De Pedro, el ausente, casi no llegan noticias. La imaginación vuela con el deseo de percances que alimentan la idea de suponerlo muerto. Sería una feliz solución. Un día la recua del correo trajo la temida carta. Desde una playa antillana Pedro Crespo, en renglones que rebosaban alegría, anunciaba su regreso. Había que actuar ligero, la mente llena de furores pasionales da la solución: ¡Había que asesinar!