Muchos filósofos destacan como su más grande legado su labor educativa. La docencia por más de cinco décadas en los colegios y universidades donde formó en las facultades de Filosofía, Derecho y Sociología, a numerosas generaciones.
Hoy 17 de julio de 2021 conmemoramos los 25 años de la muerte del filosofó Rafael Carrillo Lúquez. Para recordarlo he publicado el libro ‘La vocación filosófica de Rafael Carrillo’; concedimos una entrevista y publicamos algunas crónicas y artículos en este mismo diario que guardan relación con el modo de vida y discurso filosófico del maestro.
Este orgullo valduparense nace en Atánquez, una aldea enclavada en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, cuya actividad económica era la cría y venta de ganado vacuno, lo mismo que el cultivo de café y caña de azúcar. Muchos se preguntan con extrañeza: ¿cómo un hombre nacido en una región agrícola y ganadera se le despertó ese amor por la filosofía que lo hizo abandonar su carrera del Derecho que inicialmente había estudiado, para entregarse por completo y para toda su vida a una disciplina cultivada por pocos en el país? Mi respuesta ha sido: la vocación.
Esa vocación lo hizo pensar desde muy joven en una proyección intelectual seria. Ya con muchas lecturas de la Revista de Occidente que dirigía en España José Ortega y Gasset (publicadas entre 1923 y 1936), le dejó ver a sus familiares que se encontraba escribiendo, y la ilusión que tenía. Es posible que Carrillo hubiese comenzado a escribir desde antes de 1933, pero no tenemos veracidad que ello sea así. Los términos de la carta parecen indicarlo.
En la misiva, de fecha 18 de julio de 1933, suscrita por el filósofo y dirigida a su hermano Antonio Francisco -conocida por mí en el mes de marzo del 2021, a través de Alba Luz Luque, quien la tenía en custodia-, le dice: “Hoy, por correo, envío una edición de ‘El País’, en cuyo suplemento va un artículo mío. Es lo primero que escribo este año. A ese seguirán otros que iré mandando a medida vayan apareciendo”. Más adelante, le escribe: “Hace varios días he tomado clases de idioma alemán con un profesor de Alemania, de quien me hice muy amigo. Cada día aumenta mi ilusión de verme en una universidad alemana… ojalá así sea”. Deseo cumplido.
Ya sabemos que ese estudio por la filosofía lo hizo llevar una forma de vida como la de los antiguos filósofos griegos; contemplativa, a la meditación, alejado de los bienes materiales, con austeridad, y dedicado a la educación, a enseñar, dictando pocas horas de clase, y tener el tiempo suficiente para investigar y pensar. Carrillo vivía alejado de la vida activa, de ahí su desdén por la política como la conocemos hoy en día, pero en su juventud recibió coqueteos para entrar a la actividad política, y se preguntaba en la misma carta atrás referida del porqué lo perseguía.
La propuesta de Carrillo publicada en la prensa, la radio, y convención de juventudes de un partido tradicional, era atrevida en ese momento. Su pretensión era quitarle la enseñanza de la educación y en especial de la filosofía al clero. Dice: “Los anticuados conservadores, los clericales faltos de cultura, algún intelectual, los directores y redactores del periódico católico ‘El País’ me insultan. En cambio, la otra prensa, seis periódicos por lo menos de la capital y la juventud selecta, me felicitan; y yo estoy en estos días feliz”. Así se los hace saber en una carta enviada a Antonio María (padre), Antonio Francisco (hermano), Jacob y José María Luquez (primos), de fecha julio 16 de 1933. Después de su propuesta, el mismo periódico donde escribía se le vino encima.
La enseñanza de la educación en todos los niveles se encontraba en manos de la Iglesia católica, y el maestro se dio a la tarea con otros intelectuales de la época para un cambio, que fructificó en los gobiernos de la llamada “república liberal” (1930–1946). Carrillo venía introduciendo el estudio de la filosofía moderna y contemporánea desde 1930 en sus clases de bachillerato en los colegios ‘Ramírez’, ‘Américano’, y ‘Nariño’, este último de propiedad de las hijas del presidente José Manuel Marroquín, dirigido por el padre Bermúdez a quien Carrillo lo remplazó en las clases de filosofía a su muerte en 1938. Allí les enseñaba a sus alumnos lo que estaba aprendiendo con las lecturas de la Revista de Occidente.
