Un pueblo de pescadores y campesinos azotados por la violencia que lucha por convertirse en un destino ecoturístico, pero su principal atractivo muere lentamente.
En Santa Isabel el inclemente sol evapora la ciénaga que bordea el costado norte del pueblo, ubicado al pie de la Serranía del Perijá, en jurisdicción del municipio de Curumaní, Cesar. Allí la gente se resiste a perder su tesoro más preciado, un espejo de agua que hace 20 años abarcaba 50 hectáreas y que en la actualidad tiene menos de 26.
La estatua de un pescador da la bienvenida en la entrada del corregimiento, está en una canoa a metro y medio de altura. El inmutable individuo de sombrero tiene un remo y en la pequeña embarcación hay dos mojarras y un gajo de plátanos: faena de antaño que pasó a ser una fantasía para los más de mil habitantes de Santa Isabel, en la ciénaga que tiene el mismo nombre.
“Un día desplazados solíamos estar pero hoy a nuestras tierras hemos podido retornar”. Este el mensaje que da el particular anfitrión a quienes se acercan al monumento ubicado al frente de la Institución Educativa Santa Isabel.
“Que renazca la esperanza y los sueños”, también dice una placa de mármol en la pilastra que sostiene la estatua instalada por el Departamento para la Prosperidad Social, DPS, en el marco del programa ‘Familias en su tierra’ 2011-2014.
Cerca del colegio encontré a José Noé Barahona García, de 42 años, quien nació y se crío en este terruño, donde ha pasado los mejores y los peores momentos de su vida. Allí creció junto a sus cinco hermanos menores, allí su padre le enseñó las labores del campo, pero por culpa de la guerra perdió a ese hombre que tanto amaba y tuvo que abandonar parte de sus enseñanzas.
“A mi papá, José Martín Barahona, lo mataron en la vereda Las Nubes, nosotros teníamos una finquita allá; él iba de aquí del corregimiento hacia la finca, el 5 de abril de 1993, y lo agarraron en el camino cuando compraba un queso, lo mató la guerrilla del Eln”, recordó.
José Noé ya no es campesino, ni pescador, como lo fueron algunos de sus coterráneos, actualmente se gana la vida como peluquero. El conflicto lo desplazó durante un tiempo hacia Valledupar y aunque retornó no tuvo opción para volver a trabajar en el campo y mucho menos en la pesca en la afectada ciénaga, por lo que quedó confinado en la casa donde hoy se gana tres mil pesos por cada cliente, negocio que le permite generar parte de los recursos para el sostenimiento de su esposa y siete hijos.
El pasado de José Noé no le permite ser un peluquero normal, actualmente él es líder de víctimas en Santa Isabel y trabaja en el proceso de reparación colectiva para esta población que sufrió la más grave masacre de su historia el 8 de enero de 1999, con el asesinato de 11 personas.
Decenas de hombres de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá llegaron en un camión y tumbando las puertas de las casas ubicaron a 10 hombres que fueron acribillados con tiros de gracia. Las víctimas fueron: Francisco Marchado Caamaño, José Milquiades Castillo, Julio Táfur Henríquez, Alexander Rojas Machado, Geovanny Castro Daza, Óscar Armando Ruiz Hernández, Hermes Barbosa, Milquiades Robles Castillo, Álvaro Vega Santiago y Luis Alfredo Guevara Carreño. Sin embargo, lo que más causó indignación en esa incursión de las Autodefensas fue la muerte de Sara Benjumea de Ditta, una mujer ciega de 80 años, quien quedó sola en su casa y murió calcinada porque los paramilitares prendieron fuego a varias viviendas de barro y techos de palma.
Esa nefasta madrugada se convirtió en una infaltable anécdota de los lugareños para contar a los visitantes, historia de horror que revive otras ocurridas en diciembre de 2006 en la veredas Lamas Verdes y Nuevo Horizonte, al igual que las primeras registradas en los años 90 con las incursiones de los elenos.
Ya la violencia armada se fue, pero siguen los problemas. La comunidad reclama apoyo de las autoridades ambientales para recuperar la ciénaga que antes se divisaba desde un tramo de la carretera que va a Rincón Hondo, en jurisdicción del municipio de Chiriguaná, y que conduce luego de 150 kilómetros de recorrido a la capital del departamento, Valledupar.
José Noé y otros lugareños me llevaron detrás del cementerio, el mismo campo santo que hace muchos años planearon mudar para que sus muertos no quedaran anegados por la ciénaga, pero desde hace más de dos décadas eso es lo que menos les preocupa, porque cada día el complejo cenagoso también muere lentamente.
