San Diego de Alcalá estuvo de portero en varios conventos en los últimos años. Tal vez sea coincidencia que este, el patrono espiritual del pueblo, también estuviera frente a una puerta.
Tierra de poetas y cantores
que al folclor van adornando
al sonido de acordeones
a las mujeres cantando (bis)
sus bellos corregimientos
que integran su geografía
van trabajando contentos
por el bien de sus familias
de Colombia el ejemplo
¡oh¡San Diego tierra mía (bis)
(2a estrofa himno de San Diego de las Flores)
Este hermoso himno describe parte del sentido del sandiegano, de San diego de las Flores, la última morada de Leandro, pero creo que le falta la esencia real de su gente, sus vivencias, su manera de observar el quehacer cotidiano sin que esto se confunda con el chisme, su observación nutre, alienta, motiva e impacta de buena manera; a los que no somos de ahí nos atrae y nos atrapa, nos jala a vivir la experiencia que ellos viven.
Hablar de San Diego reconforta, sea del santo o del pueblo, ese pueblo querido por los cesarenses – catalogado como uno de los pueblos más pintorescos y tranquilo de la costa Caribe, que no queremos que sea ciudad -. Y que no le robaron sus costumbres ni el bullicio de los bares y el desorden de la gente del vecino poblado de La Paz en la pasada bonanza de la gasolina venezolana ni el cruel conflicto armado.
Del Cesar considero que es uno de los que preserva sus tradiciones intactas, o mejor dicho conservaba algunas, porque en estos tiempos de aislamiento social los que solíamos pasar hacia el norte, el centro o el sur del departamento ya no vemos a don Juan Elías Guerra en la puerta de su casa sentado en un taburete divisando cuánto carro, transeúnte, animal o cosa pasa por frente suyo, no porque el viejo Juan Elías haya dejado de existir, sino que le tocó guardarse, trasladarse al patio trasero de su casa con la tristeza de no volver a divisar el paisaje cultural que como de costumbre llevaba observando desde hace más de 87 años.
Hoy su tristeza le invade el alma y solo le ha quedado la angustia de imaginarse cuánto ruido pasa al frente de su casa y tratar de adivinar qué es lo que sucede, recordar las tertulias que tenía con su gran amigo Ángel Francisco Vega, Angelito, como le dicen a su vecino de siempre, a las cuales le pusieron ‘pause’ como un ‘casette’ de esas grabadoras viejas que los acompañaron en sus legendarias parrandas.
Y es el mismo estado sentimental que lo lleva a preguntarle a sus hijos y nietos si alguien se reúne en la vecina terraza de María Teresa Mendoza, donde es usual conversar y relatar sobre qué se aprecia; como una película cotidiana, y donde él venía grabando en su mente en días de sus sentadas en la puerta de la calle. O quizás en su soledad efímera tal vez se haya dedicado a ponerle nombre a las gallinas, a los árboles, a contar las hojas del árbol de mango, volviendo a repetir día a día la misma tarea.
Así como el viejo Juan Elías, está casi toda la población haciendo caso para evitar el contagio corporal, pero los está atacando otro virus más silencioso pero igual de letal que el coronavirus, algo que suena raro como el Covid-19, y es ese virus nuevo, el Siob-20, ‘sine observatione’, cuya traducción del latín al español significa ‘ausencia de observación’.
Esa observación traducida en vivencia que mantiene a los sandieganos conectados con cada cosa que observan y luego es traducida en cuentos, leyendas o cantos, que los mantiene alegres, vivos, porque ese giro de la calle al patio, de la puerta de la calle a la puerta del patio les ha cambiado el semblante. Ese cambio se ha traducido en desgano, tristeza, hasta en mal humor me cuenta un hijo de estas personas cuando le preguntan, “ abuelo cómo amaneció”, y ellos contestan “cómo voy a amanecé acá encerrado en esta angustia que no sabemos cuánto va a durar “.