Notorio fue el enfrentamiento con los neo tomistas, que sucedieron a Monseñor Carrasquilla (muere en 1930) en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Ya después en 1940 se le permite escribir en su Revista, que era de las pocas especializada. En la Universidad Javeriana en enero de 1943 le cancelan su vinculación, lo cual consideró una expulsión por la filosofía racionalista que venía impartiendo y contraria a las orientaciones de esa institución.
En 1934, en la Argentina, el filósofo Francisco Romero, en una reunión de bienvenida al filósofo español José Gaos, lanzó la expresión “Normalidad filosófica”, acuñada como categoría filosófica en 1940. Buscaba con ello, el ejercicio de la filosofía como función ordinaria de la cultura en América Latina y con la cual se pretendía entre otros aspectos: superar el autodidactismo, establecer más carreras de filosofía, dar mayor difusión a los estudios filosóficos, buscar el contacto permanente de los filósofos de la región, y realizar publicaciones especializadas. En Colombia contó con su principal aliado, Rafael Carrillo.
Como precedente, y sin conocerse todavía esa categoría, ya el profesor había comenzado a normalizar el estudio de la filosofía desde los colegios –porque en estos la filosofía que se enseñaba también era la escolástica-, y escribiendo artículos en la prensa de la capital de la república. Esos escritos datan desde comienzo de la década de 1930, y no al final de esta como se encuentra registrado en la bibliografía periodizada del libro ‘Escritos filosóficos’ del maestro. Así se desprende del artículo publicado en el suplemento del periódico ‘El País’ de Bogotá en 1933 y que refiere en la carta enviada a su hermano. Falta por conocer el texto de ese escrito que le envió a su familiar, lo cual será objeto de nuestra investigación.
En cuanto a la introducción de la filosofía moderna y contemporánea en Colombia, y de la Normalización de los estudios de la Filosofía, no se trata de determinar qué intelectual habló o escribió primero que otro, porque es posible que monseñor Carrasquilla conociera el discurso filosófico de Nietzsche, pero no lo enseñaba, como tampoco lo daba a conocer por ser contrario a la filosofía escolástica, neo tomista, que venía regentando en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y patrocinado por uno de los partidos políticos tradicionales de ese momento.
Igualmente podríamos decir de otros intelectuales de la época, que escribían artículos aislados sobre determinado filósofo moderno dentro de la crítica literaria. Lo importante de los pocos que escribieron en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Popayán, y alguna que otra traducción, es saber el rigor con que lo hacían, a qué público le llegaba, y qué influencia tuvieron esos escritos, lo mismo las revistas donde se publicaban, qué cobertura tenían. Determinar, igualmente, si quienes escribían también enseñaban la filosofía moderna. Esto último, en nuestra opinión es lo más importante para la normalización de la filosofía, porque a futuro viene su réplica y la garantía de no retroceder, ello era fundamental y era un paso que debía darse.
La verdadera normalización de la filosofía en Colombia, con la enseñanza de un programa serio en filosofía moderna y contemporánea, nace el 20 de marzo de 1946 con la creación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional, que lo puso a funcionar Carrillo como su primer director. Luego se funda la Revista ‘Ideas y Valores’, y se convierte el Instituto en Facultad de Filosofía (1952), siendo su primer decano Cayetano Betancurt, quien le entrega el doctorado Honoris Causa a él y su coequipero Cruz Vélez, el 16 de diciembre. Por supuesto han aparecido voces diciendo que ya antes de 1946 había facultades de filosofía en el país. La pregunta es: ¿qué filosofía se enseñaba? ¿Y con qué método? ¿Era serio enseñarla sin libertad para disentir y controvertir ideas, cuando estas hacen parte de su esencia? ¿Había pensamiento crítico? Por supuesto que no.
En el ambiente filosófico del país existe todavía una inquietud por conocer cuándo comienza el proceso de normalización de la filosofía, y cual es su año de culminación (tema que debería estar ya superado). Si bien es cierto, el maestro ya venía dando pasos de animal grande en la década de 1930, con sus clases en los colegios y la publicación de sus escritos en la prensa sobre filosofía moderna y contemporánea, nuestra opinión, compartida por muchos, por supuesto controvertible, es que tuvo origen, como ya lo expresamos, con la fundación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional el 20 de marzo de 1946, como fundamento de los otros saberes.
