¡Uy!, qué gentío tan impresionante, me dijo el Pinde con cara de asombro en el atrio de la iglesia, no cabe ni un alfiler y tuvieron que cerrar las puertas y yo le contesté que en la funeraria había sido lo mismo, que no había espacio ni para una aguja y solamente se veían cientos de personas llorando, entre los cuales se distinguían unos hombronazos que superaban el 1.80 de estatura y los 100 kilos de pesos y que pasaban de la docena, y eran sus hijos y le agregué que definitivamente el dúo, honradez y bondad eran capaces de producir acontecimientos como éste.
Jamás me hubiera figurado que llegaría a esta edad provecta reconociendo verdades que antes negué. No hacerlo supondría un ejercicio estéril de tozudez, como contradecir hoy la teoría copernicana del heliocentrismo.