La profesora y escritora Marina Quintero escribe un hermoso texto sobre la obra poética de José Atuesta Mindiola.
“Mariangola de mi sueño
alborada en melodía,
te recuerdo tierra mía
como si yo fuera el dueño:
de la luna y el ensueño
de tu noche silenciosa,
en ti tierra primorosa
escuché por vez primera
los silbos de primavera
entre el clavel y la rosa”
José Atuesta Mindiola, conocido como el poeta Atuesta, es oriundo de Mariangola. Ahí comenzó a beber de la poesía mientras su padre escribía versos en el cerro de Lavé. Allá escuchó por vez primera el canto de la primavera y los silbos del turpial y el ruiseñor en el tinglado variopinto de los amaneceres. En Mariangola recorrió las primeras letras que su madre por vocación con sabiduría le enseñara -tenacidad apostólica de la maestra Juana-. Mariangola y sus sabanas son para Atuesta nostalgia de su alborada y sus poemas reconocen el olor del viento del pueblo de la infancia: “Cuando yo piso tu suelo/ un aroma de floresta me llena el alma de fiesta y como un pájaro vuelo por el azul de tu cielo… ”.
Lee también: Los aires vallenatos tienen origen directamente en el acordeón
En Valledupar, Atuesta cautivado por la luz de los cañahuates y el arrullo azulado del Guatapurí, descubre en el verso el cincel que atrapa el tiempo y en las melodías, la pluma que danza los recodos de la historia: son leyendas… son voces y escenarios; son tiempos y lugares, la esencia del paisaje sonoro que le seduce y envuelve… y así, la música del poema se hizo canción… celebra el poeta la emoción del canto.
Atuesta es un cronista desenfadado, libre, narra para la memoria, narra para derrotar el olvido con el recurso infalible de la estética verbal. Atuesta cuenta su propia vida a los demás y a sí mismo; vive a plenitud la experiencia del relato, de la poesía, de la sinceridad, de la verdad…
Atuesta es un poeta popular “artífice de ese deleite que son los versos para la vida y para la historia”, asegura el poeta caucano Julio César Espinosa. Sus décimas embellecen las propiedades del verso octosílabo, metro que le habla a la música natural del oído. La décima pasó por los estratos más altos de la literatura universal del Siglo de Oro, de ahí su honda penetración en el gusto estético de los públicos que la hizo extraordinariamente popular.
La décima en el Cesar vive plenamente en la memoria de los abuelos y vive en el alma de los nuevos creadores; hoy la décima vive en el alma y en la pluma de José Atuesta Mindiola valorando lo terrígeno y lo raizal. En el encabezado del álbum discográfico de su autoría, grabado en la voz del campesino Joaquín Pertuz Barrios titulado “Décimas al decimero” (2003), Atuesta alude a la décima como “un camino que anda: se escribe y se canta en España y en toda Hispanoamérica”.
En la canción “Décimas a Diomedes” entre sombras y esplendor Atuesta hermana el cielo y la tristeza. (Tuve el honor de grabar esta canción).
Cuando Diomedes nació
Un ángel trajo una lira
y su madre vieja Elvira
en su mano le entregó.
Desde niño se abrazó
del viento para volar,
soñaba que iba a triunfar
en el canto vallenato
y Dios le da ese mandato
de componer y cantar
Cuando la música suena
en el tiempo no hay distancia,
un suspiro de fragancia
florece en la gente buena.
Volando se van las penas,
cicatrizan las heridas.
Volando se va la vida
entre sombra y esplendor,
pero no muere el amor
de las cosas más queridas
La décima de Atuesta enreda en su canto las honduras de la vida. Tres son los caminos que transita:
Pondera y valora los símbolos de la vallenatía; son sus íconos aquellos personajes que con su apuesta creadora han trasegado la memoria de los pueblos. Revela Atuesta en su poema: “Cuando pienso en los dedos maestros del juglar/ derramo enseguida espinas de miel/ sobre los surcos que me anticipan/ para que un bosque de música/ sea refugio de las veneradas parrandas de este valle.” ¡Es la obsesión del poeta!
Valledupar en tu cielo
la luz del canto se mece
y en la memoria florece
el cantar de los abuelos:
Son versos en este suelo
que invitan a parrandear.
