Fue precisamente una noche de aquellas, un 24 de junio, en la década del setenta, cuando se conoció con Poncho Zuleta, quien, luego de degustar sus típicas delicias, juró fidelidad eterna a sus recetas y el justo reconocimiento a su nombre.
En este pequeño espacio no cabe un homenaje a la inmensidad de su vida. Vida grande dentro de la humildad sublime que practicó, tanto que se fue en silencio, silencio sabio y me atrevo a decir: silencio santo.