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Crónica - 31 enero, 2023

“Primero se fue la vieja pal’ cementerio”

Apartes de la letra de la canción ‘El viejo Miguel’, considerado uno de los mejores merengues del vallenato, de Adolfo Pacheco Anillo.

Adolfo Pacheco Anillo.
Adolfo Pacheco Anillo.

POR JULIO C. OÑATE MARTÍNEZ/ESPECIAL PARA EL PILÓN

En San Jacinto, Bolívar, a mediados de los años sesenta surgió este formidable merengue que Adolfo Pacheco Anillo le dedicó a su padre, Miguel Antonio Pacheco Blanco, singular personaje de piel oscura, engendrado en una mujer blanca. De origen campesino, a Adolfo le tocó desde muy pequeño batallar, al lado de su progenitor, en labores propias de la vida campestre. 

El juglar sabanero Adolfo Pacheco.

Con sólo diez años de edad, el viejo lo llevó a trabajar a la finca de José María Lora, donde, sin prevenciones, se destilaba y distribuía el tradicional ‘Ron Ñeque’ ante la ausencia de licores oficiales. El infante era el encargado de transportar sobre sus hombros, montaña adentro, dos cántaras del líquido perlático, y, como estímulo para seguir realizando esa dura faena, recibía dos tragos del energizante ron y un tabaco para ahuyentar los enjambres de los patilargos zancudos que durante la travesía lo atormentaban. Este prematuro consumo de alcohol y nicotina lo marcaron para siempre y le ocasionaron grandes conflictos en su edad madura.

LA VIDA EN SAN JACINTO

En cuanto a Miguel Antonio, curtido en la manigua sanjacintera y ya hecho un hombre, con un constante afán de progreso, se vinculó en el pueblo a la Fábrica de Hielo y Mantequilla Bolívar, floreciente negocio que el inmigrante italiano don Pascual Matera poseía en San Jacinto, con sucursales en El Guamo, Cereté y Zambrano. 

La empresa comercializaba todo lo que producía la región: ganado, café, tabaco, maíz, ajonjolí, y demás, y, a la vez, elaboraba hielo y jabones para los mercados sabaneros, mantequilla enlatada y tabaco de fina capa para exportar.

El municipio de San Jacinto vio nacer al juglar Adolfo Pacheco.

Inicialmente, Miguel Antonio fue enganchado como ‘recuero’ (encargado de guiar recuas de bestias cargadas, a un determinado destino) en la ruta San Jacinto – Jesús del Río, embarcadero sobre el Magdalena frente al puerto de Tenerife. Su eficiencia y entusiasmo en esas labores le dieron mérito para que el italiano le confiara el manejo de las cuentas en la empresa. 

En rápido ascenso llegó al cargo de cajero y, posteriormente, el dinámico y autodidacta matemático manejó la contabilidad hasta llegar a ser, finalmente, el administrador general de la Casa Matera. Paralelamente a esos ajetreos, aprovechaba su gran capacidad y su olfato comercial para explorar en forma independiente nuevos negocios, que eran manejados por su esposa Mercedes de Jesús Anillo, laboriosa y distinguida dama que, con las mieles del amor, le dio hijos y felicidad.

NEGOCIOS DE PICÓS 

Uno de los primeros negocios que inició en el pueblo y en los alrededores fue el de los picós, los equipos de sonido de la época. Tuvo cinco de ellos, que eran alquilados para animar matrimonios, bautizos, cumpleaños o cualquier otro tipo de festejos.

A través de un inseparable Zenit multibandas, se enteraba de los ritmos bailables imperantes en el Caribe. En Barranquilla y Cartagena adquiría los correspondientes acetatos, y la gente solía decir que la mejor música bailable de esos lares la tenía Miguel Pacheco. Eso le permitía surtir y orientar a los picoteros de los diferentes pueblos de la comarca. 

El negocio era complementado con la distribución de cerveza, gaseosas y rones comerciales. Con el gran auge que en toda la costa tomaron los picós, los grupos de gaita, bandas y orquestas se vieron desplazados por los bailes populares.

