
Hoy, Valencia no solo enfrenta el desafío de recuperar sus calles y hogares; también nos muestra el poder de una comunidad que, sin importar cuán fuerte sea la tormenta, siempre encontrará la manera de levantarse junta.
Por: Brenda Barbosa Arzuza.