La historia comienza el 7 de diciembre de 1637, en la ciudad del ‘Río de la Hacha’, cuando Elena Peñalosa de Villafañe solicita ante el capitán Esteban de Manjarrez de Ludueña, alcalde ordinario de la ciudad, y como tutora de su nieta de seis años, Isabel de Barrionuevo, la encomienda de Pondores, en la provincia de Valledupar. ¿La causa? La muerte de su hijo y padre de Isabel, el capitán Gerónimo de Castellanos y Peñalosa, que tenía el oficio de depositario general y tenedor de bienes de difuntos en Río de la Hacha, y quien reconoció a su hija (natural) mediante testamento nuncupativo ante los testigos, el sargento mayor Antonio de Fuentes y Matheo Andrés Esquivel, ambos vecinos de la dicha ciudad.
Gerónimo había heredado la otra parte de la encomienda de Pondores por la muerte de su hermano Cristóbal de Castellanos y Peñalosa, quien no dejó descendencia; ambos fueron hijos de Francisco de Castellanos Barrionuevo y Ribas, Alguacil Mayor. Éste se casó con Elena.
Todos tenían como ascendiente al mariscal Miguel de Castellanos y Ortiz, tesorero y administrador de los hostiales y granjerías de perlas de ‘Río de la Hacha’.
Para este reclamo, doña Elena presenta una cédula del año 1620 de la encomienda de Pondores (ver documento aquí en la página 51) , expedida en nombre del rey de España por el gobernador y capitán general de la provincia de Santa Marta y el Río de la Hacha, el doctor don Pedro de Castro y Valenzuela, refrendada en Madrid por el secretario Pedro de Lesma.
En dicha cédula se narra la ceremonia de posesión por parte de Gerónimo de Castellanos como sigue:
“Juan de Montaño ante mí, Luis de Villanueva, escribano, en este dicho día, mes y año, yo, el escribano, lo notifico a don Gerónimo de Peñaloza, el cual presente estaba.
Dijo que estaba presto al cumplir y, en su cumplimiento, trajo ante su merced, el dicho alcalde, a un indio que dijo, por ser ladino, llamarse Luis, que dijo ser de la encomienda de Pondores y sujeto al cacique Marquesote que ya es muerto, y por dicho alcalde, habiendo visto lo que dijo el dicho indio,
dijo que, en conformidad de lo que se le manda, la daba y dio en dicho indio la dicha posesión, y el dicho don Jerónimo le tomó por la mano y le paseó con él y le hizo mudar un bufetillo de una parte a otra en señal de posesión” (AGI, Santa_Fe 171 # 4).
De manera pues que el cacique y el río son homónimos.
Es posible que, conociendo el respeto y amor por la naturaleza de los pueblos originarios, haya sido el cacique quien tomara prestado el nombre de este exuberante río, no como referencia a una luminaria como lo hace el cantautor Rafael Manjarrez en su alegórico canto ‘Simulación’, por la hermosa cascada —que llama vela— que en invierno aparece en la cabecera del río, cerca a Urumita, sino como referencia a su propia virilidad.
Sin embargo, nos gusta pensar que, así como El Valle de Upar debe su nombre a un cacique, el río Marquesote también.
Por: José Galo Daza Ariza.











