OPINIÓN

Ser compositor de música vallenata es un oficio serio y responsable

A propósito de una reciente entrevista que me hiciera mi amigo Ramiro Álvarez Mercado – escritor y folclorista- y que se publicó en Portal Vallenato, se reactivaron con más fuerza en los vericuetos de mi mente  una serie de pensamientos relacionados con el oficio de ser compositor, los cuales no me han dejado tranquilo al sentir la necesidad de compartirlos públicamente a través de un escrito que, mínimo, genere inquietudes a las personas eruditas y neófitas en el proyecto de componer canciones.

Ser compositor de música vallenata es un oficio serio y responsable

Ser compositor de música vallenata es un oficio serio y responsable

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A propósito de una reciente entrevista que me hiciera mi amigo Ramiro Álvarez Mercado – escritor y folclorista- y que se publicó en Portal Vallenato, se reactivaron con más fuerza en los vericuetos de mi mente  una serie de pensamientos relacionados con el oficio de ser compositor, los cuales no me han dejado tranquilo al sentir la necesidad de compartirlos públicamente a través de un escrito que, mínimo, genere inquietudes a las personas eruditas y neófitas en el proyecto de componer canciones.

Comienzo por afirmar  que componer canciones es una actividad que debe asumirse con responsabilidad, con profesionalismo, con compromiso social, en el entendido que los mensajes que lleva implícita cada canción trascienden el ámbito de lo netamente privado y llegan al alma, al corazón, a la conciencia de personas adultas y menores de diversas culturas y clases sociales.  

 Por tanto, escribir versos, contando y cantando algún suceso no puede ser un simple pasatiempo, una diversión ocasional desprovista de trascendencia. Todo lo contrario; es, al igual que  cualquier otra producción del espíritu, una ocupación seria,  en momentos solitaria, plagada  de espacios donde se conciben ideas, se construyen frases, se revisan versos una y otra vez, hasta  darles la estructura semántica adecuada,  cuyo contenido armonice con el ritmo y la entonación. 

Nótese que las canciones que logran trascender, no sólo en el vallenato sino en cualquier otro estilo, están impregnadas de detalles, algunos muy sutiles incluso, tanto en la melodía como en la letra y eso sólo se logra con muchas horas de análisis, de pensadera, de trabajo. Siempre he creído que la inspiración, entendida como esa idea casi obsesiva que por alguna razón especial se le inocula al compositor  en su alma acompañada de un tarareo o de un silbido casi incipiente, es apenas la invitación a iniciar una aventura, un recorrido, un camino. Sin embargo, a partir de allí habrá que asumir grandes retos: investigar acerca del tema sobre el que se está componiendo, examinar los escritos de poetas reconocidos, intercambiar conceptos y otras tareas más,  hasta que la masa esté a punto, como decían nuestras abuelas.  

Particularmente, siempre he sostenido que el compositor de música vallenata es aquella persona que hace sentir en el alma de otros, la pasión con la que escribe cada verso. Además, él tiene la sensibilidad para interpretar los sentimientos de aquellos que no tienen voz para hacerlo. Puede y debe ponerse, algunas veces, en el pellejo de otro generando así la empatía necesaria para expresar sentires ajenos. Eso, de por sí, ya implica un compromiso inmenso con el mundo.

Por ello, cada vez que me deleito escuchando los clásicos de nuestra música, me reafirmo en mi tesis de que, definitivamente, estos compositores, pioneros de una cultura musical, muchos de ellos incluso con poca o ninguna preparación académica, asumieron con madurez, con compromiso social, la apasionante tarea de contar en versos y melodías unas historias donde la realidad y la imaginación se juntaban en una simbiosis caprichosa e irreverente.  La decisión de seguir esa trilla, esa huella, por parte de los compositores  que precedieron a estos grandes, ha sido una de las razones por las que nuestra música vernácula hoy conserva su vigencia en gran medida.

Sin embargo, no hay duda de que este patrimonio inmaterial hay que preservarlo y para ello se requiere diseñar y ejecutar estrategias que conduzcan a lograr ese objetivo  y, uno de ellos, en mi concepto, apunta a crear e incentivar los “semilleros de compositores”, espacios donde niños y/o adolescentes, interesados en aprender y, además, con aptitudes, puedan escuchar de sus maestros sus historias, sus vivencias y la manera como ellos logran hacerlo. Muy seguramente, en este propósito, habrá necesidad de utilizar a fondo teorías del método del “Modelaje” que la programación neurolingüística ha venido desarrollando con éxito en los últimos años. 

La alternativa que propongo en el párrafo anterior la fundamento en  que: a) como toda actividad humana, este arte de componer canciones es susceptible de ser enseñado y aprendido; b)  para enseñar y, sobre todo para aprender algo en la vida, se requiere nacer y/o adquirir un especial interés o, lo que es lo mismo, una pasión  que mueva a la persona casi que a obsesionarse por aquello que quiere asimilar; c) es necesario que, tanto el aprendiz como el maestro, diseñen  o utilicen métodos con los que se sientan cómodos y  que les permitan  transitar por ese camino, en el propósito de ser cada día más diestros en el arte de componer; d) en últimas, será responsabilidad de quien pretende enseñar a componer, definir si determinado alumno tiene el “tumbao”, la picardía, la imaginación, la sensibilidad, la creatividad innata pero, sobre todo, si cuenta con la disciplina, la constancia, la responsabilidad que deberían tener las personas que aspiren llegar a ser trascendentes dentro de la música vallenata. 

Por: Ignacio Cantillo Vásquez.

Abogado y compositor.

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