Empresas y economistas colombianos quieren abrir puertas de las fronteras de manera acelerada bajo el modelo de libre mercado.
Por Andrés Eduardo Quintero Olmos
Especial/ EL PILON
En Colombia, los economistas se han empeñado en las últimas décadas en querer abrir las fronteras aceleradamente bajo el modelo de libre mercado.
Desde varios años, con base al modelo de Roosevelt y sobre todo desde la agudización de la crisis económica occidental, los países de la Unión Europea han intentado introducir el “Buy European Act”. En 2011, el expresidente francés, Nicolás Sarkozy, defendió en varios de sus discursos económicos, la necesidad de reciprocidad en el acceso a los mercados públicos, es decir, a las licitaciones públicas.
Detrás de estos conceptos está la siguiente idea: los países exportadores hacia la Unión Europea deberían aplicar las reglamentaciones internacionales sobre, por ejemplo, el respeto al medioambiente o a los derechos mínimos laborales para que haya, bajo el principio de reciprocidad, igualdad frente a los productores de la Unión Europea que compiten con aquellos y que sí respetan estos tratados. De igual manera, la idea subyacente es que si existe libre acceso de los inversionistas extranjeros y de sus productos a los mercados occidentales, de igual manera los productos e inversiones occidentales deberían tener libre acceso a los mercados extranjeros (sobre todo asiáticos). Pero la realidad es otra: el libre mercado parece haberse trasformado en una utopía y los mismos países que antes se beneficiaban del libre mercado ahora son víctimas de aquél. Por eso, hoy, el actual presidente francés, François Hollande, y otros mandatarios occidentales, defienden el “justo intercambio comercial” con los países emergentes.
De ahí proviene la voluntad política de querer poner en entredicho la desregulación del comercio internacional que, desde hace más de 20 años, se desarrolla a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La constatación de la desindustrialización europea o norteamericana en la última década, es decir, el éxodo abrumador de sus empresas hacia el mundo subdesarrollado, el constante deterioro del balance comercial y el desequilibrio macroeconómico internacional han llevado a que se esté insinuando mayor proteccionismo económico. Algunos proponen un proteccionismo ecológico y social, otros proponen que se regrese a la situación anterior de autarcía económica con base a la discriminación latente entre foráneos y nacionales. De esta manera, el debate acerca del proteccionismo sale a flote públicamente sin estigmatización y simplificación de su rol en la crisis de los años 1930.
Es cierto, y de manera opuesta a lo que piensan los economistas colombianos –los Chicagos Boys criollos-, que el modelo de desregulación del comercio internacional ha llegado hoy a un fin teórico. El estancamiento actual de las negociaciones de la OMC para una nueva ola de liberalizaciones es una de las pruebas de esta situación, puesto que, aunque los aranceles aduaneros y en general todos los impuestos puestos sobre las importaciones han sido desmantelados poco a poco, el proteccionismo tan detestado antiguamente volvió a anhelarse: manipulaciones de la tasa de cambio, subsidios a las producciones, irrespeto de la propiedad intelectual, desigualdades legales, entre otros.
La inquietud
¿Un sistema de libre mercado global y total puede ser válido todavía en un mundo donde desde 1971 no existe un sistema monetario internacional ni medidas coercitivas en materia de derechos humanos o de derechos laborales internacionales?
Las medidas proteccionistas tomadas por Brasil, Argentina o Rusia, o la ley votada por el Senado estadounidense en marzo 2012 autorizando al Departamento de Comercio para que aplique algunos impuestos compensatorios sobre las importaciones chinas con el objetivo de sancionar algunas supuestas prácticas desleales, muestran que el sueño de una mundialización agasajada echa de libre mercado comienza a desmoronarse poco a poco.
Aunque los países victimizados sigan demandando ante la OMC los abusos proteccionistas de otros, paradójicamente estas herramientas son totalmente ineficientes ante los equilibrios de poderes geopolíticos.
Ejemplo de esto es la subvaloración voluntaria del yuan. ¿No es ésta equivalente a un arancel a los productos importados a China o un subsidio directo a las exportaciones chinas?