Ese camino se ve interrumpido unos años después, en un periodo de ingrata recordación, donde la academia estaba vigilada (los funcionarios le dictan a los académicos las normas o líneas de su investigación). ¡Qué escándalo, qué horror! Los dos pasos que se habían dado retroceden en uno con la vuelta a una filosofía dogmática. Ello precipitó la salida -prácticamente al exilio- de los profesores Gerardo Molina (1948, Francia), Cruz Vélez (1951, Alemania) y Carrillo (1953, Suiza y Alemania).
Se retoma con el regreso de Carrillo y Cruz Vélez al país, en febrero de 1959, el primero a la Nacional y el segundo a los Andes; y lo hacen, conjuntamente, con otros profesores de la Universidad Nacional. Entre 1960 y 1966, el profesor Carrillo realiza su labor de traductor para la Revista Cultural ‘Eco’ y también para ‘Ideas y Valores’.
Por su parte, Cruz Vélez publica su libro ‘Filosofía sin supuestos’ en 1970, y se retira de la docencia en 1972. Allí culmina, creo, esa tarea de normalización, porque ya esta es una realidad. El país contaba con seis promociones de filósofos de la Universidad Nacional. Se habían creado nuevas facultades de Filosofía (Universidad de los Andes en 1955 y con tres promociones; La Salle en 1965 con dos). Existe la ‘Sociedad Colombiana de Filosofía’ (desde 1957). Aparecen otras revistas distintas a la del Rosario y Bolivariana de Medellín, que dan espacio a las nuevas corrientes filosóficas (‘Eco’ en 1960); como también librerías especializadas (Buchholz, 1950 y Lerner, 1958).
Sin entrar en el carácter polisémico del concepto de historia- varios significados-, ni en sus categorías a tener en cuenta (tiempo, espacio, circunstancias, etc.), en términos generales la Historia como ciencia se encarga de estudiar lo que ha pasado.
El puesto de Carrillo en la historia no se da porque aparezca su foto, o la caratula de uno de sus libros en distintos tomos que se han escrito sobre los intelectuales más influyentes de la república (Tomo IV ‘Nueva Historia de Colombia’, Editorial Planeta, año 1989, paginas 211-219), por cuanto la historiografía (manera de interpretar la historia) de este país ha sido objeto de tantas críticas, negativas unas, y positivas otras. Son muchos los que piensan que debe reescribirse, ello depende de los distintos puntos de vista, y de los autores.
El profesor Carrillo no se guardaba lo que aprendía de filosofía moderna y contemporánea; por el contrario, la enseñaba, y la difundía. Ello hace que el filósofo de Atánquez pase a la historia, porque enterró la filosofía neotomista que se venía enseñando en colegios y universidades, nefasta para una aparición tardía de la filosofía moderna en el país. Era lo primero que debía hacerse para comenzar a normalizar sus estudios. Otros conocieron igual que Carrillo el pensamiento moderno, pero no lo socializaron, no lo expandieron, no lo dieron a conocer con suficiencia.
Sus escritos semanales en el periodismo cultural, y por cinco años (1939–1944), y no esporádicamente como pudo hacerse en cualquier otra parte del país, impactaron enormemente en la clase intelectual y el estudiantado de la época. Su influencia fue notable no sólo en la ‘Atenas Suramericana’, sino en todas las regiones, por el alcance nacional de los periódicos donde se publicaron. Sus ensayos publicados en la Revista de la Universidad Nacional en 1944 y 1945 tuvieron trascendencia continental.
En una entrevista, nuestro respetado maestro expresó: “Yo creí también en la necesidad de crearle ambiente entre nosotros a la filosofía. Esta filosofía era la actual en Europa y había que llevarla a un público lo más amplio posible, y por este medio de la publicación permanente inducirlo a leer y a interesarse por esta disciplina. Para ello era necesario hablarle de la actualidad filosófica. Todo esto vino a cristalizar en la fundación del Instituto de Filosofía, en la Universidad Nacional. Así llegó a este centro cultural la filosofía. Tuve el honor de ser su primer director. Así, a la aparición de la filosofía en la Universidad Nacional precedió la aparición de la filosofía en el escenario cultural del país. Por eso he dicho que la fundación del Instituto de Filosofía fue un temporis partus, para usar la expresión de Francisco Bacon”.
