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Especial - 12 julio, 2023

Un llanto sin ruido

Tenía 5 años cuando el miedo se adueñó del único lugar que creía era seguro: mi casa. Entre mis vagas, pero muy reales memorias abundan el terror que alguna vez se apoderó de mi pueblo, el silencio de un llanto sin ruido. No estaba permitido llorar.

Imagen de referencia.
Imagen de referencia.

Tenía 5 años cuando el miedo se adueñó del único lugar que creía era seguro: mi casa. Entre mis vagas, pero muy reales memorias abundan el terror que alguna vez se apoderó de mi pueblo, el silencio de un llanto sin ruido. No estaba permitido llorar.

Esta es mi historia, un pasado y un presente. Una niña que vivió de cerca la violencia junto a sus padres y hermanos. El 28 de enero del 2000, a unos pocos minutos de mi pueblo natal, Arjona, corregimiento de Astrea, Cesar, la oscuridad llegó a la vereda Santa Cecilia, escenario de la masacre de 12 campesinos a manos de la violencia. Un día que toda Colombia recuerda en homenaje a las víctimas.

Arjona, Cesar, pueblo en el que nací y que pocos conocen debido a su ubicación geográfica, donde la impunidad aún existe, donde muchos campesinos se fueron evitando que la violencia tocara su casa.  

Sin pensarlo, lo que el año anterior se había escuchado y visto había impartido más terror en las calles, ningún habitante del municipio de Astrea y alrededores podía estar fuera de su casa después de las 6:00 p.m. Era una orden, ser una persona honrada no tenía ningún mérito.

En el 2001 mi lugar seguro dejaría de serlo cuando unos hombres entraron a mi casa buscando, pausadamente, a un hombre llamado Luis. Jugaba en mi cama con mi hermanita de un año cuando empezaron a revisar toda la habitación. No encontraron nada.

Luis se llamaba el esposo de mi hermana mayor, a quien sacaron a la fuerza del cuarto de mis padres arrastrándolo hasta la sala. Desafortunadamente, si se puede llamar así, en casa solo estaba mi madre con sus 3 hijas y una amiguita. Rápidamente nos sacaron al patio de la casa, donde solo se escuchaba la voz de mi madre y mi hermana tratando de impedir que a mi cuñado Luis lo mataran a golpes.

Recuerdo haberme salido por el portón y buscar a mi madre.

Tengo grabada la escena en la que a mi madre la encierran para evitar que busque ayuda. Uno de ellos le apunta con un arma y le dice que no haga nada o la mata, se llevan a Luis en una sábana inconsciente para luego ser asesinado a unos pocos minutos del pueblo. Era el mismo hombre que me llevaba todos los días en una bici al colegio.

El desplazamiento forzado que vivimos era solo el comienzo de un trauma que se ha convertido en un huésped de nuestras vidas. A donde vamos nos acompaña.

Mi pueblo ha cambiado. Muchos se fueron, pero también hay muchos que se quedaron. Con dolor y temor mi casa dejó de ser mi lugar seguro. Tiene recuerdos dolorosos, la separación de una familia, salimos para dejar atrás el pasado sin pensar que el pasado nos persigue cada noche en la oscuridad. Justo  en la entrada de una habitación un hombre queriendo entrar y una niña que grita por ayuda.

 Nunca olvidaremos cuando mataron a un hombre por llamarse Luis. Así era que mataban: hasta que alguien hablara y dijera quién era el verdadero Luis que según ellos merecía morir. Cuando naces en un pueblo donde llegas y te encuentras con muchas historias como la mía, que nunca fueron contadas y que seguramente quedarán en el olvido, es mejor llorar en silencio. Nunca se sabe quién escucha el motivo de tu dolor.

Por: María del Carmen Zambrano para EL PILÓN.

Especial
12 julio, 2023

Un llanto sin ruido

Tenía 5 años cuando el miedo se adueñó del único lugar que creía era seguro: mi casa. Entre mis vagas, pero muy reales memorias abundan el terror que alguna vez se apoderó de mi pueblo, el silencio de un llanto sin ruido. No estaba permitido llorar.


Imagen de referencia.
Imagen de referencia.

Tenía 5 años cuando el miedo se adueñó del único lugar que creía era seguro: mi casa. Entre mis vagas, pero muy reales memorias abundan el terror que alguna vez se apoderó de mi pueblo, el silencio de un llanto sin ruido. No estaba permitido llorar.

Esta es mi historia, un pasado y un presente. Una niña que vivió de cerca la violencia junto a sus padres y hermanos. El 28 de enero del 2000, a unos pocos minutos de mi pueblo natal, Arjona, corregimiento de Astrea, Cesar, la oscuridad llegó a la vereda Santa Cecilia, escenario de la masacre de 12 campesinos a manos de la violencia. Un día que toda Colombia recuerda en homenaje a las víctimas.

Arjona, Cesar, pueblo en el que nací y que pocos conocen debido a su ubicación geográfica, donde la impunidad aún existe, donde muchos campesinos se fueron evitando que la violencia tocara su casa.  

Sin pensarlo, lo que el año anterior se había escuchado y visto había impartido más terror en las calles, ningún habitante del municipio de Astrea y alrededores podía estar fuera de su casa después de las 6:00 p.m. Era una orden, ser una persona honrada no tenía ningún mérito.

En el 2001 mi lugar seguro dejaría de serlo cuando unos hombres entraron a mi casa buscando, pausadamente, a un hombre llamado Luis. Jugaba en mi cama con mi hermanita de un año cuando empezaron a revisar toda la habitación. No encontraron nada.

Luis se llamaba el esposo de mi hermana mayor, a quien sacaron a la fuerza del cuarto de mis padres arrastrándolo hasta la sala. Desafortunadamente, si se puede llamar así, en casa solo estaba mi madre con sus 3 hijas y una amiguita. Rápidamente nos sacaron al patio de la casa, donde solo se escuchaba la voz de mi madre y mi hermana tratando de impedir que a mi cuñado Luis lo mataran a golpes.

Recuerdo haberme salido por el portón y buscar a mi madre.

Tengo grabada la escena en la que a mi madre la encierran para evitar que busque ayuda. Uno de ellos le apunta con un arma y le dice que no haga nada o la mata, se llevan a Luis en una sábana inconsciente para luego ser asesinado a unos pocos minutos del pueblo. Era el mismo hombre que me llevaba todos los días en una bici al colegio.

El desplazamiento forzado que vivimos era solo el comienzo de un trauma que se ha convertido en un huésped de nuestras vidas. A donde vamos nos acompaña.

Mi pueblo ha cambiado. Muchos se fueron, pero también hay muchos que se quedaron. Con dolor y temor mi casa dejó de ser mi lugar seguro. Tiene recuerdos dolorosos, la separación de una familia, salimos para dejar atrás el pasado sin pensar que el pasado nos persigue cada noche en la oscuridad. Justo  en la entrada de una habitación un hombre queriendo entrar y una niña que grita por ayuda.

 Nunca olvidaremos cuando mataron a un hombre por llamarse Luis. Así era que mataban: hasta que alguien hablara y dijera quién era el verdadero Luis que según ellos merecía morir. Cuando naces en un pueblo donde llegas y te encuentras con muchas historias como la mía, que nunca fueron contadas y que seguramente quedarán en el olvido, es mejor llorar en silencio. Nunca se sabe quién escucha el motivo de tu dolor.

Por: María del Carmen Zambrano para EL PILÓN.