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Comunidad - 14 marzo, 2010

Rodolfo Cabas Pumarejo Ejemplo de superación, nobleza y amistad

Rodolfo Cabas en compañía de una de sus hermanas. Por: Lida Mendoza Orozco Milciades Rodolfo Cabas Pumarejo nació hace 68 años en  pleno corazón del barrio Cañaguate en el hogar formado por Ángel Cabas y Ernestina Pumarejo, una de las familias más tradicionales y queridas de Valledupar. Era el mayor de los 12 hijos  de […]

Rodolfo Cabas en compañía de una de sus hermanas.

Por: Lida Mendoza Orozco
Milciades Rodolfo Cabas Pumarejo nació hace 68 años en  pleno corazón del barrio Cañaguate en el hogar formado por Ángel Cabas y Ernestina Pumarejo, una de las familias más tradicionales y queridas de Valledupar.
Era el mayor de los 12 hijos  de Ángel y “Tina” y al morir su padre, tomó las riendas del hogar para ayudar a sacar adelante a sus hermanos, sacrificó sus estudios, que retomaría a la edad adulta, para graduarse como bachiller en el instituto nocturno Rafael Núñez en  el año 2005, y cursar estudios de informática, aunque dejó truncado su sueño de convertirse en abogado.
En el desempeño profesional se destacó como empleado público en Empodupar y como inspector de tránsito, pero su gran pasión fueron las letras y el  folclor, principalmente la música vallenata.
Amigo de sus amigos, así lo recuerda su hija Rosana, quien se confesó admiradora de su nobleza infinita, de su lealtad y del respeto por la amistad.
“Mi padre era un ser maravilloso que le rendía culto a la amistad, parrandero por excelencia, amante de la buena música y el folclor vallenato, jocoso, bromista, alegre y amiguero, su hogar era la casa de todos, era el epicentro de las inolvidables  parrandas en las que hacía gala de su talento para tocar la caja ”.
De su familia hacen parte su esposa Elina Cujia, su hijos Ángel y Rosana y cinco nietos, a los que consintió y los rodeó de amor y cariño.  Según su hija, Rodolfo Cabas, nunca habló de la muerte, no se sentía viejo ni enfermo y siempre fue un hombre muy activo, le gustaba caminar, encontrarse con sus amigos y compartir con ellos su cotidianidad.
La música y la sana parranda vallenata, como también las letras fueron sus dos grandes pasiones.  Su pluma fue  polémica, trataba temas actuales sin tapujos, expresaba libremente lo que sentía en los principales diarios y revistas.
De él se recuerdan sus columnas en el Diario El Pilón, Diario Vallenato, Antena del Cesar, www.elpaisvallenato.com y la revista Rumbera.
“A mi hermano y a mí, nos dejó una gran herencia, que gracias a Dios, no es material sino musical, desde muy niños nos enseñó a querer nuestra música vallenata, la que tantas veces escuchamos en las parrandas que realizaba en su casa o cuando sacaba su grabadora o ponía un cassete o desempolvaba un L.P.”, recuerda su hija Rosana Cabas.
Defensor del vallenato auténtico, del vallenato raizal, del estilo de Emiliano y Poncho Zuleta, sus grandes amigos, “mi padre era gran amigo de Poncho y Emilianito, los Zuleta eran su orgullo, hablaba de ellos con propiedad porque los conocía, lo quería mucho, contaba sus proezas con orgullo y defendía con vehemencia sus equivocaciones”, sigue evocando su hija.
Rodolfo Cabas Pumarejo fue internado en la unidad de cuidados intensivos de la clínica Valledupar el pasado lunes 8 de marzo, víctima de un aneurisma cerebral, que finalmente lo llevó a la muerte el jueves 11 a las 8:15 de la mañana.
“La muerte lo sorprendió dormido como tenía que ser, porque siempre la esquivó con la luz del sol, nunca se resignó a envejecer o a morir, eso no estaba entre sus planes ”, dice consternada Rosana.
Cabas Pumarejo fue despedido en medio del dolor de su familia, de sus amigos, de los amantes del folclor y las letras. Sus despojos mortales reposan en el cementerio Central de su querida Valledupar.

En compañía de su esposa y un amigo, Rodolfo Cabas disfrutando de una de sus inolvidables parrandas.

Tocando caja aparece Rodolfo Cabas Pumarejo en compañía de sus hermanos Álvaro Cabas en el acordeón y “Jique” Cabas en la guacharaca.

Rodolfo Cabas en compañía de su nieto  Iván David.