En mi sentir, introducir la filosofía moderna y contemporánea, normalizarla, sembrar la semilla y abrir el camino para un pensamiento crítico es el legado más grande que deja Rafael Carrillo, porque es el que más escribe sobre filosofía moderna y contemporánea en la primera mitad del siglo XX y de esa manera la introduce, la socializa, la difunde, y normaliza los estudios de la filosofía. Antes, se impartía una filosofía confesional desde el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, La Javeriana, y la Católica Bolivariana de Medellín. Con la fundación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional se enseñan las corrientes filosóficas modernas. Carrillo transmite su conocimiento, y con ello siembra la semilla y abre el camino para un pensamiento crítico en esta disciplina.
Otros consideran que su legado se encuentra en su obra escrita. Tuvo inclinación por la filosofía de la ciencia, siendo el único filosofo colombiano del siglo XX dedicado a esta corriente filosófica. Dejó varios escritos en esta materia, entre otros, su ensayo ‘Filosofía y Ciencia’. En América Latina también la cultivaron el peruano Francisco Miró Quezada, pero el que más, el físico y filósofo argentino Mario Bunge.
Igualmente se interesó por la filosofía del Derecho y la axiología o teoría de los valores, dejando dos obras, las más acreditadas ‘Filosofía del Derecho como Filosofía de la Persona’ y ‘Ambiente Axiológico de la Teoría Pura del Derecho’. Esta última conocida en España en 1951 por el filósofo Xavier de Zubirí y sus alumnos, entre quienes se encontraba Rafael Gutiérrez Girardot. También en Alemania, de donde le fue solicitado un ejemplar por parte del director de la Biblioteca de Berlín el 15 de febrero de 1952.
Daniel Ceballos Nieto, su discípulo, escribe en relación con esta obra: “El libro de Carrillo fue muy bien acogido por la crítica jurídica, y el profesor Recasens Siches lo elogió oportunamente en su obra ‘Corrientes del pensamiento contemporáneo’. Era la época en que Carlos Cossio, Rafael y Miguel Ángel Virasoro, Luis Recasens Siches, Eduardo García Maynes y el profesor Francisco Romero hacían filosofía de la persona, de la moral y del Derecho en América Latina. Entre ellos ocupó su puesto Rafael Carrillo”: (‘La Lucha por la Cultura’ de Ingrid Müller de Ceballos. Universidad Pedagógica Nacional 1992).
No podemos soslayar, y solo para mencionarlo, su interés por la cultura en general, impronta dejada en muchos de sus escritos, y en la noche del 20 de marzo de 1946 cuando dijo que la Universidad Nacional no solo debe formar hombres de profesión, sino también un hombre culto; la cual fue acogida por Gerardo Molina, a la sazón rector de la Universidad Nacional. En su labor de traductor está presente esa idea. Traduce del alemán al español muchos ensayos de filosofía, literatura, sociología, y arte. Es otro de su legado.
Muchos filósofos destacan como su más grande legado su labor educativa. La docencia por más de cinco décadas en los colegios y universidades donde formó en las facultades de Filosofía, Derecho y Sociología, a numerosas generaciones. Todos sus discípulos lo siguieron, continuaron trasmitiendo la Filosofía Moderna y Contemporánea que les había enseñado. Muchos han desaparecido, pero otros son hoy profesores de la Universidad Nacional. Dice Luis Villar Borda: “Fue en nuestro medio el precursor de una enseñanza a la manera socrática, de espíritu dialectico y sin formalismos y ritualidades”. (El Tiempo, 19 de julio de 1996). Gracias por su legado. Que las nuevas generaciones de estudiantes de mi país, lo valoren, y lo sigan.
Al maestro, lo continuaremos recordando. El 25 de agosto, fecha de su natalicio número 114 lo vamos hacer, para que no sea solo Google y Wikipedia, sino nuestras neuronas vivas, como dice Fernando Vallejo.
En mi crónica anterior ‘Rafael Carrillo y sus discípulos’ olvidé incluir como a muchos otros, a Rodrigo Aron, su discípulo en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional a quien el maestro tenía presente. De otra parte, se precisa que el nombre del profesor de presocráticos que cita Fernando Vallejo no es Alfonso como erróneamente se transcribió, sino Alfredo Trendall.
Pude confirmar con varias personas que el exrector de la Nacional Antanas Mockus había declarado en una conferencia que dictó en la ‘Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez’ de Valledupar hace un poco más de 10 años, haber sido su discípulo, y lo consideró en sus propias palabras el padre de la filosofía moderna y contemporánea en Colombia (testimonio de Hamilton Fuentes, exjefe de redacción de ‘EL PILÓN’, quien estuvo presente).
