Han bastado unas cuantas horas para que nuestros medios se llenen de un discurso grandilocuente recargado de alusiones poéticas a las mariposas amarillas, la belleza de Remedios y el temple de un coronel Aureliano Buendía. Conmueve ver cómo el imaginario de García Márquez emerge para vestir de mística y orgullo nacional un momento tenso en nuestra historia. Sin embargo, el brillo literario no debería eclipsar la crudeza de las consecuencias que acarrea un choque diplomático: barreras comerciales, sanciones financieras y la incertidumbre sobre cómo esto afectará la cotidianidad de millones de colombianos.
El recurso poético, tan arraigado en nuestra identidad, nos recuerda la fuerza de la palabra para alimentar esperanzas y forjar un sentido de pertenencia. No obstante, la realidad exige mucho más que metáforas. Exige planes claros, acuerdos estratégicos y diálogos eficaces para evitar que el conflicto avance a un punto de no retorno. Apreciar la riqueza cultural de nuestro país no se opone a exigir soluciones concretas que trascienden la retórica.
Al final, se trata de conjugar lo mejor de ambos mundos: la inspiración que despierta la literatura y la determinación y estudio que demanda la economía. Ese equilibrio podría impedir que la belleza de las mariposas amarillas sea opacada por la urgencia de las cifras rojas. En el fondo, amar la poesía no está reñido con enfrentar la realidad: la primera eleva el espíritu, la segunda sustenta la vida.
Por: Alex Andrés Corzo Aguilar.
Estudiante de Bachillerato