Los negocios prosperaban y el intrépido comerciante montó entonces una piladora de maíz, una tienda y una venta de helados. Eran los años en que los sanjacinteros de clase alta podían divertirse bailando en El Gurrufero, un salón animado por la afamada banda del maestro José Vicente Caro, uno de los más prestigiosos músicos de viento en toda la historia musical sabanera.

Las artesanías son identidad propia del pueblo de San Jacinto.

Gurrufero, según el Pequeño Larousse, equivale a caballo de bajo pelambre, carente de pedigrí; sin embargo, la gente de entonces así denominaba al individuo de vestir coquetón y emperifollado. Con el tiempo, el término fue cambiando de interpretación hasta llegar a ser sinónimo de parrandero. 

Después de algunos años de esplendor, la élite comenzó a cederle espacio a la emergente clase media, y el sitio terminó por popularizarse. La estruendosa carga musical de los picós no daba tregua, y el maestro Caro desintegró su elenco, que para la época ya se identificaba como Banda 16 de Agosto. 

El Gurrufero quedó entonces en manos de Miguel Pacheco, quien decidió cambiarle el esquema al negocio. Organizó entonces lo que en esa época era una academia de baile, modelo que nos llegó desde la azucarera isla de Cuba. En la pista del nuevo escenario hacían presencia agraciadas damas, denominadas en alguna parte “academieras”, la gran mayoría de las cuales, exentas de ataduras y prejuicios sociales, constituían un verdadero gancho para que los bailadores de la región acudieran por montón. Por cada pieza bailada, el parejo debía comprar un tiquete que entregaba a la danzarina de turno, esta los colectaba y Miguel Pacheco los cambiaba por efectivo al final de la jornada.

COMENZARON LOS BAILES CON MÚSICA EN VIVO

Los bailes eran animados por el conjunto de José Miguel García, ‘El Joso’, uno de los primeros acordeoneros que en San Jacinto estiraron el fuelle. Se acompañaba de bombo, redoblante, platillos y trompeta, un formato algo similar a los utilizados en ‘Las Colitas’ de la provincia de Padilla y el Valle de Upar. 

Un variado y bien interpretado repertorio de música costeña y antillana fue incapaz de someter el altanero pregón de los picós, y ‘El Joso’ y sus muchachos fueron relevados en El Gurrufero por uno de esos estridentes artefactos. 

TRISTE INSUCESO 

Corría el año de 1946 cuando el destino, muchas veces despiadado y cruel, laceró el corazón de Miguel con una herida que nunca dejó de sangrar, al quitarle a su tierna y fiel compañera Mercedes. La muerte de su esposa le arrancó la mitad de su vida, por lo que entonces se refugió en el licor y en incontables aventuras amorosas, para tratar inútilmente de aliviar su alma desconsolada.

A partir de ese triste año de 1946 jamás dejó de beber, pero, educado y prudente en extremo, nunca dio pie para que la gente del pueblo se percatara de su adicción al alcohol.

SONARON LOS GAITEROS DE SAN JACIENTO

Hacia 1952, durante una de sus inquietudes musicales, él contribuyó a que Colombia descubriera el talento de los incomparables Gaiteros de San Jacinto al llevarlos hasta Cartagena, donde grabaron en Radio Miramar algunos acetatos en los que Pacheco publicitaba su industria empacadora de Café Especial. Los discos fueron escuchados por el director de la Disquera Fuentes, quien de inmediato los vinculó a esta compañía fonográfica.

Las fiestas de toros en las sabanas de Bolívar representaban y representan las efemérides paganas más importantes, que en San Jacinto se festejan a partir del 16 de agosto de cada año. La gente del entorno contribuía con la madera y la construcción de la corraleja, y los grandes hacendados regalaban los toros. Don Miguel Pacheco honroso distintivo otorgado por el pueblo fue gran impulsor del ritual fandanguero, y, como tal, obsequiaba a los marginados licor y dinero para el festejo. 

La alborada musical que el 16 de agosto inauguraba el evento se iniciaba en su residencia, siempre interpretando sus piezas preferidas, el paseo ‘El perro e’ Petrona’ y el vals ‘Tristezas del alma’, de ‘Mañe‘ Saumet y ‘Lucho’ Rodríguez, respectivamente.