Por: Carlos Elías Lúquez Carrillo
Muchos filósofos destacan como su más grande legado su labor educativa. La docencia por más de cinco décadas en los colegios y universidades donde formó en las facultades de Filosofía, Derecho y Sociología, a numerosas generaciones.
Hoy 17 de julio de 2021 conmemoramos los 25 años de la muerte del filosofó Rafael Carrillo Lúquez. Para recordarlo he publicado el libro ‘La vocación filosófica de Rafael Carrillo’; concedimos una entrevista y publicamos algunas crónicas y artículos en este mismo diario que guardan relación con el modo de vida y discurso filosófico del maestro.
Este orgullo valduparense nace en Atánquez, una aldea enclavada en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, cuya actividad económica era la cría y venta de ganado vacuno, lo mismo que el cultivo de café y caña de azúcar. Muchos se preguntan con extrañeza: ¿cómo un hombre nacido en una región agrícola y ganadera se le despertó ese amor por la filosofía que lo hizo abandonar su carrera del Derecho que inicialmente había estudiado, para entregarse por completo y para toda su vida a una disciplina cultivada por pocos en el país? Mi respuesta ha sido: la vocación.
Esa vocación lo hizo pensar desde muy joven en una proyección intelectual seria. Ya con muchas lecturas de la Revista de Occidente que dirigía en España José Ortega y Gasset (publicadas entre 1923 y 1936), le dejó ver a sus familiares que se encontraba escribiendo, y la ilusión que tenía. Es posible que Carrillo hubiese comenzado a escribir desde antes de 1933, pero no tenemos veracidad que ello sea así. Los términos de la carta parecen indicarlo.
En la misiva, de fecha 18 de julio de 1933, suscrita por el filósofo y dirigida a su hermano Antonio Francisco -conocida por mí en el mes de marzo del 2021, a través de Alba Luz Luque, quien la tenía en custodia-, le dice: “Hoy, por correo, envío una edición de ‘El País’, en cuyo suplemento va un artículo mío. Es lo primero que escribo este año. A ese seguirán otros que iré mandando a medida vayan apareciendo”. Más adelante, le escribe: “Hace varios días he tomado clases de idioma alemán con un profesor de Alemania, de quien me hice muy amigo. Cada día aumenta mi ilusión de verme en una universidad alemana… ojalá así sea”. Deseo cumplido.
Ya sabemos que ese estudio por la filosofía lo hizo llevar una forma de vida como la de los antiguos filósofos griegos; contemplativa, a la meditación, alejado de los bienes materiales, con austeridad, y dedicado a la educación, a enseñar, dictando pocas horas de clase, y tener el tiempo suficiente para investigar y pensar. Carrillo vivía alejado de la vida activa, de ahí su desdén por la política como la conocemos hoy en día, pero en su juventud recibió coqueteos para entrar a la actividad política, y se preguntaba en la misma carta atrás referida del porqué lo perseguía.
La propuesta de Carrillo publicada en la prensa, la radio, y convención de juventudes de un partido tradicional, era atrevida en ese momento. Su pretensión era quitarle la enseñanza de la educación y en especial de la filosofía al clero. Dice: “Los anticuados conservadores, los clericales faltos de cultura, algún intelectual, los directores y redactores del periódico católico ‘El País’ me insultan. En cambio, la otra prensa, seis periódicos por lo menos de la capital y la juventud selecta, me felicitan; y yo estoy en estos días feliz”. Así se los hace saber en una carta enviada a Antonio María (padre), Antonio Francisco (hermano), Jacob y José María Luquez (primos), de fecha julio 16 de 1933. Después de su propuesta, el mismo periódico donde escribía se le vino encima.
La enseñanza de la educación en todos los niveles se encontraba en manos de la Iglesia católica, y el maestro se dio a la tarea con otros intelectuales de la época para un cambio, que fructificó en los gobiernos de la llamada “república liberal” (1930–1946). Carrillo venía introduciendo el estudio de la filosofía moderna y contemporánea desde 1930 en sus clases de bachillerato en los colegios ‘Ramírez’, ‘Américano’, y ‘Nariño’, este último de propiedad de las hijas del presidente José Manuel Marroquín, dirigido por el padre Bermúdez a quien Carrillo lo remplazó en las clases de filosofía a su muerte en 1938. Allí les enseñaba a sus alumnos lo que estaba aprendiendo con las lecturas de la Revista de Occidente.
