Fue una lucha de meses que lo internó de gravedad, en su momento, en el Instituto Cardiovascular del Cesar enfrentando una afección renal. Este 24 de agosto la batalla terminó: el cuerpo de un hombre de casi 80 años cedió, no obstante, el recuerdo de un alma noble encuentra la eternidad entre quienes lo admiraron.
Por más de 25 años en las tardes-noche de la Plaza Alfonso López de Valledupar, entre 12 a 15 amigos de infancia se sentaban al frente de la casa del Roberto ‘Turco’ Paballón, ubicada en el centro de la ciudad, con el propósito de discutir temas de ciudad. En el grupo el menor ronda los 65 o 70 años. Todos son testigos y protagonistas del viejo Valledupar.
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Distanciados físicamente por la pandemia de la covid-19, este martes el luto los enlazó en el mismo dolor cuando se conoció la muerte del arquitecto Alberto Herazo, una de las voces tradicionales de ‘La Tertulia’, como llamaban a las reuniones diarias de amigos frente a la plaza principal de la ciudad, que se extendían desde las 6:00 de la tarde hasta las 9:00 p.m.
A ‘Beto’ no lo podrán despedir con honores masivos, tampoco habrá consuelo en los abrazos. La pandemia condenó temporalmente las despedidas. Pero en su memoria se propusieron resaltar el actuar de una de las voces más serenas de ‘La Tertulia’.
“Era un personaje conciliador. No le conocimos enemigos, desde niño se interesó por mantener una cordial relación entre todos los amigos de la época”, cuenta José Alfonso Martínez, compañero de conversaciones del arquitecto ‘Beto’ Herazo. “Deja un vacío grande. Por su forma amable de tratar a la gente, era de los más queridos. Dicen que de los muertos nadie habla mal, pero en vida Alberto Herazo fue una persona querida”, agrega Alfredo Martínez Mejía.
Desde que empezaron las obras de soterramiento de las redes en el Centro Histórico, las conversaciones se corrieron al ‘palo’ de mango de la plaza Alfonso López. Al mismo tiempo se agravaron los problemas de salud que le impidieron al arquitecto seguir frecuentando las tertulias. “Fue el hombre cálido que siempre tenía motivo de afecto, el de la nota alegre. Fue un luchador de la vida”, define Augusto Socarrás.
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Fue una lucha de meses que lo internó de gravedad, en su momento, en el Instituto Cardiovascular del Cesar enfrentando una afección renal. Este 24 de agosto la batalla terminó: el cuerpo de un hombre de casi 80 años cedió, no obstante, el recuerdo de un alma noble encuentra la eternidad entre quienes lo admiraron.
“Yo siempre pensaba ¿cómo será el día que muera mi papá? En su entierro estarán mares de personas: todos los vendedores de la plaza, los que cuidan los carros, los que atienden en los supermercados, todos los barrios del Valle sin distinción de clase social, todos caminando sin diferencias llorando por su partida, hablando entre ellos del gran ser humano que partía. Dirían tantas palabras bonitas, lo recordarían con amor, como se recuerdan las almas bonitas que marcan sin querer la vida de las personas. Porque así era su alma; humilde de corazón, bueno, bondadoso”, recordó Lucía Herazo, hija del arquitecto.
Un peligroso virus impidió que las masas lo acompañaran en el último adiós, pero desde la distancia, y con admirable afecto, desde el vendedor del peto, el gobernador y el alcalde, líderes políticos, el amigo del mercado, el compañero de ‘La Tertulia’, todos lamentaron la partida de quien hizo devoción al principio de la nobleza y al proverbio de la palabra suave.
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“Era tan noble que un día solo le dio una palmada a mi hermano y lo encontré en el cuarto llorando.No se permitía que peleáramos entre nosotros, ni que menospreciáramos ni tratáramos mal a nadie, porque en su corazón solo había perdón, nobleza y amor. A su edad era sensible, lloraba a su madre y cada nada la recordaba, él siempre tuvo la fe de que ella era quien lo salvaba de cada enfermedad”, cerró Lucía Herazo.