Así era San Diego de las flores, ese San Diego formado por la vista, la palabra, ese San Diego al que nadie le echa cuento, ese pueblo hermoso que también fue forjado por la unión de su gente, tal vez por eso es tan hermoso, porque en él se conjugan varios aspectos, su cultura, su café literario, su gente, sus juglares, su aspecto físico, es un pueblo que habla que ríe, ve y vive.
A algunos sandieganos de antaño les he escuchado decir que con este virus les ha tocado acudir a su patrono San Diego de Alcalá y reforzarse con oraciones de la Virgen del Perpetuo Socorro.
Como tiempo atrás, Juan Muñoz, el cartero ambulante de la época, convertido en juglar por sus composiciones y aporte importante al folclor vallenato, le compuso unos versos al diablo al encontrárselo camino de la finca Cotoprix a tierras del Espíritu Santo, cuartetos nacidos, al despertar de un desmayo, no por el susto del
encuentro sino por la incansable lucha que mantuvo con ese ser de las tinieblas.
Por ese encuentro y el despliegue de su fe en la Virgen y su salvadora valentía, se convertiría la canción de Juan Muñoz en oración en estas épocas difíciles donde la entrega al Señor hace parte de nuestro antídoto y esperanza para sobrellevarlas:
Con el Perpetuo Socorro
no hay maligno que se pare!
¡Es la Virgen de San Diego!
¡Madre de todas las madres!
Puedes mostrarme los dientes
y ponerme tu sombrero…
¡Soy cristiano desde siempre!
¡Yo a tí no te tengo miedo!
II
Si me pones el sombrero,
te lo cojo y me lo llevo.
¡Yo sé las Siete Palabras!
¡Siete potencias del Cielo!
Así que véte al zipote.
Que yo sigo pa mí pueblo;
véte véte pa el infierno mismo!
¡Que a mí me protege el
Cielo!(Sic)
Cuando este distanciamiento social pase San Diego se convertirá en un parlante abierto al mundo, de donde saltarán vivencias contadas o cantadas y volverá el viejo Juan Elías con su taburete a la puerta de su casa a divisar el paisaje, a reencontrarse con sus amigos de siempre, a reunirse con Ángel Francisco en la terraza de María Teresa, a reírse de cómo vivieron este encierro y saldrán de nuevo de paseo los olores de las arepas de queso, los bollos de mazorca, la carne molida, el agua de maíz.
San Diego volverá a su normalidad y los transeúntes no pasarán de largo sino que harán su parada de costumbre y serán cobijados con el calor y dialecto de su gente, esa gente que siempre nos hará falta si volviese en seis siglos a presentarse otra pandemia igual que la presente, así como la vivida por San Diego de Alcalá, y sigo diciendo que no es coincidencia. “Que al año 1450 hizo una peregrinación a Roma para asistir a la canonización de San Bernardino de Siena, se hospedó en Aracoeli y una epidemia lo obligó a permanecer en Roma asistiendo a enfermos, a muchos de los cuales curó gracias a sus dones carismáticos”. (‘Un Santo Para Cada Día’. Edit San Pablo 1.994, 4a edic, pág. 437. Sgarbossa – Giovannini).
Entonces, la palabra y la observación mantendrán a este pueblo a salvo gracias a su patrono. Mientras tanto apuesto a que los jóvenes intentarán ayudar, conectando a estas personas que están tristes por ausencia del diálogo personal, por los medios digitales de moda (Zoom, Skype, Team, Meet, WhatsApp) para que así recarguen energías para cuando el temporal haya pasado. Aunque apuesto también a que no será igual sin el cálido abrazo. Temporal que estremeció la calma nerviosa de la localidad cuando se enteraron de que, como un fenómeno extraterrestre crucificado por el diablo altivo que topó Juan Muñoz, este mismísimo Viernes Santo, se había detectado en San Diego un caso del universal coronavirus.