Las canoas están abandonadas en los que algún día fueron rústicos puertos, donde solo quedan recuerdos de las faenas de pesca y donde hoy los niños navegan imaginariamente, evocando el trabajo de los abuelos.
“Aquí donde estamos parados hubo un puerto que se hizo en tablas, más o menos en la época del 80 o 85, cuando se hizo la primera limpieza de la ciénaga. En el puerto nosotros nos bañábamos y mi abuelo pescaba aquí en esta ciénaga”, me dijo Elvis Espinoza, de 38 años de edad, quien de niño disfrutó de las bondades de la ciénaga y ahora la atraviesa caminando con botas pantaneras, debido a la escasez de agua.
La comunidad culpa de esta situación a las concesiones que se han hecho sobre el río Anime, principal afluente de la ciénaga. Son cuatro brazos del río, según la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar.
“Como podemos apreciar por este cauce era por donde llegaba el río Anime, luego de que ya lo desviaron en la parte de arriba no se puede apreciar el flujo de agua hacia la ciénaga. Aquí en Aguas Frías, donde se alimentaba nuestra ciénaga”, dijo el campesino Yifer Aldemar Villegas Pacheco, que en un recorrido de tres kilómetros a pie me llevó al punto donde, según él, se evidencia que el río perdió su fuente.
El agua se esfuma al igual que los bocachicos, mojarras amarillas, moncholos y otras especies, como las garzas, patos y pisingos; por el contrario crece la maleza, que en medio de la pasividad del agua estancada cubre los restos diseminados del espejo de agua, que reflejan la desesperanza de una comunidad que reclama apoyo del Gobierno para no perder su tesoro natural más preciado.
“Tomaron un pequeño cauce como canal para las arroceras y por ahí se fue yendo el río, se fue yendo el río, hasta que el río se fue el ciento por ciento por ese canal”, contó el peluquero, que con sus conocimientos empíricos ha hecho constante seguimiento al trance de la ciénaga.
Sin embargo, Corpocesar descarta que las concesiones en el río hayan ocasionado este problema ambiental. Su director, Kaleb Villalobos, aseguró que la misma naturaleza tiene padeciendo a Santa Isabel.
“El problema de la ciénaga no son las concesiones, el problema es que el río Anime, que es el afluente principal de la ciénaga, se sedimentó y se desvió su cauce, y ahora nosotros estamos haciendo un proyecto para reencausar el río Anime, para que vuelvan a fluir las aguas hacia Santa Isabel”, afirmó el director de Corporcesar.
El proyecto de la autoridad ambiental del Cesar requiere una inversión de 25 mil millones de pesos, porque además de reencausar el río hay que dragar la ciénaga para retirar la sedimentación.
Según el ingeniero Alex Oliveros, exsecretario de Planeación del Municipio de Curumaní, de recuperarse la ciénaga, se podría desarrollar otro proyecto ecoturístico que hace más de cuatro años diseñó la administración municipal.
“Era construir allí un hotel, discoteca, zonas de recreación, zonas para practicar deportes náuticos con los cuales se podría volver a reactivar la economía de esta zona, para darle una oportunidad a Santa Isabel después de haber recibido tantos embates de la violencia”, explicó el exfuncionario, quien además destacó que Santa Isabel está a cinco kilómetros de San Roque, otro corregimiento de Curumaní, por donde pasa una de las más importantes vías del país, la Troncal de Oriente, que conecta al interior del país con la Costa. Él aseguró que Santa Isabel podría convertirse en un referente turístico del departamento del Cesar, siempre y cuando se recupere la ciénaga.
El ingeniero oriundo de Curumaní, recordó que hay ciénagas más grandes en el Cesar, que están en menor riesgo, caso del complejo de San Marcos en el municipio de El Paso y la majestuosa Zapatosa, que abarca poblaciones del Cesar y Magdalena, pero en ninguna de ellas hay proyectos ecoturísticos que impacten la economía de sus poblaciones de injerencia.
Por el momento todavía hay esperanzas, lo que no hay son los recursos garantizados para el millonario rescate del tesoro de este pueblo víctima del conflicto armado.
Antes de despedirme de los habitantes de Santa Isabel y de las personas preocupadas por su situación, José posó para que le hiciera una foto al lado del monumento del pescador, el cual describió como si tratara de un obituario, pero espera que pronto vuelva a simbolizar una de las actividades económicas de su querido pueblo.
El proyecto de Corpocesar en Santa Isabel cuesta 25 mil millones de pesos, porque además de reencausar el río hay que dragar la ciénaga para retirar la sedimentación.