Durante la década de los cincuenta, al morir don Pascual Matera, la fábrica quedó en poder de su hijo Rafael, a quien le tocó enfrentar un duro periodo de crisis originado por la construcción de la carretera troncal de Occidente. La nueva vía de comunicación permitió la aparición de competidores que acabaron con la hegemonía comercial de la Casa Matera. 

El nuevo propietario decidió buscar mejores horizontes en Barranquilla, y el negocio fue adquirido por su administrador, Miguel Pacheco, quien lo orientó exclusivamente hacia la producción de hielo.

El Gurrufero, siempre dando batalla y utilidades, ya tenía otro ambiente, y era animado por un traganíquel que heredó el mismo apelativo, al convertirse el salón prácticamente en un casino. Allí se jugaba dominó, fierrito, arrancón y varias mesas de billar atraían a los tahúres del vecindario.

LA CASETA SAN ANDRÉS

Una de las facetas destacadas de nuestro personaje fue la de ser pionero de las casetas carnavaleras en su terruño al fundar allí la primera, la hoy gratamente recordada caseta San Andrés. Sin embargo, su posición económica, poco a poco deteriorada por el trago, los amoríos y el trauma sentimental de su dolorosa viudez, siguió resquebrajándose, y ya en los carnavales de 1962 la caseta fue cancelada por orden del alcalde de turno, ante una balacera que en su interior propició un grupo de revoltosos. Esto precipitó la crisis, pero él, orgulloso siempre del solar nativo, solía decir: “Yo, a mi pueblo no lo cambio ni por un imperio”.

A mi pueblo no lo voy a cambiar ni por un imperio

Yo vivo mejor llevando siempre vida sencilla

Parece que Dios, con el dedo oculto de su misterio

Señalando viene por el camino de la partida.

Primero se fue la vieja pal’ cementerio

Ahora se va usted solito pa’ Barranquilla.

LOS BOHEMIOS DEL PUEBLO

Una cultura natural, aunada a su clara e innata inteligencia, le permitía liderar en el pueblo a un grupo de bohemios y entrañables amigos, con quienes compartía frecuentemente la calidez de unas copas, animadas por su charla amena y siempre interesante. 

Entre ellos figuraba ‘Paco’ Lara, un abogado corozalero, a la sazón notario, en cuya residencia tertuliaban alcalde, jueces y médicos del pueblo, atentos siempre al verbo sabio y generoso de Pacheco. Pero sus inseparables en las escaramuzas etílicas fueron en toda época Luis Felipe Sánchez, comerciante de hamacas; Rogelio Castellar, albañil de finos trazos; Edilberto Castellar, el todero de todos, o el ‘Yoli’ para sus paisanos; y Pedro Morales, el ‘Pello’, soldador de la fábrica, todos ellos bebedores empedernidos y personajes referenciados en el canto del maestro Adolfo.

Luis Felipe, Roge, Yoli, Pello, a mí me emociona

El tener que darles mi más triste despedida.

Adiós San Andrés, tu animador te abandona

Adiós 16 de agosto, mes de alegría.

Ya no tocará la banda El perro e’ Petrona.

Adiós Paco Lara, me voy de la tierra mía.

‘EL VIEJO MIGUEL’ ERA UN PASEO

Originalmente, la canción fue concebida por Adolfo en ritmo de paseo, pero el compadre Ramón, certeramente, le dio un giro hacia el merengue. Aún sin estar lista, se estrenó en la tradicional parranda que, en San Juan Nepomuceno, Bolívar, celebraba el ganadero Lizardo Guzmán. El ‘Negro’ Durán quiso grabarla de inmediato, pero quedó pendiente de completar la letra. Andrés Landero, músico de cabecera del autor, la tenía bien montada, pero Lizandro Meza le picó adelante, aunque la primera versión de ella fue realizada por Ramón Vargas con el conjunto ‘Los Reyes del Vallenato’, en una versión titulada ‘Buscando consuelo’, cuyo cantante fue Nasser Sir (‘José Linares’, para la farándula).