San Diego de Alcalá estuvo de portero en varios conventos en los últimos años. Tal vez sea coincidencia que este, el patrono espiritual del pueblo, también estuviera frente a una puerta.
Tierra de poetas y cantores
que al folclor van adornando
al sonido de acordeones
a las mujeres cantando (bis)
sus bellos corregimientos
que integran su geografía
van trabajando contentos
por el bien de sus familias
de Colombia el ejemplo
¡oh¡San Diego tierra mía (bis)
(2a estrofa himno de San Diego de las Flores)
Este hermoso himno describe parte del sentido del sandiegano, de San diego de las Flores, la última morada de Leandro, pero creo que le falta la esencia real de su gente, sus vivencias, su manera de observar el quehacer cotidiano sin que esto se confunda con el chisme, su observación nutre, alienta, motiva e impacta de buena manera; a los que no somos de ahí nos atrae y nos atrapa, nos jala a vivir la experiencia que ellos viven.
Hablar de San Diego reconforta, sea del santo o del pueblo, ese pueblo querido por los cesarenses – catalogado como uno de los pueblos más pintorescos y tranquilo de la costa Caribe, que no queremos que sea ciudad -. Y que no le robaron sus costumbres ni el bullicio de los bares y el desorden de la gente del vecino poblado de La Paz en la pasada bonanza de la gasolina venezolana ni el cruel conflicto armado.
Del Cesar considero que es uno de los que preserva sus tradiciones intactas, o mejor dicho conservaba algunas, porque en estos tiempos de aislamiento social los que solíamos pasar hacia el norte, el centro o el sur del departamento ya no vemos a don Juan Elías Guerra en la puerta de su casa sentado en un taburete divisando cuánto carro, transeúnte, animal o cosa pasa por frente suyo, no porque el viejo Juan Elías haya dejado de existir, sino que le tocó guardarse, trasladarse al patio trasero de su casa con la tristeza de no volver a divisar el paisaje cultural que como de costumbre llevaba observando desde hace más de 87 años.
Hoy su tristeza le invade el alma y solo le ha quedado la angustia de imaginarse cuánto ruido pasa al frente de su casa y tratar de adivinar qué es lo que sucede, recordar las tertulias que tenía con su gran amigo Ángel Francisco Vega, Angelito, como le dicen a su vecino de siempre, a las cuales le pusieron ‘pause’ como un ‘casette’ de esas grabadoras viejas que los acompañaron en sus legendarias parrandas.
Y es el mismo estado sentimental que lo lleva a preguntarle a sus hijos y nietos si alguien se reúne en la vecina terraza de María Teresa Mendoza, donde es usual conversar y relatar sobre qué se aprecia; como una película cotidiana, y donde él venía grabando en su mente en días de sus sentadas en la puerta de la calle. O quizás en su soledad efímera tal vez se haya dedicado a ponerle nombre a las gallinas, a los árboles, a contar las hojas del árbol de mango, volviendo a repetir día a día la misma tarea.
Así como el viejo Juan Elías, está casi toda la población haciendo caso para evitar el contagio corporal, pero los está atacando otro virus más silencioso pero igual de letal que el coronavirus, algo que suena raro como el Covid-19, y es ese virus nuevo, el Siob-20, ‘sine observatione’, cuya traducción del latín al español significa ‘ausencia de observación’.
Esa observación traducida en vivencia que mantiene a los sandieganos conectados con cada cosa que observan y luego es traducida en cuentos, leyendas o cantos, que los mantiene alegres, vivos, porque ese giro de la calle al patio, de la puerta de la calle a la puerta del patio les ha cambiado el semblante. Ese cambio se ha traducido en desgano, tristeza, hasta en mal humor me cuenta un hijo de estas personas cuando le preguntan, “ abuelo cómo amaneció”, y ellos contestan “cómo voy a amanecé acá encerrado en esta angustia que no sabemos cuánto va a durar “.