Notorio fue el enfrentamiento con los neo tomistas, que sucedieron a Monseñor Carrasquilla (muere en 1930) en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Ya después en 1940 se le permite escribir en su Revista, que era de las pocas especializada. En la Universidad Javeriana en enero de 1943 le cancelan su vinculación, lo cual consideró una expulsión por la filosofía racionalista que venía impartiendo y contraria a las orientaciones de esa institución.
En 1934, en la Argentina, el filósofo Francisco Romero, en una reunión de bienvenida al filósofo español José Gaos, lanzó la expresión “Normalidad filosófica”, acuñada como categoría filosófica en 1940. Buscaba con ello, el ejercicio de la filosofía como función ordinaria de la cultura en América Latina y con la cual se pretendía entre otros aspectos: superar el autodidactismo, establecer más carreras de filosofía, dar mayor difusión a los estudios filosóficos, buscar el contacto permanente de los filósofos de la región, y realizar publicaciones especializadas. En Colombia contó con su principal aliado, Rafael Carrillo.
Como precedente, y sin conocerse todavía esa categoría, ya el profesor había comenzado a normalizar el estudio de la filosofía desde los colegios –porque en estos la filosofía que se enseñaba también era la escolástica-, y escribiendo artículos en la prensa de la capital de la república. Esos escritos datan desde comienzo de la década de 1930, y no al final de esta como se encuentra registrado en la bibliografía periodizada del libro ‘Escritos filosóficos’ del maestro. Así se desprende del artículo publicado en el suplemento del periódico ‘El País’ de Bogotá en 1933 y que refiere en la carta enviada a su hermano. Falta por conocer el texto de ese escrito que le envió a su familiar, lo cual será objeto de nuestra investigación.
En cuanto a la introducción de la filosofía moderna y contemporánea en Colombia, y de la Normalización de los estudios de la Filosofía, no se trata de determinar qué intelectual habló o escribió primero que otro, porque es posible que monseñor Carrasquilla conociera el discurso filosófico de Nietzsche, pero no lo enseñaba, como tampoco lo daba a conocer por ser contrario a la filosofía escolástica, neo tomista, que venía regentando en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y patrocinado por uno de los partidos políticos tradicionales de ese momento.
Igualmente podríamos decir de otros intelectuales de la época, que escribían artículos aislados sobre determinado filósofo moderno dentro de la crítica literaria. Lo importante de los pocos que escribieron en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Popayán, y alguna que otra traducción, es saber el rigor con que lo hacían, a qué público le llegaba, y qué influencia tuvieron esos escritos, lo mismo las revistas donde se publicaban, qué cobertura tenían. Determinar, igualmente, si quienes escribían también enseñaban la filosofía moderna. Esto último, en nuestra opinión es lo más importante para la normalización de la filosofía, porque a futuro viene su réplica y la garantía de no retroceder, ello era fundamental y era un paso que debía darse.
La verdadera normalización de la filosofía en Colombia, con la enseñanza de un programa serio en filosofía moderna y contemporánea, nace el 20 de marzo de 1946 con la creación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional, que lo puso a funcionar Carrillo como su primer director. Luego se funda la Revista ‘Ideas y Valores’, y se convierte el Instituto en Facultad de Filosofía (1952), siendo su primer decano Cayetano Betancurt, quien le entrega el doctorado Honoris Causa a él y su coequipero Cruz Vélez, el 16 de diciembre. Por supuesto han aparecido voces diciendo que ya antes de 1946 había facultades de filosofía en el país. La pregunta es: ¿qué filosofía se enseñaba? ¿Y con qué método? ¿Era serio enseñarla sin libertad para disentir y controvertir ideas, cuando estas hacen parte de su esencia? ¿Había pensamiento crítico? Por supuesto que no.
En el ambiente filosófico del país existe todavía una inquietud por conocer cuándo comienza el proceso de normalización de la filosofía, y cual es su año de culminación (tema que debería estar ya superado). Si bien es cierto, el maestro ya venía dando pasos de animal grande en la década de 1930, con sus clases en los colegios y la publicación de sus escritos en la prensa sobre filosofía moderna y contemporánea, nuestra opinión, compartida por muchos, por supuesto controvertible, es que tuvo origen, como ya lo expresamos, con la fundación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional el 20 de marzo de 1946, como fundamento de los otros saberes.