Atormentado por el fracaso económico y sin el valor suficiente para enfrentar su derrota, Pacheco decidió claudicar ante sus convicciones y, abandonando el pueblo, se fue para Barranquilla.

Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad,

El viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionao

Yo me desespero, me da dolor porque la ciudad

Tiene otro destino, tiene su mal para el provinciano

Le queda el recuerdo perenne de una amistad

Que labró en la tierra querida de sus paisanos.

Se fue huyendo de la vergüenza que le producía defraudar a sus paisanos, que siempre lo habían distinguido como un “don” merced a su gran calidad humana y dotes de buen caballero, que, no obstante, su humilde origen, llegó a ser un preponderante hombre de empresa. 

Pero, realmente, era mayor la pena moral que las deudas pendientes, pues antes de su éxodo logró levantar la casa, la distribuidora de cerveza y gaseosas, y aquello a que siempre vivió aferrado: El Gurrufero.

Se acabó el dinero, se perdió todo, hasta El Gurrufero,

El techo seguro como el alero de la paloma

Pero eso no importa, porque es mejor empezar de nuevo

Cual la flor silvestre que al renovar es mejor su aroma

Todavía le quedan amigos aquí en el pueblo

Hasta el forastero pregunta por su persona.

SU FINAL EN BARRANQUILLA

Una calurosa mañana de abril de 1964, Miguel salió de San Jacinto con su vida hecha pedazos para tratar de reconstruirla mejor en otra parte. En Barraquilla, sin perder su animosidad por el trabajo, tomó en arriendo una fábrica de hielo en el sector de Barranquillita, de la cual derivó el diario sustento y con la cual intentó de nuevo despegar comercialmente, pero una demoledora diabetes y la nostalgia por su pueblo fueron minando su recio organismo hasta llevarlo en 1981 a decirle adiós a este mundo.

Reposan hoy en los Jardines del Recuerdo de Barranquilla los restos del viejo Miguel, un personaje inmortalizado en este canto conmovedoramente nostálgico, un hombre que, escondiéndose de su fracaso, vivió atormentado por la separación de sus hijos, de sus amigos y de su pueblo.

Crónica
31 enero, 2023

“Primero se fue la vieja pal’ cementerio”

Apartes de la letra de la canción ‘El viejo Miguel’, considerado uno de los mejores merengues del vallenato, de Adolfo Pacheco Anillo.


Adolfo Pacheco Anillo.
Adolfo Pacheco Anillo.

POR JULIO C. OÑATE MARTÍNEZ/ESPECIAL PARA EL PILÓN

En San Jacinto, Bolívar, a mediados de los años sesenta surgió este formidable merengue que Adolfo Pacheco Anillo le dedicó a su padre, Miguel Antonio Pacheco Blanco, singular personaje de piel oscura, engendrado en una mujer blanca. De origen campesino, a Adolfo le tocó desde muy pequeño batallar, al lado de su progenitor, en labores propias de la vida campestre. 

El juglar sabanero Adolfo Pacheco.

Con sólo diez años de edad, el viejo lo llevó a trabajar a la finca de José María Lora, donde, sin prevenciones, se destilaba y distribuía el tradicional ‘Ron Ñeque’ ante la ausencia de licores oficiales. El infante era el encargado de transportar sobre sus hombros, montaña adentro, dos cántaras del líquido perlático, y, como estímulo para seguir realizando esa dura faena, recibía dos tragos del energizante ron y un tabaco para ahuyentar los enjambres de los patilargos zancudos que durante la travesía lo atormentaban. Este prematuro consumo de alcohol y nicotina lo marcaron para siempre y le ocasionaron grandes conflictos en su edad madura.

LA VIDA EN SAN JACINTO

En cuanto a Miguel Antonio, curtido en la manigua sanjacintera y ya hecho un hombre, con un constante afán de progreso, se vinculó en el pueblo a la Fábrica de Hielo y Mantequilla Bolívar, floreciente negocio que el inmigrante italiano don Pascual Matera poseía en San Jacinto, con sucursales en El Guamo, Cereté y Zambrano. 