Por Deivis Caro/EL PILÓN
Fue una lucha de meses que lo internó de gravedad, en su momento, en el Instituto Cardiovascular del Cesar enfrentando una afección renal. Este 24 de agosto la batalla terminó: el cuerpo de un hombre de casi 80 años cedió, no obstante, el recuerdo de un alma noble encuentra la eternidad entre quienes lo admiraron.
Por más de 25 años en las tardes-noche de la Plaza Alfonso López de Valledupar, entre 12 a 15 amigos de infancia se sentaban al frente de la casa del Roberto ‘Turco’ Paballón, ubicada en el centro de la ciudad, con el propósito de discutir temas de ciudad. En el grupo el menor ronda los 65 o 70 años. Todos son testigos y protagonistas del viejo Valledupar.
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Distanciados físicamente por la pandemia de la covid-19, este martes el luto los enlazó en el mismo dolor cuando se conoció la muerte del arquitecto Alberto Herazo, una de las voces tradicionales de ‘La Tertulia’, como llamaban a las reuniones diarias de amigos frente a la plaza principal de la ciudad, que se extendían desde las 6:00 de la tarde hasta las 9:00 p.m.
A ‘Beto’ no lo podrán despedir con honores masivos, tampoco habrá consuelo en los abrazos. La pandemia condenó temporalmente las despedidas. Pero en su memoria se propusieron resaltar el actuar de una de las voces más serenas de ‘La Tertulia’.
“Era un personaje conciliador. No le conocimos enemigos, desde niño se interesó por mantener una cordial relación entre todos los amigos de la época”, cuenta José Alfonso Martínez, compañero de conversaciones del arquitecto ‘Beto’ Herazo. “Deja un vacío grande. Por su forma amable de tratar a la gente, era de los más queridos. Dicen que de los muertos nadie habla mal, pero en vida Alberto Herazo fue una persona querida”, agrega Alfredo Martínez Mejía.
Desde que empezaron las obras de soterramiento de las redes en el Centro Histórico, las conversaciones se corrieron al ‘palo’ de mango de la plaza Alfonso López. Al mismo tiempo se agravaron los problemas de salud que le impidieron al arquitecto seguir frecuentando las tertulias. “Fue el hombre cálido que siempre tenía motivo de afecto, el de la nota alegre. Fue un luchador de la vida”, define Augusto Socarrás.
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Fue una lucha de meses que lo internó de gravedad, en su momento, en el Instituto Cardiovascular del Cesar enfrentando una afección renal. Este 24 de agosto la batalla terminó: el cuerpo de un hombre de casi 80 años cedió, no obstante, el recuerdo de un alma noble encuentra la eternidad entre quienes lo admiraron.
“Yo siempre pensaba ¿cómo será el día que muera mi papá? En su entierro estarán mares de personas: todos los vendedores de la plaza, los que cuidan los carros, los que atienden en los supermercados, todos los barrios del Valle sin distinción de clase social, todos caminando sin diferencias llorando por su partida, hablando entre ellos del gran ser humano que partía. Dirían tantas palabras bonitas, lo recordarían con amor, como se recuerdan las almas bonitas que marcan sin querer la vida de las personas. Porque así era su alma; humilde de corazón, bueno, bondadoso”, recordó Lucía Herazo, hija del arquitecto.
Un peligroso virus impidió que las masas lo acompañaran en el último adiós, pero desde la distancia, y con admirable afecto, desde el vendedor del peto, el gobernador y el alcalde, líderes políticos, el amigo del mercado, el compañero de ‘La Tertulia’, todos lamentaron la partida de quien hizo devoción al principio de la nobleza y al proverbio de la palabra suave.
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“Era tan noble que un día solo le dio una palmada a mi hermano y lo encontré en el cuarto llorando.No se permitía que peleáramos entre nosotros, ni que menospreciáramos ni tratáramos mal a nadie, porque en su corazón solo había perdón, nobleza y amor. A su edad era sensible, lloraba a su madre y cada nada la recordaba, él siempre tuvo la fe de que ella era quien lo salvaba de cada enfermedad”, cerró Lucía Herazo.
Por Deivis Caro/EL PILÓN