Tu nombre Valledupar
tiene un sentido profundo
y se conoce en el mundo
por el canto popular
Alienta a los pueblos su realidad mística. Hace de lo espiritual experiencia literaria y con el brillo de su pluma acuña lo identitario de vivencias recónditas y viejas añoranzas. ¡Tan cercano y tan profundo! Valioso es su rescate de la cultura popular ¡Donde la poesía cantada fluye entre las ramas del viento, los ecos del corazón y el verdor del pastizal! (Atuesta 2003).
Que Dios conserve prendida
mi memoria de lucero
para cantar con esmero
viejas historias queridas.
Forman parte de mi vida
Mariangola y sus sabanas:
En donde la fe cristiana
con el Cristo es tradición
y empieza la velación
en casa de Feliciana
Y en el núcleo de su obra, los sentimientos: del humano Atuesta interroga su deseo y con el don de la escritura remonta la verdad de su fascinación.
Tarde de policromía
que contemplábamos juntos
y el sol que ya estaba a punto
de despedirse del día.
Aquí en la memoria mía
como reliquia sagrada,
tu imagen llevo grabada
y el recuerdo me enternece;
nunca el cielo se oscurece
si hay amor en la mirada.
De la manera como esculpe la dimensión erótica del sentimiento, así mismo camina la realidad de la esperanza en la fraternidad y el magisterio, noble ideal del maestro, noble misión del cantor, destaca su don poético: “Los niños son las espigas en el jardín del amor, y el ¡cantar!, el cantar es un camino, porque somos caminantes…”.
No es nada la memoria sin el contar, asegura Paul Ricoeur; el cantar es un camino porque somos caminantes, clama el poeta Atuesta; curar la memoria contando es el poder de la escritura, poetiza Ricoeur; cantarle a la vida es la misión del cantor en la poética Atuestiana. ¡Misión redentora! Cantar y escuchar un canto redentor es una revelación, porque él trae la huella de una vida que en su trama otro ha depositado. Elías Canetti, escritor búlgaro, autor de obras que analizan los motivos profundos de las acciones humanas afirma: “No puede ser tarea del escritor/ dejar a la humanidad en/ brazos de la muerte”.
Por: Marina Quintero (profesora, escritora y cantante) .
La profesora y escritora Marina Quintero escribe un hermoso texto sobre la obra poética de José Atuesta Mindiola.
“Mariangola de mi sueño
alborada en melodía,
te recuerdo tierra mía
como si yo fuera el dueño:
de la luna y el ensueño
de tu noche silenciosa,
en ti tierra primorosa
escuché por vez primera
los silbos de primavera
entre el clavel y la rosa”
José Atuesta Mindiola, conocido como el poeta Atuesta, es oriundo de Mariangola. Ahí comenzó a beber de la poesía mientras su padre escribía versos en el cerro de Lavé. Allá escuchó por vez primera el canto de la primavera y los silbos del turpial y el ruiseñor en el tinglado variopinto de los amaneceres. En Mariangola recorrió las primeras letras que su madre por vocación con sabiduría le enseñara -tenacidad apostólica de la maestra Juana-. Mariangola y sus sabanas son para Atuesta nostalgia de su alborada y sus poemas reconocen el olor del viento del pueblo de la infancia: “Cuando yo piso tu suelo/ un aroma de floresta me llena el alma de fiesta y como un pájaro vuelo por el azul de tu cielo… ”.
Lee también: Los aires vallenatos tienen origen directamente en el acordeón
En Valledupar, Atuesta cautivado por la luz de los cañahuates y el arrullo azulado del Guatapurí, descubre en el verso el cincel que atrapa el tiempo y en las melodías, la pluma que danza los recodos de la historia: son leyendas… son voces y escenarios; son tiempos y lugares, la esencia del paisaje sonoro que le seduce y envuelve… y así, la música del poema se hizo canción… celebra el poeta la emoción del canto.
Atuesta es un cronista desenfadado, libre, narra para la memoria, narra para derrotar el olvido con el recurso infalible de la estética verbal. Atuesta cuenta su propia vida a los demás y a sí mismo; vive a plenitud la experiencia del relato, de la poesía, de la sinceridad, de la verdad…
Atuesta es un poeta popular “artífice de ese deleite que son los versos para la vida y para la historia”, asegura el poeta caucano Julio César Espinosa. Sus décimas embellecen las propiedades del verso octosílabo, metro que le habla a la música natural del oído. La décima pasó por los estratos más altos de la literatura universal del Siglo de Oro, de ahí su honda penetración en el gusto estético de los públicos que la hizo extraordinariamente popular.