Ese camino se ve interrumpido unos años después, en un periodo de ingrata recordación, donde la academia estaba vigilada (los funcionarios le dictan a los académicos las normas o líneas de su investigación). ¡Qué escándalo, qué horror! Los dos pasos que se habían dado retroceden en uno con la vuelta a una filosofía dogmática. Ello precipitó la salida -prácticamente al exilio- de los profesores Gerardo Molina (1948, Francia), Cruz Vélez (1951, Alemania) y Carrillo (1953, Suiza y Alemania).
Se retoma con el regreso de Carrillo y Cruz Vélez al país, en febrero de 1959, el primero a la Nacional y el segundo a los Andes; y lo hacen, conjuntamente, con otros profesores de la Universidad Nacional. Entre 1960 y 1966, el profesor Carrillo realiza su labor de traductor para la Revista Cultural ‘Eco’ y también para ‘Ideas y Valores’.
Por su parte, Cruz Vélez publica su libro ‘Filosofía sin supuestos’ en 1970, y se retira de la docencia en 1972. Allí culmina, creo, esa tarea de normalización, porque ya esta es una realidad. El país contaba con seis promociones de filósofos de la Universidad Nacional. Se habían creado nuevas facultades de Filosofía (Universidad de los Andes en 1955 y con tres promociones; La Salle en 1965 con dos). Existe la ‘Sociedad Colombiana de Filosofía’ (desde 1957). Aparecen otras revistas distintas a la del Rosario y Bolivariana de Medellín, que dan espacio a las nuevas corrientes filosóficas (‘Eco’ en 1960); como también librerías especializadas (Buchholz, 1950 y Lerner, 1958).
Sin entrar en el carácter polisémico del concepto de historia- varios significados-, ni en sus categorías a tener en cuenta (tiempo, espacio, circunstancias, etc.), en términos generales la Historia como ciencia se encarga de estudiar lo que ha pasado.
El puesto de Carrillo en la historia no se da porque aparezca su foto, o la caratula de uno de sus libros en distintos tomos que se han escrito sobre los intelectuales más influyentes de la república (Tomo IV ‘Nueva Historia de Colombia’, Editorial Planeta, año 1989, paginas 211-219), por cuanto la historiografía (manera de interpretar la historia) de este país ha sido objeto de tantas críticas, negativas unas, y positivas otras. Son muchos los que piensan que debe reescribirse, ello depende de los distintos puntos de vista, y de los autores.
El profesor Carrillo no se guardaba lo que aprendía de filosofía moderna y contemporánea; por el contrario, la enseñaba, y la difundía. Ello hace que el filósofo de Atánquez pase a la historia, porque enterró la filosofía neotomista que se venía enseñando en colegios y universidades, nefasta para una aparición tardía de la filosofía moderna en el país. Era lo primero que debía hacerse para comenzar a normalizar sus estudios. Otros conocieron igual que Carrillo el pensamiento moderno, pero no lo socializaron, no lo expandieron, no lo dieron a conocer con suficiencia.
Sus escritos semanales en el periodismo cultural, y por cinco años (1939–1944), y no esporádicamente como pudo hacerse en cualquier otra parte del país, impactaron enormemente en la clase intelectual y el estudiantado de la época. Su influencia fue notable no sólo en la ‘Atenas Suramericana’, sino en todas las regiones, por el alcance nacional de los periódicos donde se publicaron. Sus ensayos publicados en la Revista de la Universidad Nacional en 1944 y 1945 tuvieron trascendencia continental.
En una entrevista, nuestro respetado maestro expresó: “Yo creí también en la necesidad de crearle ambiente entre nosotros a la filosofía. Esta filosofía era la actual en Europa y había que llevarla a un público lo más amplio posible, y por este medio de la publicación permanente inducirlo a leer y a interesarse por esta disciplina. Para ello era necesario hablarle de la actualidad filosófica. Todo esto vino a cristalizar en la fundación del Instituto de Filosofía, en la Universidad Nacional. Así llegó a este centro cultural la filosofía. Tuve el honor de ser su primer director. Así, a la aparición de la filosofía en la Universidad Nacional precedió la aparición de la filosofía en el escenario cultural del país. Por eso he dicho que la fundación del Instituto de Filosofía fue un temporis partus, para usar la expresión de Francisco Bacon”.