La empresa comercializaba todo lo que producía la región: ganado, café, tabaco, maíz, ajonjolí, y demás, y, a la vez, elaboraba hielo y jabones para los mercados sabaneros, mantequilla enlatada y tabaco de fina capa para exportar.

El municipio de San Jacinto vio nacer al juglar Adolfo Pacheco.

Inicialmente, Miguel Antonio fue enganchado como ‘recuero’ (encargado de guiar recuas de bestias cargadas, a un determinado destino) en la ruta San Jacinto – Jesús del Río, embarcadero sobre el Magdalena frente al puerto de Tenerife. Su eficiencia y entusiasmo en esas labores le dieron mérito para que el italiano le confiara el manejo de las cuentas en la empresa. 

En rápido ascenso llegó al cargo de cajero y, posteriormente, el dinámico y autodidacta matemático manejó la contabilidad hasta llegar a ser, finalmente, el administrador general de la Casa Matera. Paralelamente a esos ajetreos, aprovechaba su gran capacidad y su olfato comercial para explorar en forma independiente nuevos negocios, que eran manejados por su esposa Mercedes de Jesús Anillo, laboriosa y distinguida dama que, con las mieles del amor, le dio hijos y felicidad.

NEGOCIOS DE PICÓS 

Uno de los primeros negocios que inició en el pueblo y en los alrededores fue el de los picós, los equipos de sonido de la época. Tuvo cinco de ellos, que eran alquilados para animar matrimonios, bautizos, cumpleaños o cualquier otro tipo de festejos.

A través de un inseparable Zenit multibandas, se enteraba de los ritmos bailables imperantes en el Caribe. En Barranquilla y Cartagena adquiría los correspondientes acetatos, y la gente solía decir que la mejor música bailable de esos lares la tenía Miguel Pacheco. Eso le permitía surtir y orientar a los picoteros de los diferentes pueblos de la comarca. 

El negocio era complementado con la distribución de cerveza, gaseosas y rones comerciales. Con el gran auge que en toda la costa tomaron los picós, los grupos de gaita, bandas y orquestas se vieron desplazados por los bailes populares.

Los negocios prosperaban y el intrépido comerciante montó entonces una piladora de maíz, una tienda y una venta de helados. Eran los años en que los sanjacinteros de clase alta podían divertirse bailando en El Gurrufero, un salón animado por la afamada banda del maestro José Vicente Caro, uno de los más prestigiosos músicos de viento en toda la historia musical sabanera.

Las artesanías son identidad propia del pueblo de San Jacinto.

Gurrufero, según el Pequeño Larousse, equivale a caballo de bajo pelambre, carente de pedigrí; sin embargo, la gente de entonces así denominaba al individuo de vestir coquetón y emperifollado. Con el tiempo, el término fue cambiando de interpretación hasta llegar a ser sinónimo de parrandero. 

Después de algunos años de esplendor, la élite comenzó a cederle espacio a la emergente clase media, y el sitio terminó por popularizarse. La estruendosa carga musical de los picós no daba tregua, y el maestro Caro desintegró su elenco, que para la época ya se identificaba como Banda 16 de Agosto. 

El Gurrufero quedó entonces en manos de Miguel Pacheco, quien decidió cambiarle el esquema al negocio. Organizó entonces lo que en esa época era una academia de baile, modelo que nos llegó desde la azucarera isla de Cuba. En la pista del nuevo escenario hacían presencia agraciadas damas, denominadas en alguna parte “academieras”, la gran mayoría de las cuales, exentas de ataduras y prejuicios sociales, constituían un verdadero gancho para que los bailadores de la región acudieran por montón. Por cada pieza bailada, el parejo debía comprar un tiquete que entregaba a la danzarina de turno, esta los colectaba y Miguel Pacheco los cambiaba por efectivo al final de la jornada.

COMENZARON LOS BAILES CON MÚSICA EN VIVO

Los bailes eran animados por el conjunto de José Miguel García, ‘El Joso’, uno de los primeros acordeoneros que en San Jacinto estiraron el fuelle. Se acompañaba de bombo, redoblante, platillos y trompeta, un formato algo similar a los utilizados en ‘Las Colitas’ de la provincia de Padilla y el Valle de Upar. 