Por Martín Elías Mendoza
Un pueblo de pescadores y campesinos azotados por la violencia que lucha por convertirse en un destino ecoturístico, pero su principal atractivo muere lentamente.
En Santa Isabel el inclemente sol evapora la ciénaga que bordea el costado norte del pueblo, ubicado al pie de la Serranía del Perijá, en jurisdicción del municipio de Curumaní, Cesar. Allí la gente se resiste a perder su tesoro más preciado, un espejo de agua que hace 20 años abarcaba 50 hectáreas y que en la actualidad tiene menos de 26.
La estatua de un pescador da la bienvenida en la entrada del corregimiento, está en una canoa a metro y medio de altura. El inmutable individuo de sombrero tiene un remo y en la pequeña embarcación hay dos mojarras y un gajo de plátanos: faena de antaño que pasó a ser una fantasía para los más de mil habitantes de Santa Isabel, en la ciénaga que tiene el mismo nombre.
“Un día desplazados solíamos estar pero hoy a nuestras tierras hemos podido retornar”. Este el mensaje que da el particular anfitrión a quienes se acercan al monumento ubicado al frente de la Institución Educativa Santa Isabel.
“Que renazca la esperanza y los sueños”, también dice una placa de mármol en la pilastra que sostiene la estatua instalada por el Departamento para la Prosperidad Social, DPS, en el marco del programa ‘Familias en su tierra’ 2011-2014.
Cerca del colegio encontré a José Noé Barahona García, de 42 años, quien nació y se crío en este terruño, donde ha pasado los mejores y los peores momentos de su vida. Allí creció junto a sus cinco hermanos menores, allí su padre le enseñó las labores del campo, pero por culpa de la guerra perdió a ese hombre que tanto amaba y tuvo que abandonar parte de sus enseñanzas.
“A mi papá, José Martín Barahona, lo mataron en la vereda Las Nubes, nosotros teníamos una finquita allá; él iba de aquí del corregimiento hacia la finca, el 5 de abril de 1993, y lo agarraron en el camino cuando compraba un queso, lo mató la guerrilla del Eln”, recordó.
José Noé ya no es campesino, ni pescador, como lo fueron algunos de sus coterráneos, actualmente se gana la vida como peluquero. El conflicto lo desplazó durante un tiempo hacia Valledupar y aunque retornó no tuvo opción para volver a trabajar en el campo y mucho menos en la pesca en la afectada ciénaga, por lo que quedó confinado en la casa donde hoy se gana tres mil pesos por cada cliente, negocio que le permite generar parte de los recursos para el sostenimiento de su esposa y siete hijos.
El pasado de José Noé no le permite ser un peluquero normal, actualmente él es líder de víctimas en Santa Isabel y trabaja en el proceso de reparación colectiva para esta población que sufrió la más grave masacre de su historia el 8 de enero de 1999, con el asesinato de 11 personas.
Decenas de hombres de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá llegaron en un camión y tumbando las puertas de las casas ubicaron a 10 hombres que fueron acribillados con tiros de gracia. Las víctimas fueron: Francisco Marchado Caamaño, José Milquiades Castillo, Julio Táfur Henríquez, Alexander Rojas Machado, Geovanny Castro Daza, Óscar Armando Ruiz Hernández, Hermes Barbosa, Milquiades Robles Castillo, Álvaro Vega Santiago y Luis Alfredo Guevara Carreño. Sin embargo, lo que más causó indignación en esa incursión de las Autodefensas fue la muerte de Sara Benjumea de Ditta, una mujer ciega de 80 años, quien quedó sola en su casa y murió calcinada porque los paramilitares prendieron fuego a varias viviendas de barro y techos de palma.
Esa nefasta madrugada se convirtió en una infaltable anécdota de los lugareños para contar a los visitantes, historia de horror que revive otras ocurridas en diciembre de 2006 en la veredas Lamas Verdes y Nuevo Horizonte, al igual que las primeras registradas en los años 90 con las incursiones de los elenos.
Ya la violencia armada se fue, pero siguen los problemas. La comunidad reclama apoyo de las autoridades ambientales para recuperar la ciénaga que antes se divisaba desde un tramo de la carretera que va a Rincón Hondo, en jurisdicción del municipio de Chiriguaná, y que conduce luego de 150 kilómetros de recorrido a la capital del departamento, Valledupar.
José Noé y otros lugareños me llevaron detrás del cementerio, el mismo campo santo que hace muchos años planearon mudar para que sus muertos no quedaran anegados por la ciénaga, pero desde hace más de dos décadas eso es lo que menos les preocupa, porque cada día el complejo cenagoso también muere lentamente.