En mi sentir, introducir la filosofía moderna y contemporánea, normalizarla, sembrar la semilla y abrir el camino para un pensamiento crítico es el legado más grande que deja Rafael Carrillo, porque es el que más escribe sobre filosofía moderna y contemporánea en la primera mitad del siglo XX y de esa manera la introduce, la socializa, la difunde, y normaliza los estudios de la filosofía. Antes, se impartía una filosofía confesional desde el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, La Javeriana, y la Católica Bolivariana de Medellín. Con la fundación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional se enseñan las corrientes filosóficas modernas. Carrillo transmite su conocimiento, y con ello siembra la semilla y abre el camino para un pensamiento crítico en esta disciplina.
Otros consideran que su legado se encuentra en su obra escrita. Tuvo inclinación por la filosofía de la ciencia, siendo el único filosofo colombiano del siglo XX dedicado a esta corriente filosófica. Dejó varios escritos en esta materia, entre otros, su ensayo ‘Filosofía y Ciencia’. En América Latina también la cultivaron el peruano Francisco Miró Quezada, pero el que más, el físico y filósofo argentino Mario Bunge.
Igualmente se interesó por la filosofía del Derecho y la axiología o teoría de los valores, dejando dos obras, las más acreditadas ‘Filosofía del Derecho como Filosofía de la Persona’ y ‘Ambiente Axiológico de la Teoría Pura del Derecho’. Esta última conocida en España en 1951 por el filósofo Xavier de Zubirí y sus alumnos, entre quienes se encontraba Rafael Gutiérrez Girardot. También en Alemania, de donde le fue solicitado un ejemplar por parte del director de la Biblioteca de Berlín el 15 de febrero de 1952.
Daniel Ceballos Nieto, su discípulo, escribe en relación con esta obra: “El libro de Carrillo fue muy bien acogido por la crítica jurídica, y el profesor Recasens Siches lo elogió oportunamente en su obra ‘Corrientes del pensamiento contemporáneo’. Era la época en que Carlos Cossio, Rafael y Miguel Ángel Virasoro, Luis Recasens Siches, Eduardo García Maynes y el profesor Francisco Romero hacían filosofía de la persona, de la moral y del Derecho en América Latina. Entre ellos ocupó su puesto Rafael Carrillo”: (‘La Lucha por la Cultura’ de Ingrid Müller de Ceballos. Universidad Pedagógica Nacional 1992).
No podemos soslayar, y solo para mencionarlo, su interés por la cultura en general, impronta dejada en muchos de sus escritos, y en la noche del 20 de marzo de 1946 cuando dijo que la Universidad Nacional no solo debe formar hombres de profesión, sino también un hombre culto; la cual fue acogida por Gerardo Molina, a la sazón rector de la Universidad Nacional. En su labor de traductor está presente esa idea. Traduce del alemán al español muchos ensayos de filosofía, literatura, sociología, y arte. Es otro de su legado.
Muchos filósofos destacan como su más grande legado su labor educativa. La docencia por más de cinco décadas en los colegios y universidades donde formó en las facultades de Filosofía, Derecho y Sociología, a numerosas generaciones. Todos sus discípulos lo siguieron, continuaron trasmitiendo la Filosofía Moderna y Contemporánea que les había enseñado. Muchos han desaparecido, pero otros son hoy profesores de la Universidad Nacional. Dice Luis Villar Borda: “Fue en nuestro medio el precursor de una enseñanza a la manera socrática, de espíritu dialectico y sin formalismos y ritualidades”. (El Tiempo, 19 de julio de 1996). Gracias por su legado. Que las nuevas generaciones de estudiantes de mi país, lo valoren, y lo sigan.
Al maestro, lo continuaremos recordando. El 25 de agosto, fecha de su natalicio número 114 lo vamos hacer, para que no sea solo Google y Wikipedia, sino nuestras neuronas vivas, como dice Fernando Vallejo.
En mi crónica anterior ‘Rafael Carrillo y sus discípulos’ olvidé incluir como a muchos otros, a Rodrigo Aron, su discípulo en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional a quien el maestro tenía presente. De otra parte, se precisa que el nombre del profesor de presocráticos que cita Fernando Vallejo no es Alfonso como erróneamente se transcribió, sino Alfredo Trendall.
Pude confirmar con varias personas que el exrector de la Nacional Antanas Mockus había declarado en una conferencia que dictó en la ‘Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez’ de Valledupar hace un poco más de 10 años, haber sido su discípulo, y lo consideró en sus propias palabras el padre de la filosofía moderna y contemporánea en Colombia (testimonio de Hamilton Fuentes, exjefe de redacción de ‘EL PILÓN’, quien estuvo presente).
Por: Carlos Elías Lúquez Carrillo