El concepto defendido por los partidarios de la desregulación, según el cual el espacio mundial es un level playing field (un terreno de juego plano) donde cada uno puede practicar el libre mercado con base a una lógica win-win (donde todos ganamos), está perdiendo espacio. La teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, según la cual cada país tiene interés en especializarse en sus ventajas y proveerse de otros países para el resto, está cayendo en falacia.
En los hechos, en vez de aumentar la variedad de productos para el consumidor, la liberalización del comercio ha creado oligopolios y gigantescas compañías multinacionales dominadoras que en lugar de favorecer la competencia la han disminuido.
Estas compañías multinacionales, ciertamente, han invertido en los países en vía de desarrollo para beneficiarse de sus potenciales. Pero, sobre todo, han creado, gracias a algo asimilable al forum shopping, una competencia jurídica entre los países con el objeto de segmentar cada vez más su producción y mejorar a corto plazo sus utilidades: ¿cuál país tiene menos exigencias laborales y/o medioambientales? y ¿cuál país tiene el mejor sistema fiscal?
Cierto es que la búsqueda de un costo mínimo permitió a los asalariados de los países ricos ganar en poder adquisitivo. Sin embargo, la competencia de los asalariados entre ellos instaura una presión insoportable sobre el empleo, las remuneraciones y los sistemas de protección social, sin que los asalariados de los países pobres recauden una justa parte de las riquezas creadas.
En sí, parece ser que el libre mercado utiliza más desventajas comparativas que ventajas comparativas, ya que su objetivo es localizar a los países en los cuales la producción y el capital tengan menos exigencias sociales, ambientales y fiscales: países en los cuales reina una dictadura social y política y en donde se obstaculiza la repartición equilibrada de los frutos del crecimiento.
China es el perfecto ejemplo de esta situación, la cual le ha permitido industrializarse en los años 2000. Este efecto chino ha provocado una desindustrialización y una pérdida de empleo masiva en países emergentes como México o países del Magreb. En cuanto a los países ricos, estos lograron salvarse a corto plazo a través del endeudamiento público y privado, substituyendo las pérdidas industriales en burbujas inmobiliarias hasta la implosión que todos conocemos.
La ventaja que tiene China es que su tasa de cambio -subvalorada- está controlada por el gobierno en contraposición a las otras grandes monedas mundiales. Esto ha conllevado a que Brasil haya, durante el 2011, tenido que implementar medidas con el objetivo de proteger su industria nacional amenazada por un real sobrevalorado frente al yuan. De esta manera, el actual dumping monetario mundial engendra una guerra comercial violenta que da vía libre al proteccionismo.
El libre mercado parece, por tanto, sólo funcionar en el interior de agrupamientos regionales que comparten un mismo ordenamiento jurídico y en los cuales cooperan sus miembros más allá del comercio, como lo puede ser la Unión Europea.
Por eso, muchos están pidiendo que se vuelva a instaurar los acuerdos de Bretton Woods de 1944 y se vuelva a fijar el dólar con el oro y se pase del actual free trade (libre mercado) al fair trade (mercado justo): instaurando criterios objetivos y multilaterales de reducción de pobreza, de mínimos laborales y de reducción del impacto ambiental dentro de los intercambios internacionales.
En contraposición a este debate en auge, en Colombia permanecemos con la idea noventera que el libre mercado y la apertura indiscriminada de nuestras fronteras produce únicamente ventajas económicas.
Por culpa de varios años de reevaluación de la moneda, de la puesta en marcha de varios tratados de libre comercio, de un círculo cerrado de economistas colombianos adoctrinados al libre mercado y de un crecimiento económico desbalanceado, el país necesita replantear su posición comercial.
Colombia necesita abrir un debate en torno a la posibilidad de instaurar un proteccionismo moderado, puesto que el aumento abismal de la desindustrialización, la triplicación de nuestras importaciones y el desaceleramiento de nuestra economía nos muestran, en estos momentos, las febrilidades colombianas en un mundo plenamente abierto.