Un variado y bien interpretado repertorio de música costeña y antillana fue incapaz de someter el altanero pregón de los picós, y ‘El Joso’ y sus muchachos fueron relevados en El Gurrufero por uno de esos estridentes artefactos. 

TRISTE INSUCESO 

Corría el año de 1946 cuando el destino, muchas veces despiadado y cruel, laceró el corazón de Miguel con una herida que nunca dejó de sangrar, al quitarle a su tierna y fiel compañera Mercedes. La muerte de su esposa le arrancó la mitad de su vida, por lo que entonces se refugió en el licor y en incontables aventuras amorosas, para tratar inútilmente de aliviar su alma desconsolada.

A partir de ese triste año de 1946 jamás dejó de beber, pero, educado y prudente en extremo, nunca dio pie para que la gente del pueblo se percatara de su adicción al alcohol.

SONARON LOS GAITEROS DE SAN JACIENTO

Hacia 1952, durante una de sus inquietudes musicales, él contribuyó a que Colombia descubriera el talento de los incomparables Gaiteros de San Jacinto al llevarlos hasta Cartagena, donde grabaron en Radio Miramar algunos acetatos en los que Pacheco publicitaba su industria empacadora de Café Especial. Los discos fueron escuchados por el director de la Disquera Fuentes, quien de inmediato los vinculó a esta compañía fonográfica.

Las fiestas de toros en las sabanas de Bolívar representaban y representan las efemérides paganas más importantes, que en San Jacinto se festejan a partir del 16 de agosto de cada año. La gente del entorno contribuía con la madera y la construcción de la corraleja, y los grandes hacendados regalaban los toros. Don Miguel Pacheco honroso distintivo otorgado por el pueblo fue gran impulsor del ritual fandanguero, y, como tal, obsequiaba a los marginados licor y dinero para el festejo. 

La alborada musical que el 16 de agosto inauguraba el evento se iniciaba en su residencia, siempre interpretando sus piezas preferidas, el paseo ‘El perro e’ Petrona’ y el vals ‘Tristezas del alma’, de ‘Mañe‘ Saumet y ‘Lucho’ Rodríguez, respectivamente.

Durante la década de los cincuenta, al morir don Pascual Matera, la fábrica quedó en poder de su hijo Rafael, a quien le tocó enfrentar un duro periodo de crisis originado por la construcción de la carretera troncal de Occidente. La nueva vía de comunicación permitió la aparición de competidores que acabaron con la hegemonía comercial de la Casa Matera. 

El nuevo propietario decidió buscar mejores horizontes en Barranquilla, y el negocio fue adquirido por su administrador, Miguel Pacheco, quien lo orientó exclusivamente hacia la producción de hielo.

El Gurrufero, siempre dando batalla y utilidades, ya tenía otro ambiente, y era animado por un traganíquel que heredó el mismo apelativo, al convertirse el salón prácticamente en un casino. Allí se jugaba dominó, fierrito, arrancón y varias mesas de billar atraían a los tahúres del vecindario.

LA CASETA SAN ANDRÉS

Una de las facetas destacadas de nuestro personaje fue la de ser pionero de las casetas carnavaleras en su terruño al fundar allí la primera, la hoy gratamente recordada caseta San Andrés. Sin embargo, su posición económica, poco a poco deteriorada por el trago, los amoríos y el trauma sentimental de su dolorosa viudez, siguió resquebrajándose, y ya en los carnavales de 1962 la caseta fue cancelada por orden del alcalde de turno, ante una balacera que en su interior propició un grupo de revoltosos. Esto precipitó la crisis, pero él, orgulloso siempre del solar nativo, solía decir: “Yo, a mi pueblo no lo cambio ni por un imperio”.

A mi pueblo no lo voy a cambiar ni por un imperio

Yo vivo mejor llevando siempre vida sencilla

Parece que Dios, con el dedo oculto de su misterio

Señalando viene por el camino de la partida.

Primero se fue la vieja pal’ cementerio

Ahora se va usted solito pa’ Barranquilla.