Así era San Diego de las flores, ese San Diego formado por la vista, la palabra, ese San Diego al que nadie le echa cuento, ese pueblo hermoso que también fue forjado por la unión de su gente, tal vez por eso es tan hermoso, porque en él se conjugan varios aspectos, su cultura, su café literario, su gente, sus juglares, su aspecto físico, es un pueblo que habla que ríe, ve y vive.
A algunos sandieganos de antaño les he escuchado decir que con este virus les ha tocado acudir a su patrono San Diego de Alcalá y reforzarse con oraciones de la Virgen del Perpetuo Socorro.
Como tiempo atrás, Juan Muñoz, el cartero ambulante de la época, convertido en juglar por sus composiciones y aporte importante al folclor vallenato, le compuso unos versos al diablo al encontrárselo camino de la finca Cotoprix a tierras del Espíritu Santo, cuartetos nacidos, al despertar de un desmayo, no por el susto del
encuentro sino por la incansable lucha que mantuvo con ese ser de las tinieblas.
Por ese encuentro y el despliegue de su fe en la Virgen y su salvadora valentía, se convertiría la canción de Juan Muñoz en oración en estas épocas difíciles donde la entrega al Señor hace parte de nuestro antídoto y esperanza para sobrellevarlas:
Con el Perpetuo Socorro
no hay maligno que se pare!
¡Es la Virgen de San Diego!
¡Madre de todas las madres!
Puedes mostrarme los dientes
y ponerme tu sombrero…
¡Soy cristiano desde siempre!
¡Yo a tí no te tengo miedo!
II
Si me pones el sombrero,
te lo cojo y me lo llevo.
¡Yo sé las Siete Palabras!
¡Siete potencias del Cielo!
Así que véte al zipote.
Que yo sigo pa mí pueblo;
véte véte pa el infierno mismo!
¡Que a mí me protege el
Cielo!(Sic)
Cuando este distanciamiento social pase San Diego se convertirá en un parlante abierto al mundo, de donde saltarán vivencias contadas o cantadas y volverá el viejo Juan Elías con su taburete a la puerta de su casa a divisar el paisaje, a reencontrarse con sus amigos de siempre, a reunirse con Ángel Francisco en la terraza de María Teresa, a reírse de cómo vivieron este encierro y saldrán de nuevo de paseo los olores de las arepas de queso, los bollos de mazorca, la carne molida, el agua de maíz.
San Diego volverá a su normalidad y los transeúntes no pasarán de largo sino que harán su parada de costumbre y serán cobijados con el calor y dialecto de su gente, esa gente que siempre nos hará falta si volviese en seis siglos a presentarse otra pandemia igual que la presente, así como la vivida por San Diego de Alcalá, y sigo diciendo que no es coincidencia. “Que al año 1450 hizo una peregrinación a Roma para asistir a la canonización de San Bernardino de Siena, se hospedó en Aracoeli y una epidemia lo obligó a permanecer en Roma asistiendo a enfermos, a muchos de los cuales curó gracias a sus dones carismáticos”. (‘Un Santo Para Cada Día’. Edit San Pablo 1.994, 4a edic, pág. 437. Sgarbossa – Giovannini).
Entonces, la palabra y la observación mantendrán a este pueblo a salvo gracias a su patrono. Mientras tanto apuesto a que los jóvenes intentarán ayudar, conectando a estas personas que están tristes por ausencia del diálogo personal, por los medios digitales de moda (Zoom, Skype, Team, Meet, WhatsApp) para que así recarguen energías para cuando el temporal haya pasado. Aunque apuesto también a que no será igual sin el cálido abrazo. Temporal que estremeció la calma nerviosa de la localidad cuando se enteraron de que, como un fenómeno extraterrestre crucificado por el diablo altivo que topó Juan Muñoz, este mismísimo Viernes Santo, se había detectado en San Diego un caso del universal coronavirus.