La décima en el Cesar vive plenamente en la memoria de los abuelos y vive en el alma de los nuevos creadores; hoy la décima vive en el alma y en la pluma de José Atuesta Mindiola valorando lo terrígeno y lo raizal. En el encabezado del álbum discográfico de su autoría, grabado en la voz del campesino Joaquín Pertuz Barrios titulado “Décimas al decimero” (2003), Atuesta alude a la décima como “un camino que anda: se escribe y se canta en España y en toda Hispanoamérica”.
En la canción “Décimas a Diomedes” entre sombras y esplendor Atuesta hermana el cielo y la tristeza. (Tuve el honor de grabar esta canción).
Cuando Diomedes nació
Un ángel trajo una lira
y su madre vieja Elvira
en su mano le entregó.
Desde niño se abrazó
del viento para volar,
soñaba que iba a triunfar
en el canto vallenato
y Dios le da ese mandato
de componer y cantar
Cuando la música suena
en el tiempo no hay distancia,
un suspiro de fragancia
florece en la gente buena.
Volando se van las penas,
cicatrizan las heridas.
Volando se va la vida
entre sombra y esplendor,
pero no muere el amor
de las cosas más queridas
La décima de Atuesta enreda en su canto las honduras de la vida. Tres son los caminos que transita:
Pondera y valora los símbolos de la vallenatía; son sus íconos aquellos personajes que con su apuesta creadora han trasegado la memoria de los pueblos. Revela Atuesta en su poema: “Cuando pienso en los dedos maestros del juglar/ derramo enseguida espinas de miel/ sobre los surcos que me anticipan/ para que un bosque de música/ sea refugio de las veneradas parrandas de este valle.” ¡Es la obsesión del poeta!
Valledupar en tu cielo
la luz del canto se mece
y en la memoria florece
el cantar de los abuelos:
Son versos en este suelo
que invitan a parrandear.
Tu nombre Valledupar
tiene un sentido profundo
y se conoce en el mundo
por el canto popular
Alienta a los pueblos su realidad mística. Hace de lo espiritual experiencia literaria y con el brillo de su pluma acuña lo identitario de vivencias recónditas y viejas añoranzas. ¡Tan cercano y tan profundo! Valioso es su rescate de la cultura popular ¡Donde la poesía cantada fluye entre las ramas del viento, los ecos del corazón y el verdor del pastizal! (Atuesta 2003).
Que Dios conserve prendida
mi memoria de lucero
para cantar con esmero
viejas historias queridas.
Forman parte de mi vida
Mariangola y sus sabanas:
En donde la fe cristiana
con el Cristo es tradición
y empieza la velación
en casa de Feliciana
Y en el núcleo de su obra, los sentimientos: del humano Atuesta interroga su deseo y con el don de la escritura remonta la verdad de su fascinación.
Tarde de policromía
que contemplábamos juntos
y el sol que ya estaba a punto
de despedirse del día.
Aquí en la memoria mía
como reliquia sagrada,
tu imagen llevo grabada
y el recuerdo me enternece;
nunca el cielo se oscurece
si hay amor en la mirada.
De la manera como esculpe la dimensión erótica del sentimiento, así mismo camina la realidad de la esperanza en la fraternidad y el magisterio, noble ideal del maestro, noble misión del cantor, destaca su don poético: “Los niños son las espigas en el jardín del amor, y el ¡cantar!, el cantar es un camino, porque somos caminantes…”.
No es nada la memoria sin el contar, asegura Paul Ricoeur; el cantar es un camino porque somos caminantes, clama el poeta Atuesta; curar la memoria contando es el poder de la escritura, poetiza Ricoeur; cantarle a la vida es la misión del cantor en la poética Atuestiana. ¡Misión redentora! Cantar y escuchar un canto redentor es una revelación, porque él trae la huella de una vida que en su trama otro ha depositado. Elías Canetti, escritor búlgaro, autor de obras que analizan los motivos profundos de las acciones humanas afirma: “No puede ser tarea del escritor/ dejar a la humanidad en/ brazos de la muerte”.
Por: Marina Quintero (profesora, escritora y cantante) .