Para que la comunidad vallenata conozca un poco más de la vida de Aníbal Martínez Zuleta, el guardián del río Guatapurí y del cañaguate.
Por José Antonio Murgas Aponte.
Ni las lanzas coloradas de guerreros invencibles, ni la sabiduría de los hombres de pensamiento, ni las hazañas de héroes connotados, pueden eclipsar, aquí en esta comarca del Cesar y en el país, la gesta y el nombre humilde, sencillo y egregio de Aníbal Martínez Zuleta. Y menos ahora cuando la muerte ilumina su parábola de padre tierno y ejemplar, de hijo, hermano y esposo excelso, de familiar insigne, de amigo leal y heroico, y sobre todo de conductor político, hombre de masas y patriota que amó a su pueblo, y le rindió culto a su historia, viviendo como lo hizo, fervoroso y atento al discurrir y al destino de la vida nacional.
¿Pero cuál es el legado que nos propicia la trayectoria de Aníbal Martínez Zuleta?
Quizás para la ciudad de Valledupar, su ciudad Sorpresa Caribe, como él la llamaba con ternura de hijo fiel y gran ciudadano. Nadie como él evocó la historia de las tres culturas: La española, la indígena y la negra, y nadie como él soñando su geografía montaraz pudo proclamar para nuestra tierra el título de País Vallenato. Historiador nato y aplicado a la historia de la ciudad de los Santos Reyes de Valledupar. Glosaba y reseñaba el sufrimiento de la ciudad de Valledupar en la guerra de los mil días, el sitio cruento que la desbastóó y la cubrió de luto. Por eso cuando aquí en Valledupar hablen de historiadores, tienen que citarlo a él, cuando aquí hablen de grandes hombres, tienen que citarlo a él, y cuando nombren un centinela insobornable y leal a la urbe tendrán que citarlo a él.
Ese es su legado, nos forjó una conciencia de la historia Vallenata.
Pero algo más, nos fundó y nos cuajó una nueva conciencia, la conciencia territorial. Aníbal Martínez Zuleta, no solo fue un coautor de la creación del departamento del Cesar, uno de sus memorables fundadores, y uno de los tres que escribieron la Exposición de Motivos de la Ley 25 que creó nuestro profundo y magno departamento del Cesar. Y fue tanta su pasión por esta entidad, que después sus sueños despertaron de nuevo, y concibió al Cesar como una unidad de gobierno regional, con La Guajira y el Magdalena, como una región autónoma política y administrativa.
Eso nos prodigó como culto a nuestra geografía sagrada, la conciencia territorial.
Pero fue la conciencia social, la lealtad a su tierruca, y el apego a su pueblo, a su barrio vegetal del Cañaguate, a donde nació, y esa pasión por el color amarillo de esa flor del Cañaguate que tanto amó, fue lo que lo consagró y lo inspiró para sus jornadas de lucha que lo llevaron a ser figura nacional y un cruzado combatiente de encumbradas lides. Hombre de triunfos rotundos, de banderas victoriosas y de mástiles al viento, pero también hombre de hondos pesares, de angustias inenarrables y de nostalgias profundas, como aquellas de la muerte de sus hijos adorados, cuyo dolor soportó con todos los suyos, y en lo íntimo del alma y del espíritu con su esposa Ana Julia de Martínez Zuleta, mujer única en la oración y en el perdón cristiano y en la ternura y en la nobleza humana, entre todas la mujeres de su tierra.
Aníbal Martínez Zuleta, hombre-pueblo, hombre-cultura, hombre-bandera, hombre-patria, hombre-río, símbolo del pan y de la sangre del pueblo del Cesar, emblema de lucha del pueblo colombiano, y de la raza cósmica de que hablara José Vasconcelos.
Aníbal, hombre Cristiano, devoto íntimo de Dios Padre, de Jesús el Nazareno, de Dios Espíritu Santo, y del Santo Ecce Homo del Valle de Upar. Jurista de la más alta jerarquía Nacional. Hombre de paz y de perdón, perdonó lo imperdonable, lo perdonó todo. Hombre pacifista, que vivió leal y orgulloso al lado de su pueblo y que murió rindiéndole culto a su familia, a su patria y a la epopeya de la paz.
Ahora en su féretro, Aníbal, mi amigo y mi hermano para siempre, está purificado y su alma está limpia, Dios nuestro Señor lo ha llamado al reino de los cielos. Pero como él quiso tanto estos caminos, estas plazas hidalgas, este Cesar y esta Valledupar de su corazón, estoy seguro que desde el más allá, regresará algún día, a nadar sobre las aguas mágicas e inmortales del río Guatapurí.