Empresas y economistas colombianos quieren abrir puertas de las fronteras de manera acelerada bajo el modelo de libre mercado.
Por Andrés Eduardo Quintero Olmos
Especial/ EL PILON
En Colombia, los economistas se han empeñado en las últimas décadas en querer abrir las fronteras aceleradamente bajo el modelo de libre mercado.
Desde varios años, con base al modelo de Roosevelt y sobre todo desde la agudización de la crisis económica occidental, los países de la Unión Europea han intentado introducir el “Buy European Act”. En 2011, el expresidente francés, Nicolás Sarkozy, defendió en varios de sus discursos económicos, la necesidad de reciprocidad en el acceso a los mercados públicos, es decir, a las licitaciones públicas.
Detrás de estos conceptos está la siguiente idea: los países exportadores hacia la Unión Europea deberían aplicar las reglamentaciones internacionales sobre, por ejemplo, el respeto al medioambiente o a los derechos mínimos laborales para que haya, bajo el principio de reciprocidad, igualdad frente a los productores de la Unión Europea que compiten con aquellos y que sí respetan estos tratados. De igual manera, la idea subyacente es que si existe libre acceso de los inversionistas extranjeros y de sus productos a los mercados occidentales, de igual manera los productos e inversiones occidentales deberían tener libre acceso a los mercados extranjeros (sobre todo asiáticos). Pero la realidad es otra: el libre mercado parece haberse trasformado en una utopía y los mismos países que antes se beneficiaban del libre mercado ahora son víctimas de aquél. Por eso, hoy, el actual presidente francés, François Hollande, y otros mandatarios occidentales, defienden el “justo intercambio comercial” con los países emergentes.
De ahí proviene la voluntad política de querer poner en entredicho la desregulación del comercio internacional que, desde hace más de 20 años, se desarrolla a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La constatación de la desindustrialización europea o norteamericana en la última década, es decir, el éxodo abrumador de sus empresas hacia el mundo subdesarrollado, el constante deterioro del balance comercial y el desequilibrio macroeconómico internacional han llevado a que se esté insinuando mayor proteccionismo económico. Algunos proponen un proteccionismo ecológico y social, otros proponen que se regrese a la situación anterior de autarcía económica con base a la discriminación latente entre foráneos y nacionales. De esta manera, el debate acerca del proteccionismo sale a flote públicamente sin estigmatización y simplificación de su rol en la crisis de los años 1930.
Es cierto, y de manera opuesta a lo que piensan los economistas colombianos –los Chicagos Boys criollos-, que el modelo de desregulación del comercio internacional ha llegado hoy a un fin teórico. El estancamiento actual de las negociaciones de la OMC para una nueva ola de liberalizaciones es una de las pruebas de esta situación, puesto que, aunque los aranceles aduaneros y en general todos los impuestos puestos sobre las importaciones han sido desmantelados poco a poco, el proteccionismo tan detestado antiguamente volvió a anhelarse: manipulaciones de la tasa de cambio, subsidios a las producciones, irrespeto de la propiedad intelectual, desigualdades legales, entre otros.
La inquietud
¿Un sistema de libre mercado global y total puede ser válido todavía en un mundo donde desde 1971 no existe un sistema monetario internacional ni medidas coercitivas en materia de derechos humanos o de derechos laborales internacionales?
Las medidas proteccionistas tomadas por Brasil, Argentina o Rusia, o la ley votada por el Senado estadounidense en marzo 2012 autorizando al Departamento de Comercio para que aplique algunos impuestos compensatorios sobre las importaciones chinas con el objetivo de sancionar algunas supuestas prácticas desleales, muestran que el sueño de una mundialización agasajada echa de libre mercado comienza a desmoronarse poco a poco.
Aunque los países victimizados sigan demandando ante la OMC los abusos proteccionistas de otros, paradójicamente estas herramientas son totalmente ineficientes ante los equilibrios de poderes geopolíticos.
Ejemplo de esto es la subvaloración voluntaria del yuan. ¿No es ésta equivalente a un arancel a los productos importados a China o un subsidio directo a las exportaciones chinas?
