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Columnista - 26 mayo, 2013

La protesta como solución

Jamás me hubiera figurado que llegaría a esta edad provecta reconociendo verdades que antes negué. No hacerlo supondría un ejercicio estéril de tozudez, como contradecir hoy la teoría copernicana del heliocentrismo.

Por Luis Augusto González Pimienta

Jamás me hubiera figurado que llegaría a esta edad provecta reconociendo verdades que antes negué. No hacerlo supondría un ejercicio estéril de tozudez, como contradecir hoy la teoría copernicana del heliocentrismo.

Comienzo con una explicación necesaria por la interpretación errónea o distorsionada que es común en los malquerientes del opinador. No soy comunista, tampoco socialista. No participé en mítines, paros, huelgas, asonadas ni nada que se le pareciera. Siempre proclamé la solución pacífica y concertada de los conflictos. El razonamiento fue mi herramienta y la paz mi bandera. Desde el bachillerato tuve motivos y ocasiones para alzarme como Galán, el comunero, pero preferí el diálogo constructivo a la reyerta.

El panorama mundial muestra un mundo convulsionado, de enfrentamientos bélicos sin justificación válida. La historia indica que las creencias religiosas, los límites geográficos y el expansionismo ideológico, conforman el núcleo de las principales disputas. Las llamadas ofensas a la dignidad nacional no son consideradas razones como lo fueron en la Edad Media, pues de lo contrario ha rato le hubiéramos declarado la guerra a Venezuela.

Me molesta aceptar que la protesta, que era un mecanismo excepcional para ser oído, se haya convertido en fórmula ordinaria para obtener resultados. Peor aún, que se obtengan réditos de la misma si se le incorporan elementos perturbadores del orden público o de las buenas costumbres.

El cerramiento de las vías que causa cuantiosas pérdidas económicas se ha vuelto tan común, que hasta los cafeteros, otrora reyes de los incentivos gubernamentales, se valieron de él para lograr sus objetivos. Las huelgas de los maestros y de los transportadores ocupan lugar preeminente en la reseña de las protestas.

A los anteriores y otros más que omito por razones de espacio se le suma lo impensado: paros en los servicios públicos esenciales como la salud y la justicia. Anteriormente sus empleados soportaban con estoicismo las demoras en los pagos. Hoy, ni de riesgo.

La protesta resuelve lo que la petición respetuosa no logra. Así, la acción de tutela, instrumento constitucional de protesta, está tan enraizada que las entidades oficiales y las particulares que prestan un servicio público solo responden cuando hay tutela de por medio. Las demás solicitudes, duermen el sueño de los justos. 
 

 

 

 

Columnista
26 mayo, 2013

La protesta como solución

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

Jamás me hubiera figurado que llegaría a esta edad provecta reconociendo verdades que antes negué. No hacerlo supondría un ejercicio estéril de tozudez, como contradecir hoy la teoría copernicana del heliocentrismo.


Por Luis Augusto González Pimienta

Jamás me hubiera figurado que llegaría a esta edad provecta reconociendo verdades que antes negué. No hacerlo supondría un ejercicio estéril de tozudez, como contradecir hoy la teoría copernicana del heliocentrismo.

Comienzo con una explicación necesaria por la interpretación errónea o distorsionada que es común en los malquerientes del opinador. No soy comunista, tampoco socialista. No participé en mítines, paros, huelgas, asonadas ni nada que se le pareciera. Siempre proclamé la solución pacífica y concertada de los conflictos. El razonamiento fue mi herramienta y la paz mi bandera. Desde el bachillerato tuve motivos y ocasiones para alzarme como Galán, el comunero, pero preferí el diálogo constructivo a la reyerta.

El panorama mundial muestra un mundo convulsionado, de enfrentamientos bélicos sin justificación válida. La historia indica que las creencias religiosas, los límites geográficos y el expansionismo ideológico, conforman el núcleo de las principales disputas. Las llamadas ofensas a la dignidad nacional no son consideradas razones como lo fueron en la Edad Media, pues de lo contrario ha rato le hubiéramos declarado la guerra a Venezuela.

Me molesta aceptar que la protesta, que era un mecanismo excepcional para ser oído, se haya convertido en fórmula ordinaria para obtener resultados. Peor aún, que se obtengan réditos de la misma si se le incorporan elementos perturbadores del orden público o de las buenas costumbres.

El cerramiento de las vías que causa cuantiosas pérdidas económicas se ha vuelto tan común, que hasta los cafeteros, otrora reyes de los incentivos gubernamentales, se valieron de él para lograr sus objetivos. Las huelgas de los maestros y de los transportadores ocupan lugar preeminente en la reseña de las protestas.

A los anteriores y otros más que omito por razones de espacio se le suma lo impensado: paros en los servicios públicos esenciales como la salud y la justicia. Anteriormente sus empleados soportaban con estoicismo las demoras en los pagos. Hoy, ni de riesgo.

La protesta resuelve lo que la petición respetuosa no logra. Así, la acción de tutela, instrumento constitucional de protesta, está tan enraizada que las entidades oficiales y las particulares que prestan un servicio público solo responden cuando hay tutela de por medio. Las demás solicitudes, duermen el sueño de los justos.