Para que la comunidad vallenata conozca un poco más de la vida de Aníbal Martínez Zuleta, el guardián del río Guatapurí y del cañaguate.
Por José Antonio Murgas Aponte.
Ni las lanzas coloradas de guerreros invencibles, ni la sabiduría de los hombres de pensamiento, ni las hazañas de héroes connotados, pueden eclipsar, aquí en esta comarca del Cesar y en el país, la gesta y el nombre humilde, sencillo y egregio de Aníbal Martínez Zuleta. Y menos ahora cuando la muerte ilumina su parábola de padre tierno y ejemplar, de hijo, hermano y esposo excelso, de familiar insigne, de amigo leal y heroico, y sobre todo de conductor político, hombre de masas y patriota que amó a su pueblo, y le rindió culto a su historia, viviendo como lo hizo, fervoroso y atento al discurrir y al destino de la vida nacional.
¿Pero cuál es el legado que nos propicia la trayectoria de Aníbal Martínez Zuleta?
Quizás para la ciudad de Valledupar, su ciudad Sorpresa Caribe, como él la llamaba con ternura de hijo fiel y gran ciudadano. Nadie como él evocó la historia de las tres culturas: La española, la indígena y la negra, y nadie como él soñando su geografía montaraz pudo proclamar para nuestra tierra el título de País Vallenato. Historiador nato y aplicado a la historia de la ciudad de los Santos Reyes de Valledupar. Glosaba y reseñaba el sufrimiento de la ciudad de Valledupar en la guerra de los mil días, el sitio cruento que la desbastóó y la cubrió de luto. Por eso cuando aquí en Valledupar hablen de historiadores, tienen que citarlo a él, cuando aquí hablen de grandes hombres, tienen que citarlo a él, y cuando nombren un centinela insobornable y leal a la urbe tendrán que citarlo a él.
Ese es su legado, nos forjó una conciencia de la historia Vallenata.
Pero algo más, nos fundó y nos cuajó una nueva conciencia, la conciencia territorial. Aníbal Martínez Zuleta, no solo fue un coautor de la creación del departamento del Cesar, uno de sus memorables fundadores, y uno de los tres que escribieron la Exposición de Motivos de la Ley 25 que creó nuestro profundo y magno departamento del Cesar. Y fue tanta su pasión por esta entidad, que después sus sueños despertaron de nuevo, y concibió al Cesar como una unidad de gobierno regional, con La Guajira y el Magdalena, como una región autónoma política y administrativa.
Eso nos prodigó como culto a nuestra geografía sagrada, la conciencia territorial.
Pero fue la conciencia social, la lealtad a su tierruca, y el apego a su pueblo, a su barrio vegetal del Cañaguate, a donde nació, y esa pasión por el color amarillo de esa flor del Cañaguate que tanto amó, fue lo que lo consagró y lo inspiró para sus jornadas de lucha que lo llevaron a ser figura nacional y un cruzado combatiente de encumbradas lides. Hombre de triunfos rotundos, de banderas victoriosas y de mástiles al viento, pero también hombre de hondos pesares, de angustias inenarrables y de nostalgias profundas, como aquellas de la muerte de sus hijos adorados, cuyo dolor soportó con todos los suyos, y en lo íntimo del alma y del espíritu con su esposa Ana Julia de Martínez Zuleta, mujer única en la oración y en el perdón cristiano y en la ternura y en la nobleza humana, entre todas la mujeres de su tierra.
Aníbal Martínez Zuleta, hombre-pueblo, hombre-cultura, hombre-bandera, hombre-patria, hombre-río, símbolo del pan y de la sangre del pueblo del Cesar, emblema de lucha del pueblo colombiano, y de la raza cósmica de que hablara José Vasconcelos.
Aníbal, hombre Cristiano, devoto íntimo de Dios Padre, de Jesús el Nazareno, de Dios Espíritu Santo, y del Santo Ecce Homo del Valle de Upar. Jurista de la más alta jerarquía Nacional. Hombre de paz y de perdón, perdonó lo imperdonable, lo perdonó todo. Hombre pacifista, que vivió leal y orgulloso al lado de su pueblo y que murió rindiéndole culto a su familia, a su patria y a la epopeya de la paz.
Ahora en su féretro, Aníbal, mi amigo y mi hermano para siempre, está purificado y su alma está limpia, Dios nuestro Señor lo ha llamado al reino de los cielos. Pero como él quiso tanto estos caminos, estas plazas hidalgas, este Cesar y esta Valledupar de su corazón, estoy seguro que desde el más allá, regresará algún día, a nadar sobre las aguas mágicas e inmortales del río Guatapurí.