LOS BOHEMIOS DEL PUEBLO

Una cultura natural, aunada a su clara e innata inteligencia, le permitía liderar en el pueblo a un grupo de bohemios y entrañables amigos, con quienes compartía frecuentemente la calidez de unas copas, animadas por su charla amena y siempre interesante. 

Entre ellos figuraba ‘Paco’ Lara, un abogado corozalero, a la sazón notario, en cuya residencia tertuliaban alcalde, jueces y médicos del pueblo, atentos siempre al verbo sabio y generoso de Pacheco. Pero sus inseparables en las escaramuzas etílicas fueron en toda época Luis Felipe Sánchez, comerciante de hamacas; Rogelio Castellar, albañil de finos trazos; Edilberto Castellar, el todero de todos, o el ‘Yoli’ para sus paisanos; y Pedro Morales, el ‘Pello’, soldador de la fábrica, todos ellos bebedores empedernidos y personajes referenciados en el canto del maestro Adolfo.

Luis Felipe, Roge, Yoli, Pello, a mí me emociona

El tener que darles mi más triste despedida.

Adiós San Andrés, tu animador te abandona

Adiós 16 de agosto, mes de alegría.

Ya no tocará la banda El perro e’ Petrona.

Adiós Paco Lara, me voy de la tierra mía.

‘EL VIEJO MIGUEL’ ERA UN PASEO

Originalmente, la canción fue concebida por Adolfo en ritmo de paseo, pero el compadre Ramón, certeramente, le dio un giro hacia el merengue. Aún sin estar lista, se estrenó en la tradicional parranda que, en San Juan Nepomuceno, Bolívar, celebraba el ganadero Lizardo Guzmán. El ‘Negro’ Durán quiso grabarla de inmediato, pero quedó pendiente de completar la letra. Andrés Landero, músico de cabecera del autor, la tenía bien montada, pero Lizandro Meza le picó adelante, aunque la primera versión de ella fue realizada por Ramón Vargas con el conjunto ‘Los Reyes del Vallenato’, en una versión titulada ‘Buscando consuelo’, cuyo cantante fue Nasser Sir (‘José Linares’, para la farándula).

Atormentado por el fracaso económico y sin el valor suficiente para enfrentar su derrota, Pacheco decidió claudicar ante sus convicciones y, abandonando el pueblo, se fue para Barranquilla.

Buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad,

El viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionao

Yo me desespero, me da dolor porque la ciudad

Tiene otro destino, tiene su mal para el provinciano

Le queda el recuerdo perenne de una amistad

Que labró en la tierra querida de sus paisanos.

Se fue huyendo de la vergüenza que le producía defraudar a sus paisanos, que siempre lo habían distinguido como un “don” merced a su gran calidad humana y dotes de buen caballero, que, no obstante, su humilde origen, llegó a ser un preponderante hombre de empresa. 

Pero, realmente, era mayor la pena moral que las deudas pendientes, pues antes de su éxodo logró levantar la casa, la distribuidora de cerveza y gaseosas, y aquello a que siempre vivió aferrado: El Gurrufero.

Se acabó el dinero, se perdió todo, hasta El Gurrufero,

El techo seguro como el alero de la paloma

Pero eso no importa, porque es mejor empezar de nuevo

Cual la flor silvestre que al renovar es mejor su aroma

Todavía le quedan amigos aquí en el pueblo

Hasta el forastero pregunta por su persona.

SU FINAL EN BARRANQUILLA

Una calurosa mañana de abril de 1964, Miguel salió de San Jacinto con su vida hecha pedazos para tratar de reconstruirla mejor en otra parte. En Barraquilla, sin perder su animosidad por el trabajo, tomó en arriendo una fábrica de hielo en el sector de Barranquillita, de la cual derivó el diario sustento y con la cual intentó de nuevo despegar comercialmente, pero una demoledora diabetes y la nostalgia por su pueblo fueron minando su recio organismo hasta llevarlo en 1981 a decirle adiós a este mundo.

Reposan hoy en los Jardines del Recuerdo de Barranquilla los restos del viejo Miguel, un personaje inmortalizado en este canto conmovedoramente nostálgico, un hombre que, escondiéndose de su fracaso, vivió atormentado por la separación de sus hijos, de sus amigos y de su pueblo.