El concepto defendido por los partidarios de la desregulación, según el cual el espacio mundial es un level playing field (un terreno de juego plano) donde cada uno puede practicar el libre mercado con base a una lógica win-win (donde todos ganamos), está perdiendo espacio. La teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, según la cual cada país tiene interés en especializarse en sus ventajas y proveerse de otros países para el resto, está cayendo en falacia.
En los hechos, en vez de aumentar la variedad de productos para el consumidor, la liberalización del comercio ha creado oligopolios y gigantescas compañías multinacionales dominadoras que en lugar de favorecer la competencia la han disminuido.
Estas compañías multinacionales, ciertamente, han invertido en los países en vía de desarrollo para beneficiarse de sus potenciales. Pero, sobre todo, han creado, gracias a algo asimilable al forum shopping, una competencia jurídica entre los países con el objeto de segmentar cada vez más su producción y mejorar a corto plazo sus utilidades: ¿cuál país tiene menos exigencias laborales y/o medioambientales? y ¿cuál país tiene el mejor sistema fiscal?
Cierto es que la búsqueda de un costo mínimo permitió a los asalariados de los países ricos ganar en poder adquisitivo. Sin embargo, la competencia de los asalariados entre ellos instaura una presión insoportable sobre el empleo, las remuneraciones y los sistemas de protección social, sin que los asalariados de los países pobres recauden una justa parte de las riquezas creadas.
En sí, parece ser que el libre mercado utiliza más desventajas comparativas que ventajas comparativas, ya que su objetivo es localizar a los países en los cuales la producción y el capital tengan menos exigencias sociales, ambientales y fiscales: países en los cuales reina una dictadura social y política y en donde se obstaculiza la repartición equilibrada de los frutos del crecimiento.
China es el perfecto ejemplo de esta situación, la cual le ha permitido industrializarse en los años 2000. Este efecto chino ha provocado una desindustrialización y una pérdida de empleo masiva en países emergentes como México o países del Magreb. En cuanto a los países ricos, estos lograron salvarse a corto plazo a través del endeudamiento público y privado, substituyendo las pérdidas industriales en burbujas inmobiliarias hasta la implosión que todos conocemos.
La ventaja que tiene China es que su tasa de cambio -subvalorada- está controlada por el gobierno en contraposición a las otras grandes monedas mundiales. Esto ha conllevado a que Brasil haya, durante el 2011, tenido que implementar medidas con el objetivo de proteger su industria nacional amenazada por un real sobrevalorado frente al yuan. De esta manera, el actual dumping monetario mundial engendra una guerra comercial violenta que da vía libre al proteccionismo.
El libre mercado parece, por tanto, sólo funcionar en el interior de agrupamientos regionales que comparten un mismo ordenamiento jurídico y en los cuales cooperan sus miembros más allá del comercio, como lo puede ser la Unión Europea.
Por eso, muchos están pidiendo que se vuelva a instaurar los acuerdos de Bretton Woods de 1944 y se vuelva a fijar el dólar con el oro y se pase del actual free trade (libre mercado) al fair trade (mercado justo): instaurando criterios objetivos y multilaterales de reducción de pobreza, de mínimos laborales y de reducción del impacto ambiental dentro de los intercambios internacionales.
En contraposición a este debate en auge, en Colombia permanecemos con la idea noventera que el libre mercado y la apertura indiscriminada de nuestras fronteras produce únicamente ventajas económicas.
Por culpa de varios años de reevaluación de la moneda, de la puesta en marcha de varios tratados de libre comercio, de un círculo cerrado de economistas colombianos adoctrinados al libre mercado y de un crecimiento económico desbalanceado, el país necesita replantear su posición comercial.
Colombia necesita abrir un debate en torno a la posibilidad de instaurar un proteccionismo moderado, puesto que el aumento abismal de la desindustrialización, la triplicación de nuestras importaciones y el desaceleramiento de nuestra economía nos muestran, en estos momentos, las febrilidades colombianas en un mundo plenamente abierto.