Comunidad
14 marzo, 2010

Rodolfo Cabas Pumarejo Ejemplo de superación, nobleza y amistad

Rodolfo Cabas en compañía de una de sus hermanas. Por: Lida Mendoza Orozco Milciades Rodolfo Cabas Pumarejo nació hace 68 años en  pleno corazón del barrio Cañaguate en el hogar formado por Ángel Cabas y Ernestina Pumarejo, una de las familias más tradicionales y queridas de Valledupar. Era el mayor de los 12 hijos  de […]


Rodolfo Cabas en compañía de una de sus hermanas.

Por: Lida Mendoza Orozco
Milciades Rodolfo Cabas Pumarejo nació hace 68 años en  pleno corazón del barrio Cañaguate en el hogar formado por Ángel Cabas y Ernestina Pumarejo, una de las familias más tradicionales y queridas de Valledupar.
Era el mayor de los 12 hijos  de Ángel y “Tina” y al morir su padre, tomó las riendas del hogar para ayudar a sacar adelante a sus hermanos, sacrificó sus estudios, que retomaría a la edad adulta, para graduarse como bachiller en el instituto nocturno Rafael Núñez en  el año 2005, y cursar estudios de informática, aunque dejó truncado su sueño de convertirse en abogado.
En el desempeño profesional se destacó como empleado público en Empodupar y como inspector de tránsito, pero su gran pasión fueron las letras y el  folclor, principalmente la música vallenata.
Amigo de sus amigos, así lo recuerda su hija Rosana, quien se confesó admiradora de su nobleza infinita, de su lealtad y del respeto por la amistad.
“Mi padre era un ser maravilloso que le rendía culto a la amistad, parrandero por excelencia, amante de la buena música y el folclor vallenato, jocoso, bromista, alegre y amiguero, su hogar era la casa de todos, era el epicentro de las inolvidables  parrandas en las que hacía gala de su talento para tocar la caja ”.
De su familia hacen parte su esposa Elina Cujia, su hijos Ángel y Rosana y cinco nietos, a los que consintió y los rodeó de amor y cariño.  Según su hija, Rodolfo Cabas, nunca habló de la muerte, no se sentía viejo ni enfermo y siempre fue un hombre muy activo, le gustaba caminar, encontrarse con sus amigos y compartir con ellos su cotidianidad.
La música y la sana parranda vallenata, como también las letras fueron sus dos grandes pasiones.  Su pluma fue  polémica, trataba temas actuales sin tapujos, expresaba libremente lo que sentía en los principales diarios y revistas.
De él se recuerdan sus columnas en el Diario El Pilón, Diario Vallenato, Antena del Cesar, www.elpaisvallenato.com y la revista Rumbera.
“A mi hermano y a mí, nos dejó una gran herencia, que gracias a Dios, no es material sino musical, desde muy niños nos enseñó a querer nuestra música vallenata, la que tantas veces escuchamos en las parrandas que realizaba en su casa o cuando sacaba su grabadora o ponía un cassete o desempolvaba un L.P.”, recuerda su hija Rosana Cabas.
Defensor del vallenato auténtico, del vallenato raizal, del estilo de Emiliano y Poncho Zuleta, sus grandes amigos, “mi padre era gran amigo de Poncho y Emilianito, los Zuleta eran su orgullo, hablaba de ellos con propiedad porque los conocía, lo quería mucho, contaba sus proezas con orgullo y defendía con vehemencia sus equivocaciones”, sigue evocando su hija.
Rodolfo Cabas Pumarejo fue internado en la unidad de cuidados intensivos de la clínica Valledupar el pasado lunes 8 de marzo, víctima de un aneurisma cerebral, que finalmente lo llevó a la muerte el jueves 11 a las 8:15 de la mañana.
“La muerte lo sorprendió dormido como tenía que ser, porque siempre la esquivó con la luz del sol, nunca se resignó a envejecer o a morir, eso no estaba entre sus planes ”, dice consternada Rosana.
Cabas Pumarejo fue despedido en medio del dolor de su familia, de sus amigos, de los amantes del folclor y las letras. Sus despojos mortales reposan en el cementerio Central de su querida Valledupar.

En compañía de su esposa y un amigo, Rodolfo Cabas disfrutando de una de sus inolvidables parrandas.

Tocando caja aparece Rodolfo Cabas Pumarejo en compañía de sus hermanos Álvaro Cabas en el acordeón y “Jique” Cabas en la guacharaca.

Rodolfo Cabas en compañía de su nieto  Iván David.