Las canoas están abandonadas en los que algún día fueron rústicos puertos, donde solo quedan recuerdos de las faenas de pesca y donde hoy los niños navegan imaginariamente, evocando el trabajo de los abuelos.
“Aquí donde estamos parados hubo un puerto que se hizo en tablas, más o menos en la época del 80 o 85, cuando se hizo la primera limpieza de la ciénaga. En el puerto nosotros nos bañábamos y mi abuelo pescaba aquí en esta ciénaga”, me dijo Elvis Espinoza, de 38 años de edad, quien de niño disfrutó de las bondades de la ciénaga y ahora la atraviesa caminando con botas pantaneras, debido a la escasez de agua.
La comunidad culpa de esta situación a las concesiones que se han hecho sobre el río Anime, principal afluente de la ciénaga. Son cuatro brazos del río, según la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar.
“Como podemos apreciar por este cauce era por donde llegaba el río Anime, luego de que ya lo desviaron en la parte de arriba no se puede apreciar el flujo de agua hacia la ciénaga. Aquí en Aguas Frías, donde se alimentaba nuestra ciénaga”, dijo el campesino Yifer Aldemar Villegas Pacheco, que en un recorrido de tres kilómetros a pie me llevó al punto donde, según él, se evidencia que el río perdió su fuente.
El agua se esfuma al igual que los bocachicos, mojarras amarillas, moncholos y otras especies, como las garzas, patos y pisingos; por el contrario crece la maleza, que en medio de la pasividad del agua estancada cubre los restos diseminados del espejo de agua, que reflejan la desesperanza de una comunidad que reclama apoyo del Gobierno para no perder su tesoro natural más preciado.
“Tomaron un pequeño cauce como canal para las arroceras y por ahí se fue yendo el río, se fue yendo el río, hasta que el río se fue el ciento por ciento por ese canal”, contó el peluquero, que con sus conocimientos empíricos ha hecho constante seguimiento al trance de la ciénaga.
Sin embargo, Corpocesar descarta que las concesiones en el río hayan ocasionado este problema ambiental. Su director, Kaleb Villalobos, aseguró que la misma naturaleza tiene padeciendo a Santa Isabel.
“El problema de la ciénaga no son las concesiones, el problema es que el río Anime, que es el afluente principal de la ciénaga, se sedimentó y se desvió su cauce, y ahora nosotros estamos haciendo un proyecto para reencausar el río Anime, para que vuelvan a fluir las aguas hacia Santa Isabel”, afirmó el director de Corporcesar.
El proyecto de la autoridad ambiental del Cesar requiere una inversión de 25 mil millones de pesos, porque además de reencausar el río hay que dragar la ciénaga para retirar la sedimentación.
Según el ingeniero Alex Oliveros, exsecretario de Planeación del Municipio de Curumaní, de recuperarse la ciénaga, se podría desarrollar otro proyecto ecoturístico que hace más de cuatro años diseñó la administración municipal.
“Era construir allí un hotel, discoteca, zonas de recreación, zonas para practicar deportes náuticos con los cuales se podría volver a reactivar la economía de esta zona, para darle una oportunidad a Santa Isabel después de haber recibido tantos embates de la violencia”, explicó el exfuncionario, quien además destacó que Santa Isabel está a cinco kilómetros de San Roque, otro corregimiento de Curumaní, por donde pasa una de las más importantes vías del país, la Troncal de Oriente, que conecta al interior del país con la Costa. Él aseguró que Santa Isabel podría convertirse en un referente turístico del departamento del Cesar, siempre y cuando se recupere la ciénaga.
El ingeniero oriundo de Curumaní, recordó que hay ciénagas más grandes en el Cesar, que están en menor riesgo, caso del complejo de San Marcos en el municipio de El Paso y la majestuosa Zapatosa, que abarca poblaciones del Cesar y Magdalena, pero en ninguna de ellas hay proyectos ecoturísticos que impacten la economía de sus poblaciones de injerencia.
Por el momento todavía hay esperanzas, lo que no hay son los recursos garantizados para el millonario rescate del tesoro de este pueblo víctima del conflicto armado.
Antes de despedirme de los habitantes de Santa Isabel y de las personas preocupadas por su situación, José posó para que le hiciera una foto al lado del monumento del pescador, el cual describió como si tratara de un obituario, pero espera que pronto vuelva a simbolizar una de las actividades económicas de su querido pueblo.
El proyecto de Corpocesar en Santa Isabel cuesta 25 mil millones de pesos, porque además de reencausar el río hay que dragar la ciénaga para retirar la sedimentación.
Por Martín